Se acaban los adjetivos para calificar esta dinámica infernal. Asesinos unos y asesinos otros. La intensidad sólo depende de la capacidad. Ocupas y ocupados.
Eso por allá, en la tierra del Cristo, aquel judío que pregonaba perdonar al enemigo hasta setenta veces siete, la misma tierra de los fariseos que defendían la ley del Talión, “ojo por ojo y diente por diente”, siglos después asimilada por el Islám.
Por aquí, todavía y siempre la misma miseria guerra-civilista con corbata y, por ahora, sin pistolas que podrían volver a aparecer si llegara el momento.
¿Cómo pretenden nuestros (por decir algo) líderes políticos ejercer su función educativa sobre los ciudadanos cuando sus discursos respectivos son casi siempre, con contadas excepciones, descalificativos, insultantes, despectivos?
¿No están alimentando así los bajos instintos, las turbias pasiones de los ciudadanos cuando ellos parecen entregados a ver quién va más lejos en los exabruptos?
Que si tú te reúnes y pactas con ultraderechistas.
Que si tú lo haces con terroristas, extremistas e independentistas.
Vamos a ver.
¿No han decidido los tribunales de justicia que todos ellos, los de uno y otro signo, cumplen los requisitos para formar partidos legales con posibilidad de presentarse a las elecciones y de ser votados por los ciudadanos?
Si todos ellos son legales y están, por tanto, dentro de los lindes de la Constitución, ¿es reprochable que conversen unos con otros?;¿es censurable que lleguen a acuerdos siempre que respeten la carta magna?
¿Es civilizado que se establezcan cinturones sanitarios con determinados partidos porque sus planteamientos no coinciden con los de los otros?
¿Acaso no hablan y negocian entre sí partidos o países tan enfrentados políticamente que llegan a las manos y se declaran la guerra?
¿No es más deseable que incluso en situaciones de guerra se abandonen las armas y sean sustituidas por las conversaciones, por las negociaciones?
¿Tienen que acabar, según ese punto de vista, las diferencias y las guerras con el aplastamiento del adversario? ¿Es eso lo que queremos ahora que ocurra en Palestina, que la situación se resuelva con la aniquilación del enemigo? Sabemos que ésa no es la solución. La sangre derramada sólo sirve de abono para el odio. Y el odio es el veneno que antes o después volverá a levantar las armas para seguir derramando más sangre. Y sangre de quienes quieren luchar y de quienes se ven arrastrados a la lucha y de quienes no quieren luchar y de sus hijos y de sus ancianos y de tantos que acaban derramando también la suya por esa dinámica de locura que ha llevado siempre en la historia a la desgracia y a la destrucción de los pueblos, de los ciudadanos, de los seres humanos, más allá de sus patrias, razas y religiones.
La solución no está en las armas. Bien lo sabían el músico judío Daniel Barenboim y el crítico palestino Edward Said cuando, como contribución a la solución del conflicto, crearon la West-Eastern Divan Orchestra con jóvenes músicos israelíes, palestinos y árabes para que convivieran cultivando la música, el respeto y la amistad.
Deberían nuestros (es otro decir) políticos y los de más allá, asistir todos los días a unas clases de aprendizaje cívico y desterrar de una vez el uso de las palabras como balas.
Y aprenderse y practicar el viejo poema de Machado:
“Tu verdad, no, la Verdad; / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”
San Juan, 15 de octubre de 2023.
José Luis Simón Cámara.