Refugiados e indigentes1. (2)

“En la casa de huéspedes huele a ropa vieja, choucroute y humanidad. En el suelo, acurrucados los unos junto a los otros, yacen los cuerpos como el equipaje en un andén. Algunos judíos entrados en años fuman en pipa. La pipa huele a cuerno chamuscado. Los gritos de los niños revolotean en las esquinas. Los suspiros se pierden en las ranuras del suelo de madera. El brillo rojizo de una lámpara de petróleo lucha por abrirse paso a través de un muro de humo y sudor”

Trozo de ese artículo publicado en el periódico alemán. Es como si no pasara el tiempo. O como si las mismas cosas pasaran una u otra vez independientemente del tiempo. Al margen del tiempo. Este texto de Joseph Roth hace justamente 100 años, puede referirse exactamente igual a cientos de refugiados de cualquier parte del mundo y en cualquier parte del mundo. Da igual Norte o Sur, Este u Oeste. Sí, quizá algunas pequeñas diferencias según el hemisferio. Matices. Pero el poso de soledad y tristeza es el mismo. Yo sé que no es el tema del momento. Pero está ahí. Sigue ahí. Algún día pasará la pandemia como pasó la viruela, como pasó la peste, pero los refugiados siempre han estado, siguen estando y estarán ahí. Igual que los indigentes. “Otra fila de camas recorre el pasillo intermedio. Simples armazones de hierro, lechos de castigo construidos con alambre. Cada indigente recibe una fina manta de pasta de papel que, todo hay que decirlo, está limpia y desinfectada. Es en estas camas en donde se sientan, duermen y se echan los indigentes. Personajes grotescos, como salidos de novelas de pobres y mendigos, de los bajos fondos de la literatura universal. Son casi ficticios. Viejos harapientos de barba gris, vagabundos que cargan con fardos de pasado sobre sus espaldas encorvadas. Sus botas acumulan el polvo de décadas azotando las calles”….”Son muchos los que acuden. La mayoría con dolencias en los pies. Son personas que han tenido que caminar toda su vida. Cerca del cincuenta por ciento padece enfermedades venéreas. La mayoría tiene piojos. Cuesta muchísimo trabajo convencerlos de que deben asearse. Con la desinfección se estropean sus prendas de vestir. Prefieren vivir con los piojos intactos que con las ropas aún más andrajosas. Las familias viven aparte, en unos barracones de madera que se han habilitado en las salas. Algunos los han convertido en un lugar acogedor. Cada esquina de la sala dispone de un fogón y un pequeño horno donde las mujeres pueden cocinar. La colada cuelga de una cuerda tensada para la ocasión y se seca al fuego de los guisos, de la digestión y de la vida en común. Aquí viven los refugiados. De Prusia, Renania, Holstein. Se conocen. Se visitan los unos a los otros”.

El mismo Joseph Roth que describió crudamente su situación tardó pocos años en sufrirla en sus propias carnes. Nacido en Austria, fue perseguido por judío y por escritor. En sus crónicas berlinesas va tomando el pulso a aquella gran ciudad de la que se vio obligado a salir, estableciéndose en París, donde acabó sus días alcoholizado a los 47 años. Sagaz periodista, previó, antes de que el nacionalsocialismo se quitara la careta, por dónde iban los tiros ya en los años 20. Algunas de sus obras más importantes son: “La cripta de los capuchinos”, “La leyenda del santo bebedor”, “La marcha Radetzki”. Todas en torno al desmoronamiento del imperio austro-húngaro.

San Juan, 15 de mayo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

[1] Título de un artículo publicado por Joseph Roth en el periódico Neue Berliner Zeitung el 20 de Octubre de 1920. El resto, citas de “Crónicas berlinesas”.

Fronteras

Mañana, algunas zonas de Alicante entramos en la fase 1 de la desescalada. Otras ya lo estaban desde la semana pasada. Quiere eso decir que podremos movernos libremente, aunque con prudencia y guardando las distancias, por cualquier punto de la provincia. Espero que mi caballo, desacostumbrado a las largas caminatas, aguante el kilometraje, más económico ahora con la bajada de los carburantes.

