Carta al Presidente del Gobierno

Ya sé que no puedes hacerlo, pero quizá valdría la pena que lo intentaras. Aunque haya cosas que desconozco en sus pormenores, grosso modo sé que necesitas su apoyo parlamentario para poder seguir gobernando, con cierta independencia, relativa porque estás en manos justamente de los indepes. Yo entiendo que todo el mundo quiere sacar tajada de su posición de fuerza. Es normal. Si te apoyo es a cambio de algo. No seamos inocentes. El altruismo no suele ser común. Todo eso lo entiendo y lo acepto. ¡Qué remedio!. Bien, admitido todo este preludio, hay cosas que no se pueden entender y, por consiguiente, es muy difícil aceptar. Desde hace años se ha instaurado una reunión periódica de los presidentes de las distintas comunidades autónomas con el presidente del gobierno de la nación. A esa reunión han acudido sistemáticamente todos los presidentes autonómicos excepto los de Euskadi y Cataluña. ¿Y cuáles son las razones por las que, a parte de mala educación, no asisten a esas reuniones? Unos y otros han dado sobradas muestras con la espada y con la pluma respectivamente de desprecio por el resto de ciudadanos que, aunque vivan en sus territorios que consideran exclusivos, no tienen su pedigrí. Y eso los ha llevado, a unos a dejar un reguero de sangre y a otros una sarta de escritos y declaraciones repugnantes sobre su superioridad. Todo eso está ahí. Es historia. Podemos incluso llegar a perdonarla. Pero no podemos ni debemos olvidarla. ¿Cómo van a asistir en pie de igualdad a esas convocatorias con los que ellos consideran inferiores y con los que se les iguala? Aun así, es sorprendente que a esta última convocatoria haya asistido el lehendakari, dando, por una vez, más muestras de racionalidad que los catalanes que, pertinaces, por más que se les castigue, por más que se les perdone, siguen en sus trece. Pues sí, lo que yo haría, aunque fuera presidente gracias a su apoyo, sería, en primer lugar, y es lo que más les dolería, negarles su asignación económica como autonomía. Y en segundo lugar no asistiría, como hacen ellos, al encuentro entre los presidentes de la Generalitat y del Gobierno, hasta que no aceptara esas reglas del juego que nos hemos dado. Que para concesión ya está bien con los indultos que, ojalá, sirvan para bajarles los humos más de lo que por el momento parece, que no es mucho. Sí, quizá me quitaran los apoyos parlamentarios para seguir gobernando. Entonces veríamos qué hacía el Partido Popular u otros con esos pocos de sus diputados que harían falta para reducir a la irrelevancia a los indepes de una y otra estopa. Entonces quedarían las cosas mucho más claras.

San Juan, 1 de agosto de 2021.

José Luis Simón Cámara.

Ojos para ver

Ya sé que la medicina ha dado pasos de gigante en todos los sentidos. El más importante, sin duda, el terapéutico. Sin dejar de lado la atención al paciente. Me refiero a la atención cordial. Vamos, que el enfermo se sienta personalmente atendido, no sólo un objeto de atención como si de un vehículo se tratara. Al coche, moto o embarcación poco le importa ser tratado con mayor o menor afecto o delicadeza. Lo importante es su arreglo. Que le rectifiquen o cambien una pieza. En el caso de los humanos, eso sigue siendo también muy importante, pero no lo es menos el tipo de atención. La delicadeza, amabilidad, incluso cariño del que necesitamos los humanos, que es tan importante teniendo en cuenta el estado de desánimo o de hundimiento con el que un paciente suele acudir a un centro hospitalario donde las dimensiones y aglomeración reducen al paciente al anonimato, a un número, al trato despersonalizado. La humanización de la medicina, vamos. Lo que no podía imaginarme es que ese objetivo, tan plausible, tan deseable, llegara al punto que mi amigo Rafa me contaba una de estas mañanas corriendo hacia el mar, tan temprano aún que cabría la posibilidad de pensar si era más bien resultado de un sueño, todavía reciente, o fruto de una experiencia real. La cuestión es la siguiente, aunque quiero dejar claro desde el principio que la verosimilitud de la historia depende en gran medida de la credulidad o incredulidad del lector.

