Ni los perros muerden la mano que les da de comer. No quiero establecer comparaciones. También entre los perros hay doberman o pit bull y san bernardos o labradores. En cualquier caso ni el perro más agresivo ha causado tanto daño como algunos animales racionales, me resisto a llamarlos humanos. De lo que quiero hablar realmente, a pesar de estos preámbulos, no es ni de perros ni de hombres. No voy a sucumbir a la ola de decir perros y perras, hombres y mujeres. Me parece innecesaria, ridícula y aburrida. Además de un despilfarro en la economía del lenguaje. De lo que quiero hablar es de la Constitución. Me da igual con mayúscula o con minúscula. Pero una cosa es cierta. Es la única norma, carta o ley que permite que podamos convivir todos en el mismo corral. Sí, en el mismo corral. Como en las antiguas casas de la huerta en cuyo corral, muchas veces sin alambradas, que se prolongaba hasta donde estaban los naranjos, limoneros, higueras y ciruelos, así recuerdo yo el corral de mis abuelos, convivían cerdos, gallinas, pavos, conejos, perros, gatos, palomos, gorriones, merlas, culebras, ratones, borregos, cabras,… Todos los animales del terreno. Y no había conflictos. A veces alguna escaramuza que se resolvía con un revolcón, pero poco después tan amigos. A comer de los mismos cuencos y beber de las mismas vasijas. Y fijaos qué fauna tan distinta. Por no hablar de la flora, también variada, porque no he citado membrillos, cañas, mandarinos, olivos, manzanos, almendros, jinjoleros, entre los árboles y luego las patatas bajo tierra pero con su hermosa flor azulada a la vista, los tomates, berenjenas, pimientos, zanahorias, ajos, cebollas,… un sinfín de verduras y hortalizas, arroz, trigo, cebada, avena… Tanta variedad de fauna y flora conviviendo en un espacio al alcance de los juegos y carreras de los niños cuando en silencio y sin pisar las ramas del suelo para evitar alertarlos, nos acercábamos a los árboles en busca de los nidos de gorriones cantarines y de merlas afónicas de vuelo rasante. ¿A cuál de esos animales se le ocurriría quejarse de su suerte en el corral? ¿Qué gallina se quejaría de las andanzas del gallo si la tenía bien atendida? ¿Cómo se le iba a ocurrir al perro maltratar a los gatos que ahuyentaban a los ratones? ¿O a los gorriones que se ocupaban de los insectos? ¿O a las merlas que desparasitaban a los borregos, cabras y cerdos apoyadas sobre sus lomos?
Cada cual tiene su terreno pero ninguno en exclusiva, aunque claro, el cerdo no se va a subir a los naranjos, pero sí las gallinas cuando huyen de la taimada zorra que trata de sorprenderlas por la noche aunque los despiertos ojos de los gatos las proyectan en los perros que consiguen, con sus ladridos, ahuyentarlas. Las fábulas han sido a lo largo de la historia de la literatura un género, ¡quién lo diría! para enseñanza de los niños. Que lo han entendido siempre sin más explicaciones.
Son los adultos los que no parecen entenderlas. Todos esos que se creen propietarios en exclusiva de su pequeña parcela en el corral. Por cualquier razón. Cada cual esgrime la suya. Que si no les gusta la jerigonza, también suya, porque es de los otros. Que si en sus libros antiguos esas tierras les pertenecían desde tiempos inmemoriales y nadie como ellos manejan el hacha y sabe bailar sus danzas sobre los troncos cortados. Que si les estorba la mitad del zoo que habría que eliminar. Que si todos tengan el mismo peso, la misma altura, la misma pelambre y la misma cara. Que si……..Así, amigos, no puede funcionar el corral. Aunque es el único donde todos pueden levantar la voz para decir que no les gusta.
San Juan, 9 de diciembre de 2020.
José Luis Simón Cámara.