Otra vez la misma historia puede llegar a ser ya muy pesada. Acabaremos soportándola, pero eso no quita para que pueda convertirse en insoportable. Como un dolor de esos de muelas o un cólico nefrítico, que te mantienen toda la interminable noche en vela, un dolor de esos que llamamos insoportables pero que irremediablemente acabamos soportando. Porque además, ahora parece que no se le ve el final. En la ocasión anterior y única hasta ahora, la contundencia de las medidas, su universalidad, incluso su novedad, la hacían más soportable. Digamos que todos intuíamos por la gravedad de la situación y la seriedad de las medidas adoptadas, que se trataría de algo pasajero, de algo que no podía durar mucho en el tiempo. Ahora en cambio, tenemos la sensación de que aquellas drásticas medidas de la primera ocasión no sirvieron de mucho puesto que el virus se reprodujo, en muchos casos incluso con más fuerza. Y el hecho de que muchas actividades educativas y económicas se mantengan nos hace pensar que esto se va a prolongar tanto que es inevitable mantenerlas para sobrevivir. Como esas actividades se mantienen, el contagio puede sobrevenir desde las escuelas y desde los centros de trabajo que en la primera ocasión estaban mucho más limitados. Quiere eso decir que si hay algún miembro en casa que mantiene la actividad laboral, cuando regrese a casa deberá adoptar las medidas de precaución para evitar el contagio de las personas con las que convive, sean padres, hijos o hermanos. Igualmente los niños y jóvenes en edad escolar tanto en los centros escolares como en sus casas deberán guardar las medidas de protección, como el uso de las mascarillas y las distancias aconsejadas. Esto quiere decir que se traslada hasta el corazón de los hogares, hasta la intimidad familiar las consecuencias de la pandemia. Estamos llegando ya a un número de muertos diarios inasumible. Hoy, charlando con algunos, pocos, amigos, le ha tocado el turno, ¡cómo no! al Covid y decía un colega que el número de muertos diarios equivale a que cada día hubiera dos o tres aviones estrellados solo en España, y se preguntaba: ¿Montaría la gente en avión con esa media diaria de accidentes? Creo que no. Ese mismo día, mientras tomaba café en el bar Pepe, un antiguo alumno que trabaja en el sector sanitario contaba la siguiente conversación telefónica entre un enfermero del servicio de seguimiento y el paciente:
–Hola, buenos días, pregunto por fulano.
–Sí, es mi marido.
–Dígale que se ponga, por favor.
–Es que ha salido.
–¿Cómo que ha salido? Su marido está confinado. Le han autorizado a dejar el trabajo porque es positivo y tiene que permanecer confinado en su casa.
–Sí, pero tenía que hacer unas gestiones.
–Su única gestión ahora mismo es permanecer en casa y con las medidas de seguridad y distancia con respecto a todos los miembros de su familia.
–Se lo diré cuando vuelva. No se preocupe que se lo diré. A lo mejor no lo sabía con exactitud.
–Esto es más grave de lo que parece. Mucho más grave de lo que alguna gente se cree. Su marido en la calle es un factor de difusión del virus por donde quiera que pase: calle, bus, oficinas, bares,…Tienen ustedes que tomárselo más en serio. El siguiente paso es denunciarlos a las autoridades. Se trata de una grave irresponsabilidad sanitaria y cívica.
San Juan, 15 de diciembre de 2020.
José Luis Simón Cámara.