Con motivo del recuerdo de aquella esperanzadora, como tantas otras, revolución de los claveles en Portugal, el 25 de Abril de 1974, sin duda la menos sangrienta de todas, me he puesto a pensar en algunas de las que se han producido en mis ya varios decenios de vida y en otras, pasadas y analizadas por historiadores de todo signo. Sin entrar en los entresijos de cada una de ellas pero sí, grosso modo, en el denominador común de sus resultados, el panorama no es muy esperanzador, diría, si aún los esperáramos, pero como ya han llegado a puerto, diré más bien que es desesperanzado. Desde el Otoño húngaro de 1956 – tres años después la cubana que despertó tanta ilusión frustrada – hasta el Mayo del 68 en Francia o ese mismo año la Primavera de Praga y las más recientes primaveras árabes por no remontarnos a la Revolución del 17 en Rusia o a la más antigua, la clásica, la de siempre, la Revolución Francesa de 1789.
Cuánta sangre derramada, cuánto dolor, cuánto sacrificio, cuántos huérfanos, cuánto sinsentido. Y todo eso ¿para qué?
Nunca sabremos si el lento transcurrir del tiempo y de los hombres hubiera tenido el mismo resultado que aquellas violentas erupciones de rabia y rebeldía, un poco más tarde y sin tanta sangre de por medio.
Casi todas las revoluciones, al menos las más prolongadas, devoran a sus hijos. A unos por crueles que a hierro matan y a hierro mueren. A otros por indecisos, víctimas de su ingenuidad en el conocimiento del comportamiento humano. A otros porque se habían producido en circunstancias de las que aún no había constancia descrita en las crónicas existentes hasta ese momento.
Mientras van pasando los días me reconforto leyendo “Las empresas y desventuras de Maqroll el gaviero”1, marino viajero y sabio, del que quiero ofreceros unas reflexiones que comparto:
“Estoy un poco cansado de tanto andar. Estos intentos en que se empeñan los hombres para cambiar el mundo los he visto terminar siempre de dos maneras: o en sórdidas dictaduras indigestadas de ideologías simplistas, aplicadas con una retórica no menos elemental, o en fructíferos negocios que aprovechan un puñado de cínicos que se presentan siempre como personas desinteresadas y decentes empeñadas en el bienestar del país y de sus habitantes. Los muertos, los huérfanos y las viudas se convierten, en ambos casos, en pretextos para desfiles y ceremonias tan nauseabundas como hipócritas. Sobre el dolor edifican una mentira enorme”.
San Juan, 25 de abril de 2022.
José Luis Simón Cámara.
(1) Obra de Álvaro Mutis, premio Cervantes en 2001.