Después de tantos años interesado en el desarrollo de los acontecimientos políticos en el mundo en general y en España en particular, ha llegado una época, la que vivimos, en que se está visibilizando tan claramente el interés personal de los dirigentes políticos, me refiero ahora especialmente a los vinculados al mundo de la llamada izquierda, que aquellos que siempre habían creído que su objetivo era el servicio a los ciudadanos y el respeto a la ley y la justicia, están sintiéndose defraudados o decepcionados o desencantados, hasta el punto de perder toda ilusión por el devenir de la actividad política. Para evitar esta penosa sensación he intentado observar la realidad política, la calle es otra cosa, con desapasionamiento. Mirar el movimiento de los actores políticos igual que miro las llanuras o las montañas. Están ahí, al margen de mis gustos. Y las acepto como son. ¿Cuáles son los objetivos de las distintas fuerzas o partidos políticos? Alcanzar el gobierno. Ese es su último objetivo. ¿Para qué? La respuesta es simple y clara. Todos dicen lo mismo: Para conseguir el bienestar de los ciudadanos. ¿Se entendería que algún partido político dijera lo contrario? A partir de estas premisas las conclusiones son también bastante claras. Poner en marcha todos los mecanismos para obtener el poder. Se diga “hacer de la necesidad virtud” o se diga que “el fin justifica los medios” es bastante parecido si no es lo mismo. Si me hace falta el apoyo de quienes pueden quitarme el sueño, tomaré somníferos, pero no voy a prescindir de sus imprescindibles votos. Si me hacen falta los votos de quienes han puesto en jaque los cimientos de la convivencia, olvidaré esas nimiedades y les pediré perdón si hace falta, me humillaré a negociar el futuro del país con quienes quieren trocearlo, pero ¡ojo!, conseguiré mi objetivo que es mantenerme en el poder que tanto me ha costado conseguir. ¿Y la Constitución? Bagatelas. Ya lo decía Groucho: “Si te gustan estos principios, bien; si no, tengo otros”. Se acabó el tiempo de la admiración de aquel militante socialista que enfrentado al aparato del partido recorrió en su asno los campos de la patria, enfervorizó a los militantes de a pie, se enfrentó a los próceres del partido, se enfrentó al aparato y con solo sus fuerzas y osadía, se hizo con el poder hasta escalar frente a todas las adversidades la jefatura del gobierno. Ahora, además, veo con incredulidad que el último y, quizás, único argumento que esgrimen los defensores de estos posicionamientos cada vez más intransigentes1, es el miedo a la derecha. Y eso no puede ser un argumento. Y volvemos a Maquiavelo. Que no gobierne la derecha no justifica lo injustificable en las alianzas de la llamada izquierda que cada vez veo menos izquierda y mucho menos aún progresista. De modo que quítense los antifaces y digan las cosas por su nombre. El objetivo es el poder y lo demás son cuentos que pueden creerse los niños pero no los adultos sin intereses creados. Hace unas semanas juró o prometió, ¡qué más da a estas alturas!, su cargo ante el Jefe del estado el nuevo presidente del gobierno. Poco después nos hemos enterado, en mi caso sin levantar la vista del plato de lentejas, de los nuevos ministros de ese gobierno que apenas me importa un bledo porque no me creo ni una sola palabra que salga de la boca de quienes en tantas ocasiones nos han mentido como cosacos.
San Juan, 26 de enero de 2024.
José Luis Simón Cámara.
1. Como demuestran los recientes casos de expulsión y condenas de insobornables pensadores como Fernando Sabater o Javier Cercas.