¿Puede detenerte la policía si saltas la tapia del cementerio en lugar de entrar por su puerta principal? No sé si es éste el planteamiento adecuado porque desde tiempos inmemoriales, sea desde la época de la dictadura, sea antes o sea ahora, en plena democracia, la policía siempre ha tenido y tiene la posibilidad de detenerte, tenga o no derecho, y si no tiene derecho es igual, puede detenerte porque para llevar a cabo una detención sólo hace falta ejecutarla, es decir, ponerse delante del ciudadano, sea o no presunto delincuente, y colocarle las esposas. Así de sencillo, no hay que complicarse con razonamientos ni darle muchas vueltas. Pues sí, aquel día y por las razones que fuera, en este caso las creo justificadas, en lugar de entrar por la puerta salté por la tapia. Ya sé que no es muy propio de una persona, aún me cuesta decir de un señor, de 75 años, saltar desde una orilla del barranco hasta la tapia del cementerio y desde ella al suelo salvando una altura de dos metros aproximadamente hasta encontrarse en el interior del recinto. Desde luego ninguno de los residentes iba a ver perturbado su sueño eterno, primero porque toda la operación fue llevada a cabo con la máxima discreción y sin ruido alguno ya que la pericia del salteador fue tan cuidadosa que no cayó al suelo ni lo golpeó bruscamente sino que apenas rozó con la punta del pie, que ejerció de muelle, para ir posando poco a poco la planta como si de un secante o mecedora se tratara, y segundo porque nada más impropio de sus intereses que estar pendientes, me refiero a los residentes, del ruido que cualquier visitante pueda hacer.
Únicamente podría sobresaltarse alguno de estos últimos al ver saltar a cualquiera por la tapia estando todas las puertas abiertas. No tratándose además de un jovenzuelo con ropa deportiva que en su excursión por la montaña ha considerado el cementerio que se le presentaba como un obstáculo más a superar entre los muchos que la naturaleza presenta de forma natural en estas pruebas además de los que la organización del concurso suele plantear, trátese de un foso profundo, de unas vallas hechas de troncos o incluso de un cementerio de cartón piedra, en este caso real, pero cómo iba a pensar eso el corredor abstraído en su carrera, en la dosificación de su energía, en lo imprevisible de los obstáculos. Pero dejemos lo imaginario y volvamos a la realidad. Entre los descendientes de un residente conocido, el Morreta, en sus tiempos sobre la tierra dedicado a pastorear ganado, además de matarife y colega en el servicio a la patria en el cuartel de castigo España 18 de Cartagena, ahora universidad, uno echó mano al bolsillo y extrajo el celular. No sé a quién llamó pero no fue necesario saberlo. Minutos después vi aparecer por el pasillo central a dos uniformados sudando, humedecidos los sobacos de las camisas y siguiendo la indicación que marcaba el celular aún en la mano a modo de índice.
No fue ninguna sorpresa para mí verlos acercarse. Ya me alcanzaban con sus ojos, los míos puestos en sus pistolas. Pero justamente a dos metros de distancia giraron por otra calle a la izquierda y los perdí de vista. No era a mí al que buscaban.
Sn Juan, 1 de noviembre de 2022.
José Luis Simón Cámara.