¿Y si hubiera algún lugar, de eso nada sabemos, sólo creencias, suposiciones, deseos, donde volver a encontrarse, difícil lo veo a polvo reducidos o, aún peor, devorados por gusanos, como hasta ahora?
En cualquier caso, ya voy teniendo más amigos, si es que todavía pueden seguir siéndolo, en el mundo de los muertos que en el de los vivos. Simple cuestión matemática. Y mira que, no sé por qué, siempre he aborrecido los números, sobre todo los números exactos. Por ejemplo setenta y siete con ochenta y nueve.
¿Quién se atribuye el derecho a colocar esa cantidad debajo del nombre de un producto? Esa cantidad exacta. Si me pongo a contar desde cuándo empezaron a marcharse… Siempre nos había gustado viajar, ir de un lado para otro, cambiar de ciudad, de país, incluso de Continente. Pero bueno, antes o después volvíamos. Ahora no, ahora estoy hablando de viajes sin retorno. Y no es que sea tampoco para despepitarse esta vida. A secas, sin adjetivos. Porque es muy fácil colocarle delante puta o asquerosa o, aunque menos, deliciosa, excitante, sorprendente,…
Lo dejaremos en vida. Casi siempre, además, sin previo aviso. Con contadas excepciones. Porque no se sabe qué es peor o qué es mejor. Dejémoslo también en no se sabe. El golpetazo de lo imprevisto, el hachazo de lo inesperado, es muy duro, pero en un momento aciago, ¡zas! Listo. Todo resuelto. ¿Y la lenta e irreversible espera de lo inevitable? Cuando vemos la proximidad del precipicio y no hay forma humana (ni divina) de evitarlo. Cuando sabemos que indefectiblemente nos vemos precipitados en él sin solución alguna. ¿Quién se atreve a elegir entre estas dos opciones? Son cualesquiera, porque puede haber más variantes, aquí no contempladas, tan detestables, a menos, claro, que una fuerza mayor las convierta en deseables, que nunca queremos, o casi nunca, sólo cuando nos vemos obligados a ser mudos testigos, enfrentarnos a ellas. Son de esos temas abominables. Escondemos la cabeza bajo el ala como algunos animales ante sus depredadores.
Cerramos los ojos ante ellos, como hacen los niños ante el peligro aunque sabemos muy bien que es inútil cerrarlos. Que detrás de nuestra mano protectora sigue el peligro más envalentonado quizás. Aunque no sea un tema dionisíaco, aunque no sea un canto al vino, un canto al amor, es raro encontrar un solo poeta que no haya dedicado algunos o muchos de sus versos a la brevedad de la vida y la imprevisibilidad de la muerte. ¿Qué sino eso han hecho todos aquellos que desde la antigüedad han cantado el “Carpe diem” o el “Collige, virgo, rosas”?[1]
Las tórtolas siguen posándose en el vértice de la cabaña, desde donde arrullan al aire con su monótono canto, y en lo más recóndito del ramaje, donde pacientemente, pajita a pajita, van construyendo sus nidos, siempre primavera.
Su otra predilección, ahí forman una hilera interminable, son los cables de la luz o del teléfono, donde sólo les falta balancearse. Hasta que llegan las urracas que las asustan y espantan con su graznido ronco y metálico. Unas y otras despreocupadas de las rimas de Quevedo sobre el amor, la brevedad de la vida y la muerte. Unas y otras ajenas a las tres heridas de Miguel Hernández. Por hablar.
San Juan, 22 de abril de 2021.
José Luis Simón Cámara
[1] Versos latinos, “Aprovecha el día” y “Recoge, doncella, las rosas”, ambos referidos al aprovechamiento de esta vida fugaz como el perfume de una rosa que muere en pocos días.