Hoy, como dos o tres días a la semana, todavía oscuro, nos encontramos en el pequeño parque triangular de María Muntaner a las 7 de la mañana. Intentamos bailar con los dedos alguna cápsula del eucalipto gigante que domina el jardín.
¡Cuántas veces les he dicho ya a mis amigos la etimología de “eucalipto”, “bien guardada”, porque su semilla está protegida por la dura corteza del fruto. De casi los cuatro puntos cardinales vamos llegando al punto de encuentro. Martina del Oeste, Jesús del Sur, Rafa y yo del Norte; hoy no ha aparecido Franc, el generoso padre de acogida con su perro, sin duda entretenido con Andrea. Antes de las 7.05 iniciamos la carrera por esa estrecha senda llena de obstáculos que conocemos con los ojos cerrados. 12 de Febrero. 14 grados, sin viento. Pasado mañana, San Valentín, estaba yo pasando el día en Albacete en el cumpleaños de mi amigo Pinki. Con el Mejías, ¿no?. Sí, con el Mejías. ¡Ah, dice Martina, hoy es tu cumpleaños, mirando a Jesús. ¡Es cierto! ¡Felicidades!, de las tres gargantas al unísono. Comienza a clarear por el Este, en dirección al mar hacia donde nos dirigimos. Destellos de luces en el Manhattan de Campello. Junto al encendido almendro en flor a la izquierda del camino a nuestro paso comienzan los saludos de los perros correteando al otro lado de la valla. Un camión de la limpieza casi obstruye el camino y, burlado, aparece una furgoneta flanqueada por podadores de uniforme que civilizan un seto vegetal semisalvaje. Ya enfilamos casi oliendo la proximidad del mar, con horizontales pinceladas de luz a lo lejos. Atravesamos carretera, vías, paseo y llegamos a la arena. Ni nos preguntamos si hay baño. La tela de las banderas está tan callada que parece inexistente. Comenzamos a descalzarnos y Rafa, con sorna, os aviso de que no hay agua. Se refiere al grifo-ducha junto al paseo donde solemos quitarnos la arena tras el baño. Nos dirigimos, casi siempre en el mismo orden, hacia el mar. Martina, yo mismo, Rafa y Jesús. Nos vamos desprendiendo de ropajes, Jesús disponiendo la cámara del móvil y uno a uno, como si no hubiera mar para entrar en él todos a la vez, vamos sintiendo en las piernas sus cristales hasta que, convencidos de que hacen falta muchos metros para que nos cubra, nos zambullimos, damos cuatro o cinco brazadas, no más, apresuradas y recobramos la verticalidad, celebrando que no nos azote el viento.
Aún en la orilla vamos recuperando los ropajes hasta completar el rito con las zapatillas junto a los grifos del paseo. A veces, como hoy, desde el tranvía, ojos incrédulos abrigados contemplan el espectáculo de estos locos que salen del mar a estas horas. No tenemos tiempo de enfriarnos. Cuesta arriba seguimos corriendo y charlando. ¡Vaya año de celebraciones! No os quejaréis. El cielo empezaba a mostrar desgarrones rojizos. Os he invitado al primer baño del día, todo el mar para vosotros. Vendrán tiempos mejores. Enseguida los brócolis, ayer patrullas, sin duda de marroquíes, recogiéndolos para el mercado. Poco después el almendro en flor a la derecha, míralo Martina. Un coche se salta el stop en cuatro caminos. Jesús, 64 años hoy, se para detrás de las palmeras para encuadrar la sangrienta proximidad de la salida del sol. Los cerdos vietnamitas. Una pareja, los padres, y varios tamaños de hijos, casi todos negros menos uno, veteado de blanco. ¡Ah, cómo se nos va a olvidar el cumple, celebrado juntos del trío, el facundo Roberto y el parco Juan Manuel! ¡Hurra por ellos! Saludos a la oficinista de Golden Car, subida al puente de la carretera desde donde volvemos a mirar hacia el Este. Tras la senda, ya iluminada, nos despedimos en el jardín donde el eucalipto cobija al resto de plantas como la gallina a sus polluelos.
San Juan, 12 de febrero de 2021.
José Luis Simón Cámara.