Nadie pone en duda esa conquista de la democracia. Como todas las conquistas humanas ha costado mucha sangre y aún sigue costándola en muchísimos países.
Pero lanzar piedras contra los escaparates de los comerciantes no está amparado por esa libertad.
Quemar contenedores cuyo fuego alcanza los balcones de pacíficos ciudadanos no está amparado por esa libertad.
Romper cabinas de teléfonos, incendiar coches y motocicletas de despreocupados ciudadanos que descansan para dirigirse al trabajo en ellos, no está amparado por esa libertad.
Libertad de expresión no es lanzar adoquines contra entidades bancarias o concesionarios de coches.
Atacar y quemar coches de la policía con ellos dentro, no está amparado por la libertad de expresión.
Lanzar cócteles incendiarios contra la policía, perseguirlos y golpearlos con barras de hierro en la cabeza, no está amparado por esa libertad.
Libertad de expresión no es hostigar a la policía hasta hacerla batirse en retirada y cobijarse en la Comisaría a punto de ser asaltada por los manifestantes.
Por supuesto que habrá que investigar y castigar los excesos de la policía.
Libertad de expresión no es atacar en su nombre las sedes de periódicos que ejercen su derecho a la libertad de expresión.
Todas estas actividades y fechorías son las que en uso de la libertad de expresión apoya y alienta el señor Pablo Hasél.
Pero no sólo éstas, también pegar un tiro en la nuca o colocar un explosivo bajo el coche de un político o amenazar a un periodista por considerarlo carroña fascista o golpear él mismo a un testigo por atestiguar contra su amigo, cualquiera que sea.
Todo esto va mucho más allá del legítimo derecho a la libertad de expresión.
Muchas de sus declaraciones son una clara incitación a la violencia en general como forma de subvertir el actual orden democrático constitucional y una explícita incitación a la violencia particular poniendo en el ojo de la diana a instituciones como la policía y a representantes políticos concretos de esas instituciones como el rey, el presidente y la mayoría de miembros de la clase política.
Todo esto es incitación al odio, hasta el punto de desear que se les pegue un tiro en la nuca o se les clave un piolet en la cabeza como a Trotsky.
Esas manifestaciones, por otro lado desprovistas de todo tipo de composición artística, crean una dinámica de odio tal que ya estamos viendo una muestra en la calle con los excesos de sus defensores.
Dentro del cóctel habría que introducir también otros ingredientes del personaje. Es independentista, a lo que tiene todo el derecho del mundo, y abomina de la clase política española en general y se mete especialmente con el Rey, al que dedica sus “artísticas composiciones raperas”, y con la monarquía, sobre todo porque hasta ahora ha sido un elemento cohesionador frente a sus aspiraciones de disgregación, tema en el que encuentra el apoyo expreso o tácito de todos los partidos independentistas catalanes, además de contar con el inestimable e irracional apoyo de Podemos que no sabe ya cómo flotar en el naufragio.
¿Es ésa la libertad de expresión que desean los que lo apoyan?
San Juan, 20 de febrero de 2021.
José Luis Simón Cámara.