Amanecía un día espléndido a las 6 am para juntarnos Kaito, Sento y yo y lanzarnos a disputar lo que debería haber sido una marcha organizada por el grandísimo Vicente Belda en Cocentaina y que iba a coincidir con nuestro estreno en esta modalidad.
El distendido ambiente que reinante en la salida y la animación de la serpiente multicolor tras el pistoletazo de salida, no hacía presagiar lo que en el km 10 iba a ocurrir.
A pesar de ser una marcha neutralizada hasta el puerto de Tudons, la velocidad de la cabeza estiraba ya desde los primeros kilómetros el pelotón y nosotros para variar rodábamos en el grupo de cabeza cuando iniciamos la subida de una rampa tras una larga bajada y oímos a unos 500 metros por detrás un estrepitoso golpe seco al que seguía un chillido que me sigue poniendo los pelos de punta según escribo.
Lo que pensaba había sido un accidente por desgracia más o menos normal en este deporte, se convertía en el sonido de la despedida, el sonido de la muerte.
Tras rodar hasta Penáguila, la organización neutraliza la marcha y decide suspender la prueba; había habido una accidente de dos corredores, cayendo uno de los cuales por un pequeño barranco de unos 8 metros sin consecuencias importantes, pero impactando el segundo directamente contra un pino y golpeándose fuertemente el tórax; la bici había quedado partida en tres trozos y la ambulancia de la organización trataba de reanimarle sin éxito.
Un corredor de 42 años, novato como nosotros en esta lidia y con una hija de 8 años fallecía. El día ha continuado y cada uno habrá hecho su vida normal mas o menos afectado por el siniestro, pero una familia ya no volverá a esa normalidad.
A pesar de que cada día vemos en las noticias la cantidad de accidentes mortales, enfermedades, guerras y prácticamente te acostumbres a ello, cuando vives de cerca algo así, reflexionas sobre todo en la vida y te debe de enseñar a disfrutar al máximo de cada momento de esta vida que no sabes cuanto durará.
D.E.P.