Locos siempre ha habido. Ya podemos empeñarnos en creer que la humanidad evoluciona, que cada año que pasa los hombres, aprendiendo de sus errores, moderan sus instintos, suavizan sus modales.
Ilusiones vanas.
Digamos que la propagación de la cultura, su generalización, extiende como una leve capa de refinamiento que nos hace creer que los comportamientos bruscos o crueles han desaparecido o se han suavizado.
Puro espejismo.
Basta que surja un loco, llámese Calígula, Musolini, Hitler, Stalin, Franco o Putin, para que se resquebrajen los cimientos de esa sociedad que hasta su aparición parecía vivir en una calma apacible, con tormentas pasajeras que, como en la naturaleza, llegan a su fin y son engullidas por una normalidad que se va imponiendo poco a poco.
Pero ese mundo en calma del que nos hablaba Stefan Zweig en su última obra “El mundo de ayer” se ve lanzado al abismo cuando alguno de los personajes citados o sus pares, adquieren un poder ilimitado que los lleva a intentar realizar sus delirios de grandeza, cueste lo que cueste, sufra quien sufra, muera quien muera.
Su paranoia les impide ver y menos sentir el sufrimiento que sus locuras inflijen a millones de seres humanos que ven sus vidas destrozadas, en el mejor de los casos, o perdidas para siempre, víctimas del exilio, la tortura o la muerte.
Todos los pasos de Putin en los últimos meses llevan a la conclusión, a posteriori, de que estaban dados para conseguir doblegar a Ucrania no por la vía diplomática o negociaciones sino por la fuerza.
He aquí los datos.
Había desplegados en la frontera ruso-ucraniana más de 100.000 soldados pertrechados con todo el aparto militar necesario para una invasión: tanques, artillería, aviones de combate, buques de guerra, infraestructura logística, hospitales de campaña, etc.
Estaban llevando a cabo maniobras militares con Bielorrusia junto a las fronteras de Ucrania.
Tenía desplegados en el Mar Negro y en Crimea, ya invadida en 2014, dotaciones militares preparadas para la invasión.
En el Este de Ucrania, la región llamada del Dombás, con parte de población filo-rusa, unas zonas controladas por las milicias pro-rusas en permanente refriega con las tropas legítimas del gobierno legal de Ucrania.
Días antes de la invasión Putin declara como repúblicas independientes a esas zonas del Dombás, constitucionalmente pertenecientes a Ucrania.
Semanas antes de la invasión y en previsión de que ésta implicará duras sanciones económicas a Rusia, como ya las había supuesto la invasión de Crimea, Putin firma un acuerdo de cooperación con China que abastecería a Rusia de todas sus necesidades económicas, tecnológicas y cibernéticas.
Por si todo esto no era suficiente, en el tablero internacional era relativamente reciente la desastrosa retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán, hecho que en cualquier caso no puede ser considerado como una muestra de fuerza de EEUU. Además, a este hecho incontestable del fracaso de las operaciones de EEUU en Afganistán, se sumó una desafortunada y repetida declaración de Biden de que si se producía una invasión rusa en Ucrania, caerían sobre Rusia duras sanciones económicas pero no intervendrían militarmente.
Esta declaración tan explícita de abandonar a Ucrania a sus solas y pobres fuerzas frente al poderoso oso ruso, fue la guinda que necesitó Putin para aventurarse en esa loca decisión de invadir Ucrania.
La invasión ha sido, vista desde ahora, el final de una locura anunciada. A pesar de todos los preparativos, ¿quién podría imaginar el desenlace de la invasión de Ucrania a la vez que se desarrollaban conversaciones a distintas bandas? Mientras sus emisarios distraían la atención de las potencias enemigas en conversaciones en los salones enmoquetados, los movimientos de sus tropas no cesaban hasta rodear todas las fronteras del país que tenía pensado atacar. No pensaban atacarlo, decían. Sólo ejercer presión. Pero tenían que frenar el genocidio al que los gobernantes drogadictos y filo-nazis, encabezados por el presidente judío, tenían sometidos a los filo-rusos del Dombás.
A Stefan Zweig que había vivido la primera guerra mundial y sus horrores, le parecía impensable que sólo 20 años después, aún con la mayoría de sus protagonistas vivos, pudiera reproducirse todavía con más horror la segunda guerra mundial en la misma Europa que aún no se había recuperado. Han pasado más de 75 años de relativa paz en Europa porque las espadas han seguido llenándose de sangre en otras partes del mundo y en la misma Europa. Los Balcanes, Chechenia, Georgia, Crimea, Siria, conflictos sangrientos instigados o alimentados por el oso polar que quizá hicieran presagiar este último del asalto a Ucrania, ya en el corazón de Europa.
“Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época. Por esta razón no recuerdo cuándo oí por primera vez el nombre de Adolf Hitler….Sólo sé que un día me visitó un conocido de allá quejándose de que en Munich volvía a reinar la agitación. Había sobre todo un agitador tremebundo llamado Hitler que celebraba reuniones con muchas broncas y peleas e incitaban a la gente del modo más vulgar contra la República y los judíos”1
Ya había quienes habían anunciado la invasión de Ucrania basándose en un frío cálculo que es, de por sí, aterrador. Porque suponía saltarse todas las reglas del juego establecidas en Europa desde la segunda guerra mundial. Reglas que han permitido que el espectro de una guerra de las dimensiones de aquella última no volvieran a repetirse durante estos últimos 77 años. Uno de los más largos períodos de paz europea con las trágicas excepciones ya citadas.
Todas aquellas conversaciones de Putin, los dirigentes europeos y americanos desarmados y él con la pistola sobre la mesa, sólo anunciaban lo que tristemente ha sucedido.
Ya los romanos, hace miles de años, lo tenían muy claro:
Si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz, prepara la guerra.
San Juan, 27 de Febrero de 2022.
José Luis Simón Cámara.
1 “El mundo de ayer” de Zweig, pág. 451, ediciones Acantilado.