Las elecciones generales del 23 de Julio dejan un panorama meridianamente claro. Ningún partido puede gobernar solo ni tampoco con sus afines.
El partido ganador quemó las naves de posibles pactos con los grupos independentistas, por lo que su gobierno con ellos es imposible.
El partido socialista, que ha capeado difíciles temporales con sus socios estables y esporádicos, se metería en un berenjenal de resultados imprevisibles si aceptara humillarse más aún a sus apoyos del pasado, sobre todo al del que huyó como una rata.
La otra alternativa, repetición de elecciones, la descartamos por agotadora después de tantas convocatorias y por inútil a tenor de las últimas repeticiones que arrojaron casi el mismo resultado.
¿Qué opciones quedan?
Desde hace años los partidos ganadores sin votos suficientes para gobernar solos habrían deseado el apoyo o la abstención de la oposición mayoritaria para no depender de los partidos minoritarios que siempre acaban sacando tajada en sus circunscripciones, habitualmente en perjuicio, así lo perciben al menos, del resto de los españoles. Todos se han quejado alternativamente de las concesiones que los distintos gobiernos del Partido Popular o del Partido Socialista han pactado con sus socios de investidura para mantenerse en el gobierno.
Puesto que ha quedado muy claro que el pueblo español no quiere dar la mayoría absoluta a ningún partido ni a ningún bloque, los políticos deben sentarse a dar salida a la situación.
La solución que iría en la dirección del voto mayoritario sería un gobierno del PP con el apoyo o la abstención del PS a cambio de unas condiciones. Siempre sería más razonable someterse a las condiciones de un partido que ha obtenido el 31% de los votos que a las del que sólo ha obtenido el 11%.
Las condiciones son pocas y claras:
Ni un paso atrás en derechos laborales, sociales e individuales.
O si hay un paso atrás a cambio de dos adelante. Esto a nivel de política interna. A nivel de política exterior, primero consensuar algunos temas como el Sáhara y esas sospechosas concesiones a Marruecos en detrimento de los Saharahuis y de Argelia. En cuanto a Europa, teniendo en cuenta que los líderes de los dos partidos siempre tienen en la boca la defensa de los intereses de España, el futuro presidente Núñez Feijóo debería aprovechar el cartel que tiene su predecesor en los ambientes europeos y su competencia lingüística para investirlo su representante en los asuntos de Estado para la política exterior.
Esta división de quehaceres redundaría sin lugar a dudas en eficacia, presencia y prestigio de España como Estado modelo de convivencia y progreso.
Dejaría por otro lado a las fuerzas periféricas nacionalistas, no en la irrelevancia pero sí en su justo lugar.
Sería además un ejemplo de convivencia, diálogo y tolerancia que se transmitiría a los ciudadanos que muchas veces imitan el comportamiento de sus líderes, dejando atrás épocas de crispación, insultos e intolerancia.
Seguro que todos saldríamos beneficiados. Y también, sin duda alguna, los gobernantes que, anteponiendo los intereses del país a los suyos propios, han llevado a cabo esta experiencia.
Su ejemplo quedaría grabado en el mural de la historia como el de aquellos gigantes que, con tantas diferencias, consiguieron, cediendo en sus posiciones, sacar a España de la dictadura a la democracia que disfrutamos.
San Juan, 24 de julio de 2023
José Luis Simón Cámara.