Desde el más allá. 11.

XI

(Sigue el discurso de Utnapishtim a Gilgamesh)

“Pero ahora, por ti, ¿quién reuniría a los dioses para que pudieses encontrar tú también, la Vida que buscas? Bien, intenta no dormir durante seis días y siete noches1. En cuanto Gilgamesh se hubo sentado, acurrucado, el sueño, como un velo de niebla, lo envolvió. Utnapishtim dijo entonces a su esposa: Mira a ese hombre joven que busca la Vida, el sueño lo ha envuelto. Su esposa le dice a él: toca a ese hombre para que despierte, para que regrese sano y salvo por el camino que le trajo. Que salga por la gran puerta y regrese a su país. Utnapishtim dijo a su esposa: Los hombres son malvados, él querrá engañarte. Anda, cuécele su ración de pan y ponla, junto a otra, en su cabecera y marca en la pared los días que pase durmiendo. Cuando el séptimo día Utnapishtim lo tocó y el hombre despertó, Gilgamesh le dijo a Utnapishtim, el Lejano: Apenas el sueño se ha introducido en mi y ya has venido a tocarme para que me despierte. Pero Utnapishtim le dijo a Gilgamesh: Bien, Gilgamesh, cuenta tus raciones diarias de pan y te mostraré los días que has dormido: el primer pan se ha puesto seco, el segundo está arrugado, el tercero enmohecido, el cuarto, blanco, el quinto tiene manchas grises, el sexto está algo duro, el séptimo estaba recién hecho cuando te he tocado y te has despertado. Gilgamesh dijo a Utnapishtim, el Lejano: ¿Qué debo hacer, Utnapishtim? ¿Adónde podré ir? El demonio Ekkemu se ha apoderado de mi cuerpo, la muerte se ha instalado ya en mi propio lecho, allá a donde yo lleve mis pies, allí está la muerte.

Utnapishtim dijo a Urshanabi, el barquero: A este hombre que tú has guiado, cuyo cuerpo está cubierto de suciedad, cuya belleza corporal está oculta bajo una piel, tómalo y llévalo a un lugar donde se lave. Que lave con agua su suciedad hasta quedar como la nieve. Que se impregne su cuerpo con un buen ungüento. Que se revista con una túnica, conforme a su dignidad hasta que llegue a su ciudad, hasta que haya acabado su viaje. (Hecho todo esto) Gilgamesh y Urshanabi subieron a la barca. La esposa de Utnapishtim, el Lejano, le dijo a éste: Para venir hasta aquí Gilgamesh ha pasado penas y fatigas, ¿qué cosa le darás para que pueda llevarla consigo a su país? Gilgamesh, al oír aquello, levantó la pértiga y acercó la barca a la orilla. Utnapishtim dijo a Gilgamesh: Gilgamesg, te voy a revelar una cosa oculta y decirte un secreto reservado a los dioses. Existe una planta, cuya raíz es como la del espino, sus púas, como las de la rosa, pincharán tus manos, pero, si tus manos se apoderan de esa planta, habrás encontrado la Vida. Gilgamesh, habiendo oído estas palabras, abrió un conducto de agua y dejó caer su carga, ató pesadas piedras a sus pies que le hundieron hasta el fondo del mar, donde vio la planta. Entonces se apoderó de la planta, aunque le pinchó las manos; luego desligó las pesadas piedras de sus pies y el mar lo arrojó a su orilla. Gilgamesh dijo entonces a Urshanabi, el barquero: Ursahanabi esta planta es un remedio contra la angustia, gracias a ella el hombre puede recobrar la vitalidad. Quiero llevarla a Uruk la cercada. Haré que la coma un anciano para experimentar su eficacia. Ella se llamará “El viejo—rejuvenece”. Yo mismo también la comeré para reencontrar mi juventud. Al cabo de 20 dobles leguas comieron un poco, al cabo de otras 30 se prepararon para la noche. Viendo Gilgamesh una fuente cuyas aguas eran frescas, bajó a ella para bañarse en sus aguas. Pero una serpiente olfateó el aroma de la planta, se acercó silenciosamente y se llevó la planta; nada más tocarla, perdió su vieja piel. Gilgamesh permaneció aquel día postrado, llorando, las lágrimas corrían a lo largo de sus mejillas. Tomó la mano de Urshanabi, el barquero, y le dijo:

