COSAS DE HERMANOS

El pasado año se celebró la primera edición de la marcha cicloturista “Hermanos Herrada” que para quien no los conozca explicaré someramente quienes son.

A saber. Fernando es el que nunca sale porque fue eclipsado por sus hermanos. De entre los otros dos uno ha destacado aún más. Quedan pues José y Jesús, el segundo es el más joven, pero el que mejores logros ha obtenido. Son como los Ingebrigtsen de Mota del Cuervo salvando las distancias. El último logro de renombre que obtuvo el pequeño tuvo lugar en la Vuelta con etapa con final en alto, concretamente en la Laguna Negra. Jesús dio una clase magistral de cómo han de hacerse bien las cosas.

Hace doce meses, como digo, inicié la marcha con mi hermano – de hermanos va la cosa – porque nos hacía ilusión por celebrarse en Cuenca, nuestra tierra y por que la organización corría de manos de una familia muy querida y admirada por aquellos lares. Desafortunadamente la desgracia quiso que a media carrera se suspendiera por el fallecimiento accidental de un participante así que todos nos volvimos a casa con el estómago vacío y hecho un nudo.

A pesar del mal comienzo los Herrada decidieron seguir con el proyecto y este año hemos repetido terminando encantados con la organización y cómo no con la marcha en sí. Para quien no conozca esa tierra bastará con decir que discurre por buena parte de la serranía conquense y atraviesa parajes de enorme belleza como son los Callejones de las Majadas, el embalse de la Toba, la población de Uña y su preciosa laguna, la Ciudad Encantada y otros lugares similares.

Para mí lo importante consistía en participar acompañando a mi hermano mayor, terminar los dos juntos y hacerlo dentro del corte, lográndolo finalmente y quedando muy satisfechos.

Para el año que viene ya tenemos marcada la fecha en el calendario, creo que no debemos faltar.

Marcha Hermanos Herrada. 120 km. + 1700 m.

Cuenca, 5 de octubre de 2024
Julián

Evocación.

Una de las muchas flores que caen del jazminero se posa sobre mi taza de té.

Y mientras me voy recreando en su exótico sabor, esa flor, sólo esa flor, no los miles que se arremolinan por el suelo del patio caprichosamente transportadas por el aire del otoño, sólo esa flor me recuerda aquellas inolvidables tardes de París en el barrio latino por la estrecha calle de la Huchette, junto a aquel pequeño teatro donde ininterrumpidamente se seguía representando noche tras noche La cantante calva de Ionesco durante tantos años. Paralela al Sena, entre el bulevar Saint Michel, sus librerías, su fuente y la calle de Saint Jacques, por cuyas ventanas se escapaba el sonido de trompetas y saxos con tristes melodías de jazz, la vieja y mohosa iglesia de San Severin, en medio del río Nôtre Dame, esa hermosa y antiquísima iglesia gótica que aún no sabía que sería devorada un día por el fuego, calle llena de pastelerías árabes, de carnes piramidales giratorias y de cafeterías, aquél, ahora pequeño, entonces inabarcable cuadrilátero formado por la calle Huchette, enfrente el bulevar Saint Germaine con sus ruinas de otros tiempos en medio de la ciudad, y por el otro lado el bulevar Saint Michel y enfrente la calle Saint Jacques, en este entrañable laberinto tomé por primera vez en mi vida, no fue mi única experiencia, un té al jazmín. ¡Cuántos recuerdos encerrados en ese ring de inciertos asaltos, de encuentros inimaginables, un desarreglado Sartre saliendo de un café enfundado en sus gafas y larga gabardina junto a su poco atractiva Simone de Beauvoir, allá tras las cristaleras Carlos Saura y la delgadísima Geraldine o caminando por Saint Jacques, desenvuelto, arrollador, casi gigantesco Ives Montand de quien aún cuelga en mi imaginación la frágil y menuda figura de Edit Piaf, mi amigo Pinki me enseña riendo aquella foto de Georges Moustaki montado sobre una moto con cara de velocidad y poco después, vestido con el viejo abrigo de mi padre, solapas levantadas, pidiendo unos céntimos apostado a la entrada del metro donde yo rasgueo la guitarra y sólo Madeleine echa unos céntimos al pañuelo sobre el suelo, para comprarnos una botella de vino y bebérnosla, como los viejos clochards, sentados a la ribera del río los pies colgando casi a la altura del agua ajena al canto monótono de los butaneros adoradores de Hara Krisna emergiendo o desapareciendo por las escaleras del río, negros con escobas barriendo por las cuevas del Metro y por la calle, árabes endulzando el asfalto con sus olores, allá caminando con su cazadora de cuero un joven y todavía desconocido Paul Auster embebido en sus lecturas por la calle, las concentraciones de los innumerables exiliados sudamericanos en la Mutualité para protestar por el golpe de Pinochet el 11 de septiembre de 1973 con la lectura de aquellos versos, los últimos, de Pablo Neruda y otra vez con Pinki caminando por los bosques de Marly-le-Roi, rodeados de frías nórdicas y norteafricanas cariñosas, por suerte desconocedoras de Mahoma, subidos o bajo los árboles al ritmo de La historia de una Pradera, en el bar junto al bosque discutiendo sobre el bien y el mal con un joven alemán, estudiante de teología y ligón, aquel ciego capaz de coger entre muchas su botella de cerveza sobre la mesa sin confundirse, sin derramarlas, ¡qué sorpresa cuando tras varios días supimos de su ceguera!

Sí, sólo una flor del jazminero posada sobre mi taza de té.

El Siscar, 28 se septiembre de 2024.
José Luis Simón Cámara