Esto está ya pasándose de castaño oscuro. Hay que reconocer que la gente, en general, está teniendo bastante aguante. Descontemos a los descerebrados que restan gravedad a esta plaga que va dejando muertos a la orilla del camino.
“Hay gente pa´tó” que decía el torero. No sé si sería mejor encerrarlos a todos juntos para que se contagiaran y tomaran dos tazas de su caldo o, llegado el momento, negarles todo tipo de ayuda sanitaria. Saben los desalmados que en nuestra democrática sociedad, nunca aplicaríamos las recetas que ellos suministran, ya no sé si inconsciente o malévolamente. Porque, ingenuidades aparte, hay gente mala. Hay gente que hace el mal, disfrute o no con él. Miremos si no la historia, antigua y reciente. No hace falta irse muy lejos para darse de narices con embaucadores, maltratadores, asesinos de todo tipo, siempre con las manos sucias, lleven o no guante blanco. Los hay quienes dan el tiro de gracia y quienes lo ordenan desde despachos impolutos. Pero no quiero ocupar ni un segundo más en estos despiadados. Quería reflexionar sobre todos aquellos, la gran mayoría, que respeta escrupulosamente las directrices gubernamentales a sabiendas de que el Gobierno de turno, por muy torpe que sea e independientemente de sus escoramientos ideológicos, no creo que pueda andarse pensando en sacar réditos políticos de tan dramática situación, y estará aplicando, supongo, las normas de funcionamiento más adecuadas para eliminar o, al menos, frenar la pandemia y sus consecuencias sanitarias, sociales y económicas. Quería referirme a esa masa innumerable que, desde sus colmenas, como eficientes obreras, han trabajado en la elaboración de esa sustancia o melaza imprescindible para que el engranaje de la sociedad pueda funcionar sin que chirríen sus dientes. Y quería dedicar especial atención a los mayores, entre los que por estadísticas, aunque aún no me lo parezca, me encuentro, porque ha sido el sector en el que hasta ahora más se ha cebado la pandemia. Es hasta cierto punto comprensible que los mayores que conviven con sus hijos y nietos estén más desprotegidos por el contacto directo con personas que por su movilidad, relaciones y, en el caso de los niños, inconsciencia propia de su edad, están más expuestos a su contagio. Lo que es de todo punto inadmisible es que ese problema se haya producido precisamente en las residencias de ancianos que, conocida ya su exposición al contagio, pueden inmediatamente convertirse en búnqueres inaccesibles si se toman las medidas oportunas. Cabría la posibilidad de plantearse, como en tono jocoso se ha hecho muchas veces con esos famosos viajes del Inserso a carreteras de alta montaña bordeando precipicios en los que se ha despeñado más de un autobús, si es que se ha descuidado esa franja de edad, como el que no quiere, para librarse de un sector de la población sin cuya existencia no estaríamos ninguno de nosotros sobre la tierra. No quiero echar más leña al fuego o más mierda al palo del gallinero, como más os guste, pero visto lo visto, con el primer escándalo de la alta mortandad de ancianos en residencias, ¿cómo sorprende nuevamente el mismo problema a los responsables de esos centros, quienes quiera que sean? No me importa que los sesudos gobernantes o administradores tomen vacaciones. Todo el mundo tiene derecho al descanso. Pero no se puede descansar, cuando se es responsable, de la solución de los problemas de los ciudadanos.
San Juan, 24 de agosto de 2020.
José Luis Simón Cámara.