VII
Siempre que los dioses se reúnen en Asamblea van a decidir algo sobre el destino de los hombres. Eso lo sabe Enkidu. Eso ha cambiado bien poco en la historia de la humanidad. Dioses o poderosos son para el hombre lo mismo. Y aquellos de los humanos atentos a sus reuniones, asambleas y decisiones saben que su suerte se juega en esos lugares. Muchos hacen oídos sordos porque saben por la experiencia de sus antepasados que esas decisiones tomadas en las alturas nunca suelen ser beneficiosas para la gente de la llanura. Por eso Enkidu, mosqueado, se pregunta por qué los dioses se reúnen en Consejo.
TABLILLA VII
“El día amaneció y el divino Enkidu dijo al divino Gilgamesh: Hermano mío, ¡qué sueño he tenido esta noche! Anu, Enlil, Ea y el Sol del cielo celebraban consejo y Anu decía a Enlil: Al igual que han matado al Toro Celeste, han matado también a Khumbaba, que guardaba la Montaña cubierta de Cedros. Y Anu declaraba. Uno de los dos debe morir. Pero Enlil le respondió: El divino Enkidu debe morir, Gilgamesh que no muera. Entonces el Sol del cielo replicó al valiente Enlil: ¿No fue acaso por orden mía que ellos mataron al Toro Celeste y a Khumbaba? ¿Y quieres que el divino Enkidu, inocente, muera? Pero Enlil se enfadó con el Sol del cielo: Hablas así porque, como si fueses uno de sus amigos, cada día tú ibas con ellos. El divino Enkidu estaba acostado, enfermo, ante el divino Gilgamesh y sus lágrimas corrían copiosamente. Hermano mío, le dijo, eres mi hermano querido, ¿por qué ellos me llevan lejos de mi hermano? A buen seguro voy a caer en poder de la muerte, sin que pueda ver con mis ojos ya más a mi querido hermano. Después de maldecir al cazador, que no me dejó ser semejante a mis antiguos amigos (los animales), su corazón lo llevó también a maldecir a Shámkhat, la hieródula; ven, Shámkhat, te voy a decir tu destino. Quiero maldecirte con una gran maldición: Que jamás construyas un hogar dichoso, que nunca ames a los jóvenes llenos de vida, que la hez de la cerveza manche tu hermoso seno, que los jueces te arruinen, que el cruce de los caminos sea tu morada, que las espinas despellejen tus pies, que el borracho y el ebrio te den bofetadas, que no haya albañil que repare el techo de tu casa, que en tu casa no haya nunca un banquete, que la enfermedad (¿sífilis?) que alberga tu regazo desnudo sea tu presente, porque a mí, el puro, me habías seducido en mi estepa. Cuando Shamash oyó las palabras de su boca, de lo alto del cielo una voz lo interpeló: Enkidu ¿por qué maldices a Sh´mkhat, mi hieródula? Es ella quien te hacía comer manjares propios de la divinidad, es ella quien te hacía beber bebidas dignas de la realeza, es ella quien te vistió con vestidos magníficos, es ella quien te procuró por compañero al perfecto Gilgamesh. ¿No es ahora para ti Gilgamesh un amigo, un verdadero hermano? Él te hará reposar sobre un gran lecho, los príncipes del país vendrán a besarte tus pies, hará llorar y lamentar por ti a la gente de Uruk y hará que el pueblo, antes gozoso, guarde duelo. Y él mismo, vestido con la piel de un león, errará por la estepa. Cuando Enkidu oyó las palabras del valiente Shamash, reflexionó y se apaciguó la ira de su corazón y se calmó su cólera. Enkidu se volvió a Sh´mkhat y le dijo: Ven, Shámkhat, te voy a fijar otro destino. Que mi boca que te ha maldecido, ahora, al revés, te bendiga, que los nobles y los príncipes se conviertan en tus amantes.
