Carpe diem

No hay mejor tiempo, a pesar de las tormentas, no hay mejor época, a pesar de sus miserias, no hay mejor lugar, a pesar de las sequías, que el tiempo, la época y el lugar en que cada cual pasa sus días.

¿Qué importan las envidiables temperaturas del pasado o del futuro si no existirán para mí ni han existido?

¿Qué importan las doradas épocas pasadas o las depuradas por venir si nunca habré podido gozarlas ni las podré soñar?

¿Qué importan los lugares paradisíacos, trátese de la Mesopotamia bíblica o de esas playas del Caribe que nunca voy a visitar?

Dejémonos de zarandajas, dejémonos de lamentos, dejémonos de ilusiones vanas.

Lo único que tenemos, lo único que cuenta es el hoy, es el aquí. A lo sumo el mañana inmediato que aún tenemos al alcance de la mano. A lo sumo las tierras vecinas, sean montañas, valles o praderas, también al alcance de la mano.

Y así como el tiempo y las tierras, todo eso que nos rodea, sean amigos, sean alamedas, sean doradas botellas de vino de cualquier parte, sean barriles de cerveza, alemana, belga o mexicana, sean cuerpos amigos a los que abrazarse, con los que perderse en el laberinto del deseo, sea la búsqueda de la luna escondida tras esas nubes tan hermosas a veces, tan impertinentes otras, sea el par de zapatos, sí, viejos pero tan cómodos o aquella camisa tan manida, tan confortable, sean las olas del mar que te acarician, que te refrescan y desprenden los granos de arena pegados a la piel con el super glue del sudor, caminar por la calle o por el monte y pararse a mirar escaparates y observar, tan tímido, la silueta de esa joven atractiva que no te atreves a mirar de frente a la cara, pararte a sacarte la china del zapato apoyado en una farola, bostezar sin tenerte que poner la mano en la boca o meterte el dedo en la nariz que siempre te recrimina tu padre, esas cosas tan simples, tan corrientes que cada una por separado no son nada pero que todas juntas acaban por ir conformando tu vida, qué poca cosa hombre, dirás, pero aún no hemos acabado, también ir mirando por las estanterías de la biblioteca a ver qué autor encaja con tu estado de ánimo actual o visitar algún museo, que no dejan de ser cementerios del arte, o ir de cuando en cuando al cine, eso sí que me envuelve cuando llega a interesarme, cuando consigue coger un trozo de la vida de la calle y meterlo en el celuloide, como si estuvieras en un puesto de caza y los perros azuzaran a los animales que pasan por delante de tus narices en lugar de ir tú corriendo tras ellos, aunque la verdad, a mí me gusta más ver las películas por la calle, cuando pasan de verdad y las estoy viendo pasar con los ojos de mi cara, pero bueno, a veces tampoco está mal que te las traigan mientras tú las ves cómodamente sentado sobre todo si en el exterior hay una tormenta y a pesar de la potencia de la megafonía alcanzas a escuchar el fogonazo de un relámpago.

En fin, nunca he dicho que no me importe lo que pasó hace muchos años o lo que pasa muy lejos de mi tierra o lo que pueda pasar en el futuro, ¿cómo no va a importarme? Pero sobre el pasado, la lejanía y el futuro es bien poco, si acaso, lo que puedo hacer. Sí puedo en cambio disfrutar el presente que toco con las manos, sí puedo saborear todo lo que rozan mis labios, sí puedo exprimir la vida que me queda como un zumo refrescante y compartirla con todos los que me rodean, con todos los que quiero. Todo eso, sí que puedo.

San Juan, 30 de abril de 2021.
José Luis Simón Cámara.

1º de Mayo. Ya lo sabía.