Mi amigo, el tiempo no pasa en balde, necesitaba que le limpiaran los cristalinos de los ojos, esa nubecilla también llamada cataratas que se interpone entre la pupila y el mundo exterior. Pasado un mes de la exitosa intervención volvió a la clínica para una revisión, ya definitiva. No diré su nombre por fuerza mayor. Lo recibieron en recepción y poco después una enfermera lo condujo a una dependencia adaptada para la prueba. Indicó al paciente que se sentara en un alto sillón con respaldo y reposabrazos. La enfermera se ausentó unos minutos tras un biombo y volvió a aparecer desnuda y sentada sobre una plataforma móvil situada sobre un carril de desplazamiento. Al paciente, incrédulo ante la visión, se le abrieron los ojos como platos. Impensable método mejor para estimular y comprobar la agudeza visual tras una operación de esas características. Cuando la enfermera supuso que el paciente había recobrado la calma tras el sobresalto inicial, comenzó a darle instrucciones avanzando y retrocediendo sobre su “potro domado”. “Tápese el ojo izquierdo con la mano, fije su mirada sobre la teta derecha y dígame cómo la ve: si relajada, erecta, redonda o delgada”. Él no sabía qué decir, aturdido como estaba. Ante su incertidumbre, ella se le acercaba en el artilugio sobre railes. “¿La ve mejor ahora?”. En ese estado de aturdimiento, de incredulidad, de sorpresa, fueron pasando los minutos interminables entre el gozo de visión tan inesperada y la incapacidad para articular respuesta a sus preguntas. Después le hizo tapar el ojo derecho y observar la teta izquierda. Ya con los dos ojos abiertos si las tetas eran simétricas o asimétricas, erectas o colgantes, redondas o puntiagudas, orientadas al Este o al Oeste, incluso ¡qué ternura! Si tenían forma de lágrima. A continuación pasó, desde más cerca, a los pezones, también con los dos ojos abiertos. Si eran iguales o desiguales, planos o puntiagudos, peludos o pelones. Mientras las gotas de sudor le impedían centrar la mirada en los puntos de referencia, ella, con frialdad profesional, iba anotando en una ficha las pocas indicaciones que en su atolondramiento le proporcionaba. Acabadas las múltiples preguntas, el potro mecánico reculó hasta el fondo, ella descabalgó, se ocultó tras el biombo y volvió a aparecer, vestida con su uniforme de enfermera, como lo había recibido, y con un amago de sonrisa entre irónica y cómplice. Lo acompañó hasta el vestíbulo y le anticipó los resultados positivos del informe aunque lo recibiría más detallado en casa. Ya saliendo de la clínica entendió el alcance de aquel documento de confidencialidad que le hicieron firmar antes de la intervención. Ahora comprendía su significado.

San Juan, 11 de julio de 2021.
José Luis Simón Cámara.

A propósito de “Viaje al sur”

Leyendo el muy interesante, incluso ahora, “Viaje al Sur” de Juan Marsé, escrito hace 60 años y recientemente publicado por primera vez, se me han removido historias paralelas vividas o presenciadas por mí pocos años después de las que nos cuenta, y, espoleado por ellas me atrevo, sin pretender emularlo, más bien corroborarlo, a contarlas yo ahora. Seis años después de aquel 62 nos encontrábamos una tarde en un bar de la calle San Pascual de Orihuela unos jóvenes de 17 a 19 años. Uno de ellos, Santi, había coincidido conmigo unos meses en el Seminario Diocesano, donde se estudiaba para cura, arriba en la sierra. El otro chico, Ángel, era amigo suyo de la infancia. Deseosos ambos de largarse de España en busca de trabajo, escaso por estas tierras, quedamos en vernos para traducirles unos folletos con ofertas de trabajo. Estaban escritos en francés, lengua que yo apenas conocía aún aunque tenía más idea que ellos y el destino era Suiza. Con ayuda de un diccionario fuimos descifrando el significado de aquellos papeles y, después de un largo rato concentrado en la traducción de los requisitos y las condiciones del trabajo, que ellos escuchaban boquiabiertos, giré el folleto, como un tríptico, y vimos que también venía en español toda la información que nos había costado un buen rato de esfuerzo y dos o tres cervezas cada uno. Las carcajadas, el pataleo y los golpes sobre la mesa fueron tales que despertaron la curiosidad de las mesas próximas que no paraban de mirar. Cuanto más que Santi, ya bastante conocido en la ciudad y por alguno de los presentes, contaba entre risotadas, las suyas eran escandalosas y estentóreas, lo que acababa de ocurrirnos. El bar en cuestión lo visitábamos en otras ocasiones para hacer aquellos guateques donde los jóvenes se juntaban para beber y bailar. Allí mismo, en uno de ellos había hundido mis labios, quizá por primera vez, en el cuello de una joven, Andrea, más experimentada que yo en esas lides, recién salido del Seminario como estaba y descubriendo algo más tarde que los chicos de mi edad las convulsiones eróticas hasta entonces limitadas a románticas ilusiones sólo imaginadas o a impensadas erecciones incontroladas que me obligaban a girarme sonrojado en el ascensor con mi entonces joven y atractiva vecina. Esto ocurría dejados atrás aquellos años del Seminario en que el desquiciamiento llegaba al punto de masturbarnos mientras rezábamos el “yo pecador” cuando nos bajábamos los pantalones para aflojar el cilicio, cuyas puntas se hundían en el muslo o en los riñones, teóricamente para adormecer las pasiones y que, a veces, sólo conseguían despertarlas. Y en aquella ciudad aún marcada por la omnipresencia ineludible de la casposa iglesia católica, apostólica y romana, dirigida por uno de los obispos más intransigentes, Pablo Barrachina, exfalangista y preconciliar pastor que quizá pensara que su rebaño estaba formado más por lobos que por dóciles ovejas. Cuando digo preconciliar me refiero, para los no iniciados, al Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, que supuso una bocanada de aire fresco para el irrespirable clima aún vigente desde el Concilio de Trento, 400 años atrás. Afortunadamente, por mucho control que la clerical ciudad quisiera imponer a sus feligreses, no se podía enfrentar al vigor de la primavera, a los olores del azahar, al crepitar de la sangre que, incontrolable, bullía en las venas de la juventud que frotaba sus labios y sus vientres, revolcándose bajo los limoneros con aquella morena del diente roto o en la oscuridad de las aceras a la vez que desfilaban en Semana Santa, tristes y en silencio, los pasos de la pasión por sus calles empedradas de nazarenos y de cánticos pidiendo misericordia por los pecados, como si de una religión de esclavos se tratara. San Juan, 1 de junio de 2021. José Luis Simón Cámara.