No sé si recordará, como el sabio caballo del cochero de “Un hombre tranquilo” de John Ford, las paradas habituales en la puerta de las tabernas para que se tomara un vaso de wisky. En mi caso, la parada en el pueblo donde nací, el Siscar, ese pueblo donde sus habitantes apenas llegan al millar, como hace muchos años. El problema será para el jinete y para el caballo. No sé si las riendas aguantarán el tirón de la frenada o si el caballo obedecerá las órdenes porque el pueblo se encuentra al borde de otra provincia, en el límite entre Alicante y Murcia. Y allí hay una frontera invisible justo en mitad de la Rambla. ¿Podrá detenerse el caballo que ya percibe los olores de su tierra, de sus calles, de su gente? ¿Será posible contenerlo cuando ya huele su cuadra? Su lugar de descanso en el patio desde cuyo porche caen sobre su lomo los caprichosos copos de nieve del jazmín. Ya sé que podríamos burlar esa frontera, rambla abajo entre los huertos, por veredas que conozco desde niño, o de árbol en árbol, sin pisar tierra murciana. Ya sé que podríamos ir rambla arriba, por la sierra que no sabe de fronteras y, como el águila la sobrevuela, encontrarnos por los picos. Pero no. Lo que haremos será mucho más sencillo. Convocaré a una hora a mi hermano, a mis primos, a mis amigos y acudiremos a ese impreciso punto fronterizo. Y sobre esa raya, sobre esa línea vaga, levantaremos los vasos llenos de amor y de vino para brindar por el reencuentro. Y ante ese muro inexistente recordaremos todos los muros de la historia. Desde la muralla china, cinco siglos antes de Cristo, para protegerse de los mongoles, hasta el muro de Adriano en Inglaterra para protegerse de escoceses e irlandeses. Desde el telón de acero hasta el muro de Berlín o el que separa USA del México lindo. Desde el de Ceuta y Marruecos hasta los muros de las cárceles, de los guetos, los invisibles muros de los barrios de miseria. Todos los muros de la historia. Yo les llevaré algún pez sorprendido junto a la playa. Ellos me llevarán alguna cesta con limones y naranjas. Acostumbrado de siempre a cogerlos con mis manos y pagándolos ahora uno a uno en la frutería. O a las habas tiernas de mi primo Jeromín. O a las alcachofas y brócoli de mi primo Fran, siempre sin afeitar, siempre con barro en los pantalones, como si viniera de regar. Pero el agua, dice, sabe su camino. Y siempre en la barra del bar. En cualquiera de los que hay en el pueblo. Tampoco podré pedirle a José María un conejo vivo en el saco de cáñamo, para que mi nieto lo suelte en el patio de la casa y juegue con él entre las macetas. Ni podremos visitar las cuadras de Pepito el de los cherros, con sus cientos de becerros de todos los tamaños, desde los que toman biberón hasta los astados de 500 kilos. O sus cerdos y sus gallinas americanas. Y los tractores. Tampoco podré visitar a Pepito el de la cenia, con el que de niños, íbamos por la siesta a buscar nidos de gorriones. Ni a Manolo el del estanco, regresado después de tantos años de emigración. A beberme con él un wisky escocés sin agua, claro, grave pecado. Ni visitar a los que ya están en el cementerio. Mis padres. Mis tíos. Mi primo Pepe, muerto hace poco bajo el tractor, mi amigo Pepe el torero, muerto de pena y desconcierto o Pepe el garajista al que, según le decía a mi nieto pocos días antes de morir, de pequeño yo retaba. Todo eso es cierto. También que brindaremos sobre la delgada línea fronteriza con las copas llenas de amor y de vino.

