En un supermercado he tropezado con una antigua alumna. El nombre no siempre lo recuerdo, sí la cara en casi todos los casos a pesar de que el paso de los años va deformando aquella imagen que, inalterable en el recuerdo, guardamos de sus años jóvenes, los que los tuvimos, los que en muchos casos, los moldeábamos entre nuestras manos. Se mantiene, a pesar de eso, en su silueta de siempre, incluyendo la simpatía que se le escapa por los cuatro costados.
— ¿Qué tal, Simón, cómo estás?
Y por primera vez en mi vida, aunque me he visto ya en situaciones parecidas con amigos, le he respondido:
— Pues, mira, enterrando amigos.
Aunque ya suponía por el amago de tristeza en sus hermosos ojos negros que sabía de su muerte.
— Sí, ya me he enterado. A Satorre le tenía yo mucho afecto.
— Y pocos días después, Lillian.
— También lo sabía. ¡Vaya tragedia! Eso sí que es una tragedia. En casos tan tristes como éstos, recuerdo aquellas cosas que nos explicabas sobre el origen de la tragedia y su etimología. Aquellos cantos desgarrados que se acompañaban con el sacrificio de un macho cabrío, donde había sangre, donde había muerte.
— Además de María Blasco, la profesora de dibujo, y unos meses antes Mercedes Herrera, la profesora de Lengua y Literatura Españolas.
— ¡Ah, también! No me digas. Aquella chica algo más joven que vosotros, rubia y elegante que paseaba su tipo por los pasillos. ¡Vaya racha, Simón! Un compañero de estudios me decía hace unos días a propósito de Lillian que al principio de curso solía repetir el primer día de clase de inglés:
— Si alguien quiere que le llame por un nombre diferente al suyo, un apodo, un diminutivo, como él quiera, por favor que me lo diga. Yo no tengo ningún problema en llamaros en clase por el nombre que os guste.
Así la voy a recordar siempre, con mucho cariño. Y alguien me contó que una alumna que se llamaba Marina quiso que la llamara Navy, como si fuera ésa la traducción de su nombre al inglés. Ella había oído que a la marina americana la llamaban “The american navy” y estaba tan convencida de que ése era su nombre en inglés. Aunque le explicó el error de su interpretación, a Lillian no le importó llamarla como le pedía. Y así se quedó durante un tiempo para la profesora y para los compañeros.
Ya nos acercábamos a la cinta de la caja en el supermercado y, mientras empujaba con el pie un pack de cerveza que había dejado en el suelo, continuamos el diálogo y le dije:
— Aún me la encuentro distribuyendo camisetas con distintos logotipos para los equipos deportivos del polideportivo de Muchamiel. Tan menuda y despierta como siempre. Y tú, ¿qué haces?
— Trabajar, trabajar y trabajar.
— ¿Aquí en San Juan?
— No, en Alicante, como administrativa en un despacho de abogados.
Ya depositando las compras en la cinta de la caja casi nos despedimos.
— Me alegro mucho de verte, guapa.
— Y yo también. Cuídese mucho, Simón.
San Juan, 27 de Febrero de 2021.
José Luis Simón Cámara.