La tabernera

La tabernera [1]

¡Cuánta razón tenía la tabernera!

Hombre, no le vas a quitar la esperanza a quien quiera tenerla, a quien quiera mantenerla a pesar de todas las evidencias tras la muerte. Como la desaparición por deglución de los gusanos o la evaporación por el fuego o la conservación por embalsamamiento de los poderosos faraones, o el acartonamiento de aquellos por azares de la naturaleza como haber sido sepultados por milenios bajo toneladas de nieve o bajo las cálidas arenas del desierto.

¿Alguien puede pensar, con los conocimientos a nuestro alcance, que alguno de esos cuerpos atomizados o acartonados puede volver a albergar la vida, cualquier tipo de vida? Son ganas de querer creer en lo increíble, pero, bueno, no hace daño.

Uno puede creer en lo que quiera, pero tiene que saber que con esa creencia no puede ir mucho más allá de la esquina de su casa o se irá dando de bruces contra la realidad.

Claro que querríamos volver a encontrarnos con nuestro seres queridos en el más allá o en el más acá, eso es lo de menos. Pero ¿alguien en su sano juicio puede pensar que eso sea posible? ¿Por qué no asumimos la realidad, lo único que tenemos, todo lo demás son ilusiones, y nos echamos a la cara a esos seres que luego añoraremos tanto ahora que los tenemos delante? ¿Por qué no llevamos a cabo ahora todos esos proyectos que guardamos para el futuro del que, al menos, sabemos que es incierto? ¿Por qué no afrontamos ya…….?

Me parece que cuando lo confiamos todo al futuro es que en el fondo no queremos afrontarlo. Nos engañamos con tanta frecuencia a nosotros mismos que no sé por qué la gente se sorprende cuando se siente engañada por los otros. ¡Cómo me gustaría encontrarme con aquel amigo después de tantos años! Si eso fuera verdad, cerrarías la puerta de tu casa y correrías a lomos del viento en su busca.

¿Para qué te engañas a ti mismo cuando sabes que en el fondo quieres olvidarlo, cuando incluso aquella vez te diste la vuelta porque lo viste aparecer a lo lejos en la calle?

Tememos tanto la soledad que dejamos abierta la posibilidad de volver a encontrarnos con quien tiempo atrás nos hizo compañía aunque ya no queramos volver a verlo. Otra forma más de autoengaño. Pero lo hacemos tan a menudo..

Quizá se os haya olvidado ya el nombre de Siduri, la primera o una de las primeras taberneras de la historia. Aquella tabernera que, guiñando el ojo, trataba de que aquel forastero de inusual envergadura llamado Gilgamesh, desistiera de su ilusorio propósito de encontrar la inmortalidad.

–“¿Por qué vagas de un lado para otro?