San Juan, 17 de mayo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

10 de Mayo de 1933. (1)

Caen en mis manos las “Crónicas berlinesas” de Joseph Roth, escritor austríaco. Os preguntaréis por qué hablar ahora de Joseph Roth. Este 10 de Mayo estaba leyendo las Crónicas, donde el autor habla de la quema de libros delante de la Ópera de Berlín, justamente el 10 de Mayo de 1933. Esa curiosa coincidencia me decidió a recordar esa fecha por lo significativa que ha sido y sigue siendo en la historia. Porque una forma de eliminar al hombre es eliminar sus ideas. Y las ideas muchas veces se reflejan y transmiten en los libros. Por eso en la historia todos aquellos idearios o sistemas que no han sabido defender o argumentar las suyas frente a las de los demás, de cualquier signo, han tratado de silenciarlas, prohibirlas o eliminarlas. Trátese del Santo Oficio de la iglesia católica que durante siglos ha ido engordando el catálogo o índice de libros prohibidos y prohibiendo incluso hablar en los últimos tiempos a teólogos recientes o actuales como Hans Küng o Leonardo Bolf, trátese de las fatuas islámicas condenando a muerte a Salman Rushdie por la publicación de su inofensivo libro “Los versos satánicos” o trátese de las amenazas de muerte de la mafia a Roberto Saviano por su libro “Gomorra”, donde describe los negocios de la Camorra basándose en hechos reales o del boicot y ataques de los pistoleros de ETA y sus protectores a las librerías y periodistas críticos con sus métodos o se trate de sistemas políticos dictatoriales de derechas o de izquierdas. En su afán de silenciar al adversario todos ponen el mismo empeño. Ya exiliado en París, Joseph Roth escribía en sus “Cahiers juifs” (Cuadernos judíos, 1933) “Desde 1918 los libreros de provincias antes de exponer un libro en el escaparate, antes incluso de haberlo leído, preguntaban si el autor era judío” o también “Pocos observadores en el mundo parecen darse cuenta de qué significa el auto de fe de los libros” Pero aún resulta más curioso que el poeta romántico alemán Henrich Heine escribiera en 1817: “Eso sólo fue un preludio, ahí donde se quemen libros, se terminan quemando también personas”. Y siguen las Crónicas: “En estos días en que la humareda de nuestros libros quemados sube hacia el cielo, nosotros, los escritores alemanes de sangre judía, debemos ante todo reconocer que hemos sido derrotados. Nosotros, que hemos sido la primera generación de soldados que lucharon bajo la bandera del espíritu europeo, debemos cumplir con el más noble deber de los guerreros vencidos con honor: reconocer nuestra derrota. Sí, hemos sido derrotados”.

Es precisamente en una de sus novelas más premonitorias, “La tela de araña”, donde Roth habla de los orígenes del nacionalsocialismo diez años antes de que Hitler llegara al poder. Theodor Lohse, el protagonista, prospera como miembro de una organización clandestina de derechas. Roth analiza la estructura de los grupos ultraderechistas y describe con todo lujo de detalles el ambiente de conspiración y las tácticas que empleaban. Con sus pesquisas logró adelantarse a los acontecimientos de la historia contemporánea. Dos días después de la impresión del libro, el 6 de noviembre de 1923, Hitler y Ludendorff intentaban dar un golpe de Estado en Munich. Aquel intento fracasó y Hitler y sus compinches fueron apresados. Diez años después, la noche siguiente al nombramiento de Hitler como canciller del Reich se cumplió el sueño de Theodor Lohse: las tropas de las SA desfilaron en formación por la Puerta de Brandenburgo. Desde ese mismo día – Roth fue de los pocos que lo vio con claridad – todo en Alemania se encaminaba hacia una nueva guerra mundial.

