Eso de que vayan enfermando y desapareciendo los amigos es una putada. No sólo por ellos, ya irrecuperables, sino porque te vas quedando solo y cuántas cosas en la vida se saborean tan poco si no las compartes con tus amigos. Te dejan solo y se quedan solos. La soledad acaba invadiéndolo todo.
Una casa solitaria con la puerta abierta batida por el viento, las paredes desconchadas en aquellas habitaciones que cobijaron del frío y la intemperie. Tejados hundidos con las costillas al aire. Un perro vagabundo escarbando en los alrededores. Las plantas rodadoras giran en la dirección del viento.
Y tú, ahí, cada vez más solo porque ellos, tus amigos, se han ido marchando uno tras otro.
La mayoría sin tener la cortesía, es verdad que innecesaria, de despedirse. Quizá tampoco ellos lo sabían. Que empezaba el viaje. Al principio no te lo creías. No puede ser verdad. Pero la evidencia se imponía. No es que no pueda ser verdad. Es que se trata de una de las pocas verdades. Incontestable. Irreversible. Como una piedra encima de la mesa. Ahí la tienes.
No ofrece dudas. Ya puede venir el capullo de Heidegger a repetir sus estupideces sobre el ser y el tiempo. La piedra está ahí sobre la mesa. Como los amigos, bajo tierra unos y otros volatilizados, según la moda de los tiempos. Y luego, después de llorar y estirarte de los pocos pelos que te quedan, como hacía Gilgamesh por la pérdida de su amigo, la inevitable reflexión de que algún día pasaremos a engrosar esa lista cada vez más abultada. Porque aunque no queramos confesarlo -todos se reirían de nosotros- se abriga, muy en el fondo, la secreta esperanza de que, bueno, de momento aún estamos vivos, quién sabe si alguna vez, hay tantas sorpresas en la vida, se investiga tanto y hay tantos descubrimientos que, ¿quién sabe?
Puras elucubraciones, pero vamos, que pasan por la cabeza. La imaginación es libre y no está sujeta a reglas, ¡eso faltaba! No es la primera vez que los humanos, ya desde la más remota antigüedad, aspiran a la inmortalidad, a no abandonar ésta, a veces desgraciada vida llena de miserias, pero no sé por qué después de tantas quejas, también ansiada aunque sea en condiciones penosas. Ya Celestina lo decía: “el niño desea ser mozo y el mozo viejo y el viejo, más; aunque con dolor. Todo por vivir, porque dicen “viva la gallina con su pepita1” (Acto IV).
Vamos que la saga no acaba. Gilgamesh, Celestina, Fausto. Y sigue la racha.
Porque hacer nuevos amigos ¡es tan difícil! Hace falta tanto tiempo para conocer a una persona. Cómo resumir en unos días la historia de toda una vida que tus viejos amigos, los de siempre, sí conocen porque la han vivido a tu lado.
No hace mucho ha caído en mis manos un imaginario diálogo, no sé si real, entre Borges y Rulfo, en que el ciego le pregunta:
“–¿Cómo ha estado últimamente?
Y el mejicano le responde:
–Muriéndome, muriéndome por ahí.
–Entonces no le ha ido tan mal, le contesta Borges.”
Eso por allá.
Yo por aquí, viendo cómo se mueren mis amigos mientras sigo vivo y la soledad se va agrandando con cada amigo que se va.
San Juan, 4 de Abril de 2023.
José Luis Simón Cámara.
(1) Pepita: tumorcillo que le sale a la gallina debajo de la lengua, y que no dejándola comer le causa la muerte.