La vida que persigues no la encontrarás jamás. Cuando los dioses crearon la humanidad, asignaron la muerte para la humanidad pero ellos guardaron entre sus manos la Vida. En cuanto a ti, Gilgamesh, llena tu vientre, vive alegre día y noche, haz fiesta cada día, danza y canta día y noche, que tus vestidos sean inmaculados, lávate la cabeza, báñate, atiende al niño que te tome de la mano, deleita a tu mujer, abrazada contra ti. Ésa es la única perspectiva de la humanidad”

(Tablilla X, columna III, versión paleobabilónica, del Poema de Gilgamesh).

San Juan, finales de mayo de 2021.
José Luis Simón Cámara.

[1] No, no me refiero a la Sánchez Ayuso. Ni siquiera Max Estrella inventando el esperpento en el fondo del vaso en la taberna de la Picalagartos…. Por favor, un poco de respeto.

Carpe diem

No hay mejor tiempo, a pesar de las tormentas, no hay mejor época, a pesar de sus miserias, no hay mejor lugar, a pesar de las sequías, que el tiempo, la época y el lugar en que cada cual pasa sus días.

¿Qué importan las envidiables temperaturas del pasado o del futuro si no existirán para mí ni han existido?

¿Qué importan las doradas épocas pasadas o las depuradas por venir si nunca habré podido gozarlas ni las podré soñar?

¿Qué importan los lugares paradisíacos, trátese de la Mesopotamia bíblica o de esas playas del Caribe que nunca voy a visitar?

Dejémonos de zarandajas, dejémonos de lamentos, dejémonos de ilusiones vanas.

Lo único que tenemos, lo único que cuenta es el hoy, es el aquí. A lo sumo el mañana inmediato que aún tenemos al alcance de la mano. A lo sumo las tierras vecinas, sean montañas, valles o praderas, también al alcance de la mano.

Y así como el tiempo y las tierras, todo eso que nos rodea, sean amigos, sean alamedas, sean doradas botellas de vino de cualquier parte, sean barriles de cerveza, alemana, belga o mexicana, sean cuerpos amigos a los que abrazarse, con los que perderse en el laberinto del deseo, sea la búsqueda de la luna escondida tras esas nubes tan hermosas a veces, tan impertinentes otras, sea el par de zapatos, sí, viejos pero tan cómodos o aquella camisa tan manida, tan confortable, sean las olas del mar que te acarician, que te refrescan y desprenden los granos de arena pegados a la piel con el super glue del sudor, caminar por la calle o por el monte y pararse a mirar escaparates y observar, tan tímido, la silueta de esa joven atractiva que no te atreves a mirar de frente a la cara, pararte a sacarte la china del zapato apoyado en una farola, bostezar sin tenerte que poner la mano en la boca o meterte el dedo en la nariz que siempre te recrimina tu padre, esas cosas tan simples, tan corrientes que cada una por separado no son nada pero que todas juntas acaban por ir conformando tu vida, qué poca cosa hombre, dirás, pero aún no hemos acabado, también ir mirando por las estanterías de la biblioteca a ver qué autor encaja con tu estado de ánimo actual o visitar algún museo, que no dejan de ser cementerios del arte, o ir de cuando en cuando al cine, eso sí que me envuelve cuando llega a interesarme, cuando consigue coger un trozo de la vida de la calle y meterlo en el celuloide, como si estuvieras en un puesto de caza y los perros azuzaran a los animales que pasan por delante de tus narices en lugar de ir tú corriendo tras ellos, aunque la verdad, a mí me gusta más ver las películas por la calle, cuando pasan de verdad y las estoy viendo pasar con los ojos de mi cara, pero bueno, a veces tampoco está mal que te las traigan mientras tú las ves cómodamente sentado sobre todo si en el exterior hay una tormenta y a pesar de la potencia de la megafonía alcanzas a escuchar el fogonazo de un relámpago.

En fin, nunca he dicho que no me importe lo que pasó hace muchos años o lo que pasa muy lejos de mi tierra o lo que pueda pasar en el futuro, ¿cómo no va a importarme? Pero sobre el pasado, la lejanía y el futuro es bien poco, si acaso, lo que puedo hacer. Sí puedo en cambio disfrutar el presente que toco con las manos, sí puedo saborear todo lo que rozan mis labios, sí puedo exprimir la vida que me queda como un zumo refrescante y compartirla con todos los que me rodean, con todos los que quiero. Todo eso, sí que puedo.

San Juan, 30 de abril de 2021.
José Luis Simón Cámara.