San Juan, 14 de mayo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Desescalada

Lo que más me ha gustado de esta asimetría desconfinatoria, ¿para qué lo voy a ocultar o disimular?, ha sido la clara determinación del Gobierno de la Nación de decidir en última instancia quiénes sí y quiénes no pasaban a una u otra fase. Me parece que en temas tan importantes y delicados no se puede andar con veleidades autonómicas. Se trate de quien se trate. Si en esta ocasión la indómita Cataluña ha dado muestras de racionalidad, la aplaudo. Y si la centralista Madrid las ha dado de infantilismo, la censuro. Lo que no puede ser es que cada cual haga de su capa un sayo. Si queremos ser un país serio, si queremos ser un país respetable, como en otras épocas de nuestra historia, hemos de conducirnos con inteligencia, con sagacidad. Y eso siempre se ha conseguido unidos. Todos juntos. Es comprensible que el presidente de una comunidad autónoma se vea sometido a intereses enfrentados. Por una parte el sector sanitario que, lógicamente, trata de frenar las medidas de desconfinamiento para asegurar una desescalada eficaz de los contagios. Por otra los sectores empresariales que tratan de acelerarlas para volver a la actividad laboral, tan necesaria para todo el entramado social. No cabe duda de que su deber es ante todo proteger la salud y la vida de los ciudadanos, pero también lo es, para poder vivir en condiciones, reiniciar la actividad laboral. La frontera entre uno y otro es a veces difusa. No siempre es clara y los ciudadanos pueden pensar, según sea la decisión que adopte, que se ha rendido a unas u otras presiones. ¿Puede eso influir en el electorado cuando llegue el momento de unas nuevas elecciones? Indudablemente. Es la motivación que dan algunos para explicar los posicionamientos de los distintos partidos en las distintas autonomías. Pero por otra parte, esta misma situación se da a nivel nacional. ¿No sufre acaso las mismas presiones enfrentadas el presidente del gobierno de España que los presidentes autonómicos en sus respectivas autonomías? ¿Vamos a pensar que premia con el paso a la fase 1 de la desescalada a aquellas autonomías que le son fieles, que le han apoyado en su investidura o en la prolongación del estado de alarma? ¿También en ese caso y, puesto que no ha permitido el paso a la fase 1 a alguna comunidad de gobierno correligionario, que la ha sacrificado en el altar de la imparcialidad para justificar el castigo de las comunidades díscolas? ¿ O es que quiere quizá hacer gala con sus incoherencias de su capacidad de discriminación para dar una muestra más de su omnímodo poder? Metidos en esa dinámica maquiavélica ¿estarían afilando todos sus armas para, sirviéndose del virus y todo lo que hay a su alrededor, intentar dar el golpe de gracia al diferente, al adversario, al enemigo, a todo el que piensa distinto? Me parece que si andan por ahí los tiros, unos y otros yerran el blanco. Para acabar, una pregunta. No salgo de mi sorpresa al ver esas inusitadas manifestaciones con gritos de libertad por los barrios más ricos del país, sobre todo en la capital. ¿Se habrán cansado los pobres del silencio y la opresión a los que han estado sometidos durante tantos años de dictaduras insoportables o creerán que se avecinan otras de signo contrario a las que durante tantos años fueron impulsadas o apoyadas por ellos?

Líbrenos el destino y nuestro esfuerzo de unas y de otras.

San Juan, 14 de mayo de 2020.
José Luis Simón Cámara.

Aire libre1

“Si algo me gusta es vivir. / Ver mi cuerpo en la calle”

