Me dicen mi primo el catalán y mi amigo Pepe el torero, que, hombre, que suelen leer, entender y, en algunas ocasiones, aplaudir mis artículos, estén o no de acuerdo, pero que aunque me agradecen el esfuerzo que les exijo a veces para conseguir sacarles todo el jugo, de vez en cuando me paso. Bueno, estoy dando por supuesto que conocéis a mi primo y a mi amigo Pepe aunque no tenéis por qué, ya que no os los he presentado. Digo mi primo, el catalán, porque a pesar de tener un número aproximado de 200 primos, sólo dos son catalanes y la otra es chica. No, no exagero; y hablo de primos hermanos, es decir, de hijos de los hermanos de mis padres. Os saldrán fácilmente la cuentas si os digo que mi padre tenía 11 hermanos y mi madre otros 11. Pero de toda esa larga familia sólo uno, Paco, hermano de mi madre, se marchó en su juventud a Barcelona y allí se casó y tuvo dos hijos, Joan y Fuensanta. Uno de nombre catalán y la chica, Fuensanta, como la virgen murciana. Y en cuanto a mi amigo Pepe, el torero, me podríais decir, si lo hubierais conocido, que por qué lo incluyo si hace ya varios años que dejó este mundo. Lo que no os he dicho todavía es que esta explicación no es más que la transcripción de un sueño donde, como sabéis, se mezclan la realidad presente y la pasada, la realidad y la ficción. Y en el sueño decían que me pasaba cuando hace unos días en un artículo que titulaba “Educación sentimental” introducía una palabra que no había utilizado hasta ese momento y, aunque les sonaba vagamente y la habían escuchado en alguna rara ocasión, sobre todo vinculada al mundo del teatro, al que no eran muy aficionados, desconocían su significado exacto. Se referían a la frase “para provocar en el auditorio o espectadores un efecto catártico como en la tragedia griega”.
La verdad es que, aunque nuestra lengua, tan hermosa como todas, para los que han aprendido a comunicarse en cualquiera de ellas, tiene sus raíces más extendidas entre las lenguas griega y latina, también la árabe y otras muchas, la palabra catarsis, de origen griego, no da el tipo de palabra castellana. Ha permanecido muy fiel a sus orígenes. Se ha erosionado poco con el paso del tiempo y sigue pareciendo extraña a nuestra lengua. ¿Y qué significa que es lo que les interesaba? Catarsis significa purificación o purga de personas o cosas afectadas de alguna impureza. Y ha estado y sigue estando vinculada al teatro porque es el efecto que una representación teatral, la tragedia sobre todo, causa en el espectador al suscitar la compasión, el temor u otras emociones. Puede provocar incluso un sentimiento de purificación o liberación suscitado por alguna vivencia causada por cualquier obra de arte o experiencia personal o ajena al sufrir una misma problemática. Cuando el espectador o el lector se identifica con el protagonista de una obra y éste muere es como si sintiera en sí mismo la muerte del protagonista y se liberara de la necesidad de morir él mismo porque ya la ha experimentado en el protagonista. Se cuenta que con motivo de la publicación a finales del siglo XVIII de la novela romántica “Werther” de Goethe, en la que el protagonista se suicida, cundió el miedo a que muchos jóvenes, desalentados por sus fracasos amorosos o desilusiones políticas, hicieran lo mismo y así ocurrió en algunos casos. Lo que nadie esperaba fue el efecto contrario. En las estadísticas de aquel año el número de suicidios se redujo notablemente. Se produjo una catarsis. Sin mucha convicción parece que mis dos amigos aceptaron la explicación.
No me extendí en que también una famosa secta medieval cristiana perseguida hasta la extinción en el sur de Francia llevó ese nombre: los cátaros o puros. Pero ésta es una historia que no se puede liquidar en unas líneas.
San Juan, 27 de diciembre de 2020.
José Luis Simón Cámara.