Tanto tiempo para llegar a las mismas conclusiones a las que mi amigo Luis Bonmatí llegó hace ya tantos años, cuando apenas tenía 20. Y no fue resultado de una compleja disquisición filosófica, a las que por cierto estábamos habituados y para las que estábamos adiestrados hasta el punto de hacer debates sobre los temas más dispares con el único fin de depurar las técnicas de la discusión, el arte del debate, así como nos remontábamos hasta los tiempos de Cicerón para estudiar la retórica.
No, fue una sencilla observación a propósito de un deporte, precisamente disciplina para la que él, muy dotado en otras, era más bien negado.
Un día, viendo jugar en el patio, se hizo la siguiente reflexión después de ver el desarrollo del partido. Si en un partido de fútbol el árbitro pita una falta clara, todos están de acuerdo con el técnico, pero si la falta es dudosa, está claro que los seguidores de los respectivos equipos defenderán al suyo culpando de la falta al contrario.
Esa simple observación a él, que salía de un largo período de fidelidad cuasi irracional a la ortodoxia católica, apostólica y romana, le sirvió para comprometerse consigo mismo contra el seguimiento a pie juntillas de cualquier ideología del tipo que fuera y para no adherirse a ningún partido, facción, secta o grupo de ningún tipo.
También yo salía, como él, de un largo período de seguimiento a ciegas de la misma creencia religiosa. Si bien es cierto que tanto en su caso como en el mío, en los últimos tiempos de estancia allá arriba, en la sierra de Orihuela, aquellas certezas se iban resquebrajando y simultáneamente a las llamadas de la carne, propias de la edad, en el espíritu se abrían fisuras en el frágil muro de las creencias basadas en la fe y con escaso apoyo racional. Me refiero, para los que no la conocen, a la sierra donde se ubica el Seminario diocesano, factoría de curas, y años antes prisión, primero de golpistas y después de republicanos, donde los ministros del Señor con la misma mano que ofrecían a los reclusos el cuerpo de Cristo les administraban las ostias. Aún no se han borrado de mi retina las negras figuras pintadas en las paredes de los sótanos.
Aquella experiencia que a Luis le valió como una cura que le impediría caer en las trampas de cualquier ortodoxia, quizá no en otras, no me sirvió a mí de escarmiento sin embargo. En mi caso, liberado de aquella obnubilación, caracterizada por la salvación de las almas de los otros y mía, difícil de abandonar, me sumergí en otra no sé si de más o menos dificultad para liberarse, la socio-política, caracterizada más bien por la salvación de los cuerpos, es decir, por la liberación de la esclavitud laboral e intelectual en que se vivía bajo el franquismo y que, salvadas las distancias, pervive en los tiempos actuales.
En los últimos tiempos, ya repetidamente desengañado, hasta tal punto me he resistido a pertenecer a cualquier organización que me costó aproximarme a un club deportivo al que estoy sentimentalmente vinculado como socio fundador y en el que tengo no pocos amigos y aun así porque en sus inexistentes estatutos figura como club informal. Y tratándose de un club de corredores, cuando intentan formalizarse demasiado en mi presencia, salgo corriendo como en los buenos tiempos, que siguen siendo los presentes.
A veces me pregunto si debería perdonarle a mi amigo Luis que haya tardado tantos años en decirme esto que acabo de contar. Quizás me hubiera ahorrado muchos sinsabores. Quizá la culpa, si es que la hay, sea mía por haber tardado tanto tiempo en reencontrarnos después de aquellos irrepetibles años en la sierra. De los que sin duda también aprendimos muchas cosas, entre ellas el latín, lengua de la que procede la nuestra y que no se sabe por qué hace ya tiempo comenzaron a erradicar y continúan en el empeño hasta eliminarla de nuestro horizonte educativo, con el consiguiente empobrecimiento cultural.
No sé si no cómo pasaría él estos años serenos, malgré tout, recreándose en la lectura y traducción de aquellos hombres que nos precedieron en el tiempo. Me refiero al Ovidio del destierro. Al Virgilio de la Eneida o al delicado y soez Catulo cantando al amor.
San Juan, 4 de Abril de 2022.
José Luis Simón Cámara.