Que hoy, 1 de Mayo, la fiesta de los trabajadores, prohibidas las clásicas manifestaciones obreras, y aunque no lo estuvieran, por imperativo de la pandemia, apenas habría alguna gente en la concentración autorizada. En un tramo de la Rambla de Alicante, lugar donde acaban tradicionalmente las cada vez menos concurridas manifestaciones, han acotado un recinto con vallas y cintas y en su interior han colocado, separadas, unos cientos de sillas por aquello de guardar las distancias. Apenas música, algunas banderas y los símbolos de las centrales sindicales ondeando en las camisetas de sus militantes o en las sillas de su demarcación. He buscado el punto de entrada, en la zona más baja de la Rambla y he comenzado a subir lentamente, rambla arriba, entre sillas y enmascarados sin conocer a nadie de ninguno de los sindicatos ni ser reconocido por nadie. Eso no lo suponía. Habiendo participado en estos actos desde antes de que se celebraran, siendo uno de los miembros promotores o fundadores de esos sindicatos y pasar entre sus afiliados sin conocer a nadie ni ser reconocido por nadie. ¿Qué ha podido pasar? ¿Han cambiado tanto ellos? ¿Soy yo el que ha cambiado? Sin el saludo de uno solo de los que allí había he salido por el estrecho hueco de dos vallas, guardado por cuatro policías nacionales que charlaban despreocupadamente y, dirigiendo mis pasos hacia ninguna parte, he recibido una video-llamada desde Bruselas de mi hijo que me ha mostrado a Teresa, mi nieta, caminando por su salón y sonriendo con su raspadura en la cara. Alguien me reconocía en la distancia y me dedicaba su sonrisa esquiva despidiéndome con las manos en los labios. Tenía pensado tomarme alguna caña, pero ¿solo?. Me he dirigido al aparcamiento de Alfonso el Sabio, siempre el mismo pobre pidiendo desde el suelo alguna ayuda junto a las porciones de pizza casi enfrente del Mercado. No sé si añorando tiempos pasados me he sumergido en los intestinos de la ciudad donde había dejado el coche. Avanzaba un coche en dirección prohibida. Brazos en alto le avisan de su error y recula propinando un golpe seco. Algo ha caído al suelo. Uno de los pivotes de protección. El coche era francés. Mientras observaba el ajetreo pasaban por mi cabeza imágenes del pasado. Aquellos años en que me encontraba primero con los compañeros de lo que llamábamos la lucha obrera, luego, con el paso de los años era ya con los conocidos, adormecido el entusiasmo político o sindical porque aunque nos resistíamos a creerlo, nuestros ojos veían cómo algunos se estaban instalando, cómo algunos habían hecho de aquella lucha su pan y sus habichuelas. Habíamos visto, como decía el inolvidable Manolo Soriano, que los que defendían a los trabajadores desde confortables despachos tenían mucha menos prisa en la emancipación de la clase obrera que aquellos que tenían que doblar los riñones cada día, que aquellos que en invierno soportaban el frio sobre los andamios y el calor en verano, que aquellos, en fin, ya me entendéis.

¡Cuánta razón tenía el pobre Manolo que sólo acertó a disfrutar la poca emancipación que él solito se proporcionó, si acaso ayudado por algunos de sus amigos, no desde luego por sus viejos y comprometidos camaradas que lo abandonaron en la dificultad y hasta le retiraron el saludo, avergonzados de su deriva poco respetable para su puta moral. Pues eso. Con el cabreo por el recuerdo a punto estuve de llevarme también yo por delante otro de los pivotes que dejó el francés. Al fin salí del aparcamiento a la luz del día. Hermoso día a pesar de los recuerdos. El pasado.

San Juan, 2 de mayo de 2021.

José Luis Simón Cámara.

Por hablar

¿Y si hubiera algún lugar, de eso nada sabemos, sólo creencias, suposiciones, deseos, donde volver a encontrarse, difícil lo veo a polvo reducidos o, aún peor, devorados por gusanos, como hasta ahora?

En cualquier caso, ya voy teniendo más amigos, si es que todavía pueden seguir siéndolo, en el mundo de los muertos que en el de los vivos. Simple cuestión matemática. Y mira que, no sé por qué, siempre he aborrecido los números, sobre todo los números exactos. Por ejemplo setenta y siete con ochenta y nueve.

¿Quién se atribuye el derecho a colocar esa cantidad debajo del nombre de un producto? Esa cantidad exacta. Si me pongo a contar desde cuándo empezaron a marcharse… Siempre nos había gustado viajar, ir de un lado para otro, cambiar de ciudad, de país, incluso de Continente. Pero bueno, antes o después volvíamos. Ahora no, ahora estoy hablando de viajes sin retorno. Y no es que sea tampoco para despepitarse esta vida. A secas, sin adjetivos. Porque es muy fácil colocarle delante puta o asquerosa o, aunque menos, deliciosa, excitante, sorprendente,…

Lo dejaremos en vida. Casi siempre, además, sin previo aviso. Con contadas excepciones. Porque no se sabe qué es peor o qué es mejor. Dejémoslo también en no se sabe. El golpetazo de