Como Enkidu está echado, con su cuerpo debilitado, puede confiar a su amigo todo lo que le preocupaba: escucha, amigo mío, el sueño que he visto esta noche: los cielos rugían, la tierra resonaba. Había alguien allí de cara tenebrosa, sus manos eran zarpas de león, sus uñas garras de águila, cogiéndome por la punta de mis cabellos, me violentaba. Yo intentaba golpearle, pero él revoloteaba como se salta a la cuerda (la comba); luego me golpeó como un búfalo pesado, me pisoteaba. ¡Sálvame, amigo mío, grité, pero tú no me salvabas, tenías tanto miedo que ni te movías para ayudarme. Me tocó y me transformó en pichón, mis brazos, como los de un pájaro, se cubrieron de plumas; me arrastró a la casa de las Tinieblas, a la casa donde se entra pero no se sale, a la casa cuyos habitantes están desprovistos de luz, donde el polvo es su vianda y el barro su pan. Mi amigo, se decía Gilgamesh, ha visto un sueño desfavorable; desde el día en que lo vio, ha perdido sus fuerzas. Entretanto Enkidu permanecía postrado; un primer día, un segundo día sin que pudiera abandonar su lecho. La enfermedad de Enkidu empeoraba. Un décimo día, la enfermedad se agravaba aún más; al undécimo y duodécimo la enfermedad lo acababa. Enkidu entonces se incorporó con esfuerzo de su lecho y gritando dijo: Me salvó Gilgamesh en la lucha, ¿por qué mi amigo me abandona ahora? Tú y yo que triunfamos juntos ¿por qué ahora me abandonas? La enfermedad se agravó y sus carnes se debilitaron. Enkidu, entonces, expiró en su lecho. Gilgamesh se puso a gritar, rasgó sus vestidos; a causa de sus gritos despertó a sus camaradas.”
TABLILLA VIII
“Por la mañana, a las primeras luces del alba, Gilgamesh dijo: Enkidu, amigo mío, que te lloren los caminos hasta el Bosque de los Cedros, que no callen ni de día ni de noche, que lloren los bosques, que te llore el puro Eúfrates. Escuchadme, jóvenes y ancianos de Uruk, soy yo quien llora por Enkidu, mi amigo, estallo en amargas lágrimas, como una plañidera.. Un maligno demonio ha surgido para arrancarte de mí. ¿Qué sueño se ha apoderado de ti para que hayas perdido el conocimiento y no me oigas? Pero él no levantó la cabeza, cuando tocó su corazón, éste ya no latía. Entonces, Gilgamesh, cubrió el rostro de su amigo como el de una joven esposa y, como un águila, comenzó a dar vueltas alrededor de él, o como una leona cuyos cachorros están atrapados en un foso; iba y venía sin cesar, de un lado a otro; se arrancaba mechones de su cabello y los esparcía, desgarraba sus hermosos vestidos y los arrojaba como una abominación.”
— Dime, amigo, ¿qué ha cambiado en Gilgamesh que, antes de conocer a Enkidu, avasallaba a los jóvenes de su pueblo, manteniéndolos siempre en pie de guerra y humillaba a las mujeres, ejerciendo sobre ellas el derecho de pernada?
— El cambio operado en él es sorprendente. El descubrimiento de la amistad en un igual lo ha humanizado. De sus crueles costumbres para con los habitantes de Uruk ha pasado a sentir la muerte de un amigo. Tras largos viajes y aventuras con su amigo, Enkidu es castigado por los dioses y muere. La primera reacción de Gilgamesh es de desesperación por la pérdida del amigo. Pero enseguida le asalta el miedo a la muerte. Si Enkidu, su igual, su compañero, ha muerto, también él puede morir. Es entonces cuando, ya solo, inicia un viaje que nadie ha hecho nunca por valles y montañas, lleno de obstáculos, en busca de Utnapistin, personaje inmortal porque sobrevivió al Diluvio.
San Juan, julio de 2020.
José Luis Simón Cámara.