Ayer tarde, en una de mis cada vez menos frecuentes aunque persistentes visitas al barrio de Alicante, me senté con dos amigos en la puerta de un bar junto a las escaleras de subida. Aunque lo de amigos es un concepto tan vasto, por los grados y matices que abarca, alguien podría decir que su uso en este caso no es el más apropiado. Me explico. No se trata de dos compañeros de toda la vida conocidos durante los estudios o en el trabajo a lo largo de los 40 años de vida laboral ni por otro tipo de relaciones intelectuales o políticas. Mi contacto con ellos ha estado siempre delimitado geográficamente a una zona muy determinada de la ciudad. Concretamente al barrio de Santa Cruz, ese entorno entre la Rambla y el Castillo, donde desde los años 70 se concentraba una mezcla de gentes, en su mayoría jóvenes, desde la llamada progresía, que englobaba a los insumisos de la política, los opositores al régimen, los drogatas, los lumpen, toda esa amalgama igualada en su forma de vestir, indumentaria descuidada, vaqueros, camisetas, pañuelos al cuello, melena, hasta los nacidos allí que poco o nada tenían que ver con los visitantes. El barrio llegó a ser, a pesar de algunas redadas notables de la policía en persecución de camellos, un desierto donde ellos se movían como Pedro por su casa. Y nosotros, sedientos de paraísos artificiales, buscábamos el elixir de los sueños en los humos que nos envolvían mientras apurábamos las copas del cubata o el tequila en los muchos oasis que frecuentábamos. Allí los conocí. A uno detrás de la barra donde nos apoyábamos hasta altas horas mientras conversábamos de todos los temas del momento, desde las tías hasta la política, entonces no sé, ahora sí, en cuál de los dos más interesados. A otro lo conocí delante de la barra por los trapicheos propios del momento, eso sí, bastante limpios porque nunca llegaron al de aquel otro que en una ocasión, por fortuna nunca más repetida, antes de proporcionarme la mercancía se aproximó a la barra, se aisló a nuestro lado en una mueca que le enrojeció la cara, se metió la mano por la entrepierna y me pasó la bellota envuelta en un plástico que inevitablemente me llevé a la nariz y me hizo entender entonces por qué también llamaban mierda al chocolate o hachís.
Así conocí a estas personas hace ya tantos años que lo de menos es el origen de su conocimiento y lo de más que mantenemos el contacto tantos años ya que ha ido, con el tiempo y el trato, creciendo la confianza hasta el punto que puedo decir que confío tanto en ellos como ellos lo hacen en mí. Para ellos siempre he sido y soy el profesor. ¡Y cuánto echan de menos y lamentan la ausencia ya varios años de mi amigo inseparable de correrías, Paco, para ellos, el maestro! Mientras nos tomamos unas cervezas y gin- tonic delante del bar Mermelada, me preguntan, conocedores de mi afición, si sigo caminando por la playa y bañándome incluso en invierno. Esta misma mañana, les digo, después de llevar muy temprano a mi hijo al aeropuerto, de viaje a Bruselas, he aprovechado para ir a la playa, caminar por la arena y bañarme.. Pero ¿no vivía en Bruselas? Y les cuento. No, ya vive aquí, en mi antigua casa, aunque va a menudo. Esta misma noche regresa a Madrid porque mañana se desplaza a La Granja en Segovia, donde los de Elcano tienen un encuentro con el Rey. Y si vive en tu casa, tú ¿dónde vives? Yo vivo en mi nueva casa que es un antiguo café o pub de jazz, el Bennett. ¡Chico, no me digas! Y entonces Paco, en aquella época portero de disco-pub y conocedor del ambiente, empieza a contarme. A ese local fue en más de una ocasión el Rey cuando estuvo en la Academia General del Aire en San Javier y venía con amigos los fines de semana por la playa de San Juan y después recalaban en San Juan pueblo, donde estabael único bar de jazz de la zona. Me sorprendió aunque no tanto. Han sido tantas las gentes, yo entre ellas, que, llenas de sueños, pasaron noches y madrugadas entre estas paredes que aún ahora, muchos años ya cerrado, veo, a través de sus celosías que se mantienen como entonces, que pasan algunos lentamente buscando con miradas nostálgicas aquel gran letrero luminoso con el nombre del bar, ya desaparecido. Es más, quizá fuera ya premonitorio, en este mismo lugar, el Bennett, celebramos hace casi 20 años el medio siglo de mi compañera de andanzas. Esta misma mañana, al abrir la puerta de mi casa, me he tropezado, escoba en mano, con un barrendero, al que conocí en su anterior oficio como mecánico en la Citroen y, al enterarse de que vivía aquí, me ha repetido lo que ya tantos conocidos me han dicho: ¡Con las horas que hemos pasado aquí!
También se cuenta que otro rey, entonces príncipe, antepasado del actual y del mismo nombre, Felipe II, haciendo el Camino de Santiago de viaje a Inglaterra para casarse con María I, en el año 1554, pernoctó en una sólida casa de piedra, la casa de las Cuatro Esquinas, todavía en pie, situada en la calle Real, así llamada por su paso, en Rabanal del Camino, hito como se sabe, del Camino de Santiago. No sólo fue peregrino sino que dictó rigurosas normas para proteger a los peregrinos de los salteadores de caminos que, disfrazados como romeros, aprovechaban el camuflaje para asaltarlos, robarles sus enseres y, a veces, hasta la vida.
Se cuentan tantas cosas…..
San Juan, 20 de mayo de 2022.
José Luis Simón Cámara.