¡Quién lo diría!
Que algún día esta palabra
pudiera formar parte de un poema.
Cuando de madrugada me despierta
esa maldita obstrucción nasal,
abandono la cama
-cobijo del gozo y del olvido-
y me lanzo, sin quitarme las legañas,
en una carrera apresurada
hasta llegar al mar
donde busco,
aún no ha amanecido muchos días,
la zigzagueante línea que lamen las olas en la arena
y camino, camino sin cesar.
Mis pies se van hundiendo
y dejo un rastro de huellas picoteadas,
-hambrientas gaviotas-
Poco a poco el aire limpio mecido por el agua
comienza a penetrar por esos orificios taponados.
Su recorrido limpia las telarañas
y se hunde en los pulmones hasta ahora encogidos,
que se ensanchan como un globo.
Entonces,
-Aquiles de pies ligeros-
levito sobre esa sinuosa franja
que apenas roza la punta de los pies
y respiro, respiro, respiro
hasta que se hinchan los últimos recovecos
de esa caverna,
acordeón de música y de vida,
y la sangre se alborota oxigenada
y rellena las últimas cavidades
mustias hasta ahora
como una muñeca hinchable deshinchada, desmadejada.
Entonces,
dueño provisional de mi destino,
me desplazo como un Cristo sobre el agua
y me olvido ¡ay! de la noche
que llegará,
agazapada tras el día
y volveré a rendirme
-no hay resistencia posible
cuando se cierran al aire las compuertas-.
Y otra vez vuelta a empezar.
Abandonar nuevamente el lecho,
caminar de uno a otro lado,
subir y bajar escaleras,
vagar por la pequeña terraza mirando las estrellas
y esperar que pasen las horas
hasta que no sea demasiado loco
aparecer de madrugada por la playa
y volver a caminar sobre la arena
y volver a respirar por esa franja zigzagueante.
Respirar, respirar, respirar.
Y así un día y otro día.
Y así una noche y otra noche
hasta que llegue el día,
hasta que pase esta florida primavera.
San Juan, 15 de junio de 2022.
José Luis Simón Cámara.