Ya sé que la medicina ha dado pasos de gigante en todos los sentidos. El más importante, sin duda, el terapéutico. Sin dejar de lado la atención al paciente. Me refiero a la atención cordial. Vamos, que el enfermo se sienta personalmente atendido, no sólo un objeto de atención como si de un vehículo se tratara. Al coche, moto o embarcación poco le importa ser tratado con mayor o menor afecto o delicadeza. Lo importante es su arreglo. Que le rectifiquen o cambien una pieza. En el caso de los humanos, eso sigue siendo también muy importante, pero no lo es menos el tipo de atención. La delicadeza, amabilidad, incluso cariño del que necesitamos los humanos, que es tan importante teniendo en cuenta el estado de desánimo o de hundimiento con el que un paciente suele acudir a un centro hospitalario donde las dimensiones y aglomeración reducen al paciente al anonimato, a un número, al trato despersonalizado. La humanización de la medicina, vamos. Lo que no podía imaginarme es que ese objetivo, tan plausible, tan deseable, llegara al punto que mi amigo Rafa me contaba una de estas mañanas corriendo hacia el mar, tan temprano aún que cabría la posibilidad de pensar si era más bien resultado de un sueño, todavía reciente, o fruto de una experiencia real. La cuestión es la siguiente, aunque quiero dejar claro desde el principio que la verosimilitud de la historia depende en gran medida de la credulidad o incredulidad del lector.
Mi amigo, el tiempo no pasa en balde, necesitaba que le limpiaran los cristalinos de los ojos, esa nubecilla también llamada cataratas que se interpone entre la pupila y el mundo exterior. Pasado un mes de la exitosa intervención volvió a la clínica para una revisión, ya definitiva. No diré su nombre por fuerza mayor. Lo recibieron en recepción y poco después una enfermera lo condujo a una dependencia adaptada para la prueba. Indicó al paciente que se sentara en un alto sillón con respaldo y reposabrazos. La enfermera se ausentó unos minutos tras un biombo y volvió a aparecer desnuda y sentada sobre una plataforma móvil situada sobre un carril de desplazamiento. Al paciente, incrédulo ante la visión, se le abrieron los ojos como platos. Impensable método mejor para estimular y comprobar la agudeza visual tras una operación de esas características. Cuando la enfermera supuso que el paciente había recobrado la calma tras el sobresalto inicial, comenzó a darle instrucciones avanzando y retrocediendo sobre su “potro domado”. “Tápese el ojo izquierdo con la mano, fije su mirada sobre la teta derecha y dígame cómo la ve: si relajada, erecta, redonda o delgada”. Él no sabía qué decir, aturdido como estaba. Ante su incertidumbre, ella se le acercaba en el artilugio sobre railes. “¿La ve mejor ahora?”. En ese estado de aturdimiento, de incredulidad, de sorpresa, fueron pasando los minutos interminables entre el gozo de visión tan inesperada y la incapacidad para articular respuesta a sus preguntas. Después le hizo tapar el ojo derecho y observar la teta izquierda. Ya con los dos ojos abiertos si las tetas eran simétricas o asimétricas, erectas o colgantes, redondas o puntiagudas, orientadas al Este o al Oeste, incluso ¡qué ternura! Si tenían forma de lágrima. A continuación pasó, desde más cerca, a los pezones, también con los dos ojos abiertos. Si eran iguales o desiguales, planos o puntiagudos, peludos o pelones. Mientras las gotas de sudor le impedían centrar la mirada en los puntos de referencia, ella, con frialdad profesional, iba anotando en una ficha las pocas indicaciones que en su atolondramiento le proporcionaba. Acabadas las múltiples preguntas, el potro mecánico reculó hasta el fondo, ella descabalgó, se ocultó tras el biombo y volvió a aparecer, vestida con su uniforme de enfermera, como lo había recibido, y con un amago de sonrisa entre irónica y cómplice. Lo acompañó hasta el vestíbulo y le anticipó los resultados positivos del informe aunque lo recibiría más detallado en casa. Ya saliendo de la clínica entendió el alcance de aquel documento de confidencialidad que le hicieron firmar antes de la intervención. Ahora comprendía su significado.
San Juan, 11 de julio de 2021.
José Luis Simón Cámara.