¿Para quién de los míos han penado tanto mis brazos? ¿Para quién de los míos se ha derramado la sangre de mi corazón? Yo no he obtenido para mí ningún bien, al “león del suelo” es a quien he dado la felicidad. ¿Cómo puedo encontrar la indicación del sitio? ¿Puedo yo, que estoy tan lejos, regresar, si se quedó la barca en la orilla? Cuando llegaron a Uruk—la—cercada, Gilgamesh dijo a Urshanabi, el barquero: Súbete y paséate por la muralla de Uruk. Inspecciona sus fundamentos, observa su fábrica de ladrillos. ¿No son de ladrillo cocido los ladrillos de su estructura? ¿No colocaron sus fundamentos los siete Sabios?”

Gilgamesh, durante mucho tiempo de su reinado, insensible a los sufrimientos de su gente, de la que abusaba, ha experimentado un cambio gracias a su relación de amistad con un igual como Enkidu y se ha ido humanizando hasta el punto de llorar no sólo por la pérdida de su amigo sino también por no poder compartir con los habitantes de Uruk aquella planta de la “eterna juventud”, devorada por la serpiente, que cambió la piel. Piensan algunos que esa serpiente, también presente, como tantos otros elementos, en la Biblia, es enviada por los dioses para evitar que Gilgamesh consiga no ya la vida eterna sino ni siquiera la eterna juventud. Aceptado ya su destino, muestra a Urshanabi las murallas de su ciudad, de las que está orgulloso, quizá una obra imperecedera por la que será recordado, como también lo pretendieron los faraones, construyendo pirámides, y otros muchos gobernantes en la historia, promoviendo obras faraónicas. Estos últimos versos aparecen también al principio de la primera tablilla, lo que hace suponer que aquí finalizaba la narración original a la que se añadió el texto sumerio de la tablilla XII con el viaje de Gilgamesh al país de los Muertos.

Quizás alguien que no conociera a nuestra amiga, o aun conociéndola, pudiera pensar que, bueno, es comprensible la pena, la tristeza, el llanto por la pérdida de un amigo, pero ¡hasta el punto no ya de compararla sino ni siquiera de evocar por su desaparición la épica figura de Gilgamesh, lamentando la muerte de su amigo Enkidu! Y me pregunto, las legendarias hazañas de un héroe como Gilgamesh o Enkidu acabando con la vida de Khumbaba o la pelea con el Toro Celeste provocada por la venganza de Ishtar, ¿son superiores a la invencible presencia de ánimo de una madre que día tras día, noche tras noche, semana tras semana, apostada a la vera de su lecho, velaba por la gravísima enfermedad de su hijo postrado en la cama de un hospital sin apenas esperanza de sobrevivir? ¿Es acaso superior el mérito del Faraón que mandó construir su tumba o la pirámide de Keops que el de cualquier anónimo esclavo que dio su trabajo, su esfuerzo, su salud y su vida acarreando piedras y muriendo a veces bajo su peso? Muchas veces, ansiosos de conocer historias sorprendentes de personajes lejanos, inalcanzables, nos olvidamos de que estamos rodeados de seres, con mucha frecuencia, adornados de cualidades muy superiores a esos seres imaginarios, mitificados por la leyenda. A nuestro alrededor, sin los destellos de la divinidad, viven gentes que diariamente trabajan en condiciones lamentables, gentes que han perdido el trabajo, que sufren enfermedades de las que no pueden recuperarse, gentes que las cuidan con esfuerzos titánicos. Vencer a Khumbaba o al Toro Celeste es cuestión de un rato; sobrellevar una enfermedad o cuidar a un enfermo durante años puede ser una hazaña mucho más épica que ésas que cuentan las leyendas.

San Juan, agosto de 2020.
José Luis Simón Cámara.

1Se trataría de una prueba para demostrarle que no puede alcanzar lo que pretende.