Muchas son las ciudades grandes que tienen maratón pero pocas maratones se celebran en grandes ciudades. No es lo mismo.
Cuenca no es una ciudad grande, eso es algo que salta a la vista. En cambio, sí es una gran ciudad la mires por donde la mires y desde el pasado 15 de Marzo es una gran ciudad con una gran maratón: MAMOCU, tan bonita, tan espectacular, serrana y montañera como la propia ciudad.
Volver a la tierra que me vio crecer para hacer algo que me apasiona fue para mí un regalo de incalculable valor. Un presente empaquetado con los mejores envoltorios, aquellos que no se compran, tu familia y tus amigos. Reencontrarme con la gente con quienes un día compartiera entrenamientos fue grandioso.
El Club Atletismo Cuenca, dirigido sabia y pacientemente por Javier Polo lleva décadas promocionando acertadamente el correr entre la población conquense. Polo desarrolla una labor que le ha llevado a ser reconocido con la medalla al mérito deportivo de Castilla-La Mancha y eso, por algo será.
Yo soy de una segunda generación. Yo crecí a la sombra de grandes pioneros. Intenté seguir la estela de Angel Valero, Page, Escamilla, Fermín, Visier…fondistas que corrían cuando casi nadie lo hacía. Luego me uní a un grupo que con el camino allanado se esforzó por compactarlo y allí me encontré con gente como Roberto Barambio, Alicia, los hermanos Palomero, Joaquín B. (¡pobre!), su hermana Gela y el propio Polo. A alguno de ellos me pude acercar, a otros ni lo soñé. Si no explicadme quién puede osar arrimarse siquiera a la estela de Javier Triguero o los hermanos Llorens (Angel, Rosy y Mario). Quien no sepa de ellos que escarbe, le hará falta poco. Luego vinieron los Sanabria, Mena y otros. Una tercera gran generación.
El Club Atletismo Cuenca en su sección trail “Dolomía”, herencia de grandes fonderos, evolución lógica de una ciudad serrana, se ha convertido en un bloque sólido, rápido, casi presumido, con la licencia que te da el saberte fuerte, nada tienen que envidiar a ningún equipo, de ningún lugar. Impresionan.
Un grado bajo cero marcaban los termómetros de la ciudad cuando nos propusimos ser testigos de algo grande. Doscientos Atletas de diferentes niveles, hombres y mujeres, jóvenes y no tanto, afortunados que se disponían a bendecir con el oleo de la montaña a una recién nacida.
La salida se dio puntual en el parque de los Moralejos y enseguida, tras cruzar por primera vez el Júcar, el río padre de la ciudad, iniciamos el primer y duro ascenso hacia el Cerro de la Majestad, desde el barrio de arrabal, extramuros de la ciudad medieval, desde San Antón. Así, tomamos el camino de la ermita San Julián (el “tranquilo”), patrón y primer obispo de la ciudad. Desde allí fuerte descenso, casi sin esperarlo, como ha de ser, de golpe y porrazo por el primer “escalerón” (que es como allí se llama a los largos, pendientes y con peldaños irregulares tramos de escaleras que trepan entre las rocas) para serpentear entre peñascos hacia “las Grajas” para cruzar de nuevo el río. Subida, bajada, camino, senda, pinos, jaras romeros, pinos, sí repito pinos y pinos y más pinos hacia el arroyo de Bonilla, primer avituallamiento y lecho que remontamos en una umbría que bien curte los pellejos. Fue sobre esa hora, yo calculo, cuando se debió dar la salida a la prueba pequeña, la media maratón que se desarrolló simultánea a la maratón. En ese punto temporal, mientras sorteábamos matas y plantas ancladas a la caliza otros se disponían a seguir nuestras huellas.
Tras coronar sobre largas vías diseñadas como cortafuegos comenzamos un bonito descenso que nos llevó de nuevo junto a las aguas verde esmeralda del Júcar, momento en que nos encontramos de sopetón con los corredores de la carrera corta. Siento culpa por reconocerlo sin rubor pero me sentí más fuerte y más grande que todos ellos, perdonad mi arrogancia pero el saber que me quedaba mucho más tiempo por disfrutar y que en ese momento entrábamos en el terreno que yo pisara antaño cientos de veces me supuso una inyección de fortaleza, de prepotencia que me hizo sentir ligero y fuerte. Me transportó a treinta años atrás cuando casi nadie había nacido, cuando empezó todo. Fue un momento mágico, indeleble, estremecedor.
Subida a las antenas. El tramo más duro de la carrera. Ascendimos más de trescientos metros en bastante menos de un kilómetro lineal. Desde el lecho del río hasta la parte más alta de la ciudad. Allí, como una señora de las cumbres animaba como una chiquilla ilusionada Rosy Llorens, grande. Estaba donde hay que estar. Desde aquí, tras tomar un aliento fresco y recargar los pulmones de oxígeno, descenso rápido, escalerón, y casco antiguo entre piedras y peñascos.
Puente de San Pablo, ¡qué gran momento encontrarte con tu gente y saber que estarán allí cuando los tuyos vayan llegando! Este fue el orden, como en meta, tras de mí Antonio, Lisardo y Jesús, ¡vaya equipazo!
Cueva de la zarza y después de subir, bajar, llanear y volver a subir llegamos al merendero del socorro, desde donde iniciamos una penosa subida hasta el puntal del telégrafo. Allí fue donde me pareció que unos suaves y me atrevería a decir, casi cálidos copos de nieve me acariciaron el rostro. Tal vez un espejismo, ¿nieve a mediados de marzo?
Campos minados de tobas. Toba es como se llama en esa tierra a la piedra caliza de superficie aristada, afilada e irregular que como champiñones cortantes siembra los páramos. Hubo quien se quejó de la dureza de este tramo, ¡valientes estúpidos! Para quien ha corrido la montaña alicantina aquello podría considerarse como “una carretera comarcal con deficiencias en el asfaltado”. Un gustazo, vamos.
Desde allí la carrera se convirtió en un rompe piernas constante hasta coronar el Cerro del Socorro, donde de nuevo ¿nieve, otra vez?, efectivamente, ¡nevaba!, bendito regalo, ya nada podía ir mejor. Siguiendo el suave caer de los copos alcanzamos la cima del cerro con su Cristo que parecía sonreír satisfecho, altivo, presumido. Desde allí, descenso por la corona rocosa y tras un breve tramo encordado iniciamos el penúltimo ascenso por el escalerón que nos llevó al arco de Bezudo, restos del castillo medieval que nos empujó, casi vomitó, diría yo por su escalerón hacia el río para iniciar el último ascenso, camino de nuevo a la ermita de San Julián por la ladera contraria. Cerro de la merced y las tres cruces.
Último descenso, corto, intenso, con las piernas ya en otra dimensión volvimos al punto que horas antes nos invitara a abandonar la ciudad.
En meta mi familia y mi esposa, lo más grande y el placer de haber tenido la sensación de no haber corrido sino de haber vivido un sueño, no una pesadilla sino un placentero reposo ilustrado con imágenes bellísimas.
MAMOCU fue para mí una gratísima experiencia compartida con la mejor gente.
Julián
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Enlaces sobre esta prueba
Nombre |
Categoría |
Tiempo |
Puesto General |
Puesto Categoría |
Julián |
Vet.M |
6:18:28 |
126 |
23 |
Antonio |
Vet.M |
6:20:28 |
130 |
24 |
Lisardo |
Vet.M |
6:49:28 |
156 |
32 |
Jesús |
Vet.M |
7:11:54 |
163 |
33 |
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