Bueno, «más vale tarde que que nunca». Ahora que está tan de moda pedir perdón, me vais a disculpar que publique hoy la crónica de una carrera de Marzo, pero la culpa —se pide perdón, pero la culpa siempre la tiene otro— la tuvo una sinusitis que me dejó baldado después de la carrera y, entre pitos y flautas, no tuve tiempo de decir ni «mu».
En fin, ¿recordáis que os conté que en Madrid no hay forma de encontrar una Media sin cuestas? Bueno, pues cuando vas a Segovia es ya el acabose. El perfil de la carrera es muy sencillo: con el impulso del cañonazo de la Academia de Artillería —una pieza de artillería de 75 mm—, y sobrecogidos por el vuelo rasante de un helicóptero, se sale en tropel durante el primer Km, para luego empezar a subir un par de Kms —al ritmo de las canciones de los chicos de la Academia— y bajar a tumba abierta hasta el río —estamos en la parte más baja del recorrido (Km 7)—; desde aquí, será todo una gran cuesta —con algún pequeño descanso— hasta el Km 16; a partir de este punto y hasta la meta, se trata de «dejarse llevar» —más que nada, porque ya no te quedan fuerzas para más—.
Este año, a diferencia de anteriores, hizo un día fantástico, con un sol radiante, y una temperatura tirando a calurosa. La jornada fue propicia, y toda Segovia estuvo en las calles animando de una forma espectacular. El recorrido es muy duro, pero el ambiente es sencillamente espectacular. Y espectacular es también el cochinillo que comieron muchos corredores al terminar y al que —snif, snif— tuve que renunciar para atender a las obligaciones propias de mi sexo. Pero no importa, porque Segovia es un lugar para volver… siempre.
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