Hasta tal punto puede uno habituarse a esta vida de confinamiento que quizá acabe por pensar que resulta más cómoda que volver a las inquietudes e incertidumbres del mundo anterior. Algo así como el síndrome del prisionero de larga duración que prefiere seguir encerrado a salir a un mundo desconocido, incierto. Entre rejas ya se ha organizado la vida. Sabe a qué atenerse. Tiene cubiertas las necesidades vitales. Su única preocupación es ir tirando. Conoce perfectamente las reglas del juego. Sabe quiénes son sus amigos y sus enemigos. Los papeles están muy claros. De quién puede fiarse y quién puede hincarle un punzón por la espalda. En la calle en cambio, es todo tan complejo. Buscar trabajo en estos tiempos tan difíciles y encima con sus antecedentes. Establecer nuevas relaciones. Porque las anteriores a su reclusión eran y siguen siendo peligrosas. Le pueden hacer volver a las andadas. Ocultar su pasado a las nuevas relaciones. De hecho sabemos que algunos presos, cuya liberación está próxima, vuelven a delinquir dentro de la prisión para permanecer allí. Agreden a un compañero, o mejor aún, a un funcionario, con lo que tienen asegurada la permanencia. No voy a comparar esta situación, la de los presos, con la de los confinados, pero en algunos casos puede desarrollarse el mismo reflejo. El rechazo al campo abierto. Puede parecer contradictorio. De hecho lo es en la mayoría de los casos, ansiosos por salir al mundo exterior, por recuperar la libertad de movimientos, por retomar las relaciones con la familia, los amigos, la gente en general. Pero también abundan los casos de quienes prefieren renunciar a ese mundo, para algunos hostil. Pensad por ejemplo en los niños o jóvenes que se sienten acosados en sus centros de enseñanza o en la calle. Pensad en las personas que por cualquier razón, su aspecto, su tamaño, sus modales, por alguna deficiencia o anomalía física o mental, se ven rechazados o esquivados o burlados. En muchos de estos casos se ha desarrollado lo que se llama agorafobia o síndrome de la cabaña, es decir, el rechazo a los espacios abiertos, amplios donde se mueve mucha gente o el deseo de permanecer cobijado en su pequeña cabaña o espacio, sin nadie que interfiera en su vida. La sociedad es como un cuerpo que a veces se contrae, cuando se siente atacado por un enemigo exterior y, entonces se guarece, se oculta, se cobija. Pero desaparecido el peligro vuelve a expandirse. Aunque las reacciones varían según se hayan sufrido las consecuencias del ataque. No es igual la reacción en una familia donde se ha cebado la pandemia con casos graves o muertes que en otras que sólo se han visto afectadas por las medidas de protección. Me estoy refiriendo, claro, a las distintas respuestas de la sociedad a título individual sin entrar en el pantanoso mundo de las reacciones políticas al problema. Ahí ya son imprevisibles y en muchos casos obedecen a inconfesables intereses sujetos a estrategias de medro personal, de supervivencia política, de acoso al adversario. Dejemos ese mundo del que tenemos ejemplos diarios en los medios de comunicación. Ese mundo que parece perder los modales y crisparse más cuando por la gravedad de la situación, debería, creo yo, moderarse y hacer un esfuerzo de contención en pro de una salida lo más favorable posible a los intereses de la mayoría de la población, especialmente de aquella que más está sufriendo las consecuencias. Tenemos que pasar del lamento a la búsqueda de soluciones. Habrá que poner los medios para que no vuelva a repetirse. Como ha pasado muchas veces en la historia. De todas las situaciones, incluso de las peores, pueden extraerse enseñanzas para el presente y para el futuro. Y una puede ser valorar el tiempo dedicado a la soledad, a la reflexión, a la lectura, descubrir los valores de la convivencia serena. Todo esto además, no tiene por qué estar en contradicción con el placer de viajar, de ver a los amigos, de encontrarse con otras gentes, con otros paisajes, donde nos venga en gana.

No me resisto a que disfrutéis2 del hermoso poema de Blas de Otero.

Aire libre

Si algo me gusta es vivir.
Ver mi cuerpo en la calle.
Hablar contigo como un camarada.
Mirar escaparates
Y, sobre todo, sonreír de lejos
A los árboles.

También me gustan los camiones grises
Y muchísimo más los elefantes.
Besar tus pechos,
Echarme en tu regazo y despeinarte.
Tragar agua de mar como cerveza
Amarga, espumeante.

Todo lo que sea salir
De casa, estornudar de tarde en tarde,
Escupir contra el cielo de los tundras
Y las medallas de los similares.

Salir
De esta espaciosa y triste cárcel,
Aligerar los ríos y los soles.
Salir, salir al aire libre, al aire.

Blas de Otero.

San Juan, 8 de mayo de 2020
José Luis Simón Cámara.

[1] Título de un poema del libro “Que trata de España” de Blas de Otero. 1964.
[2] No olvidéis que he sido profesor de Lengua y literatura españolas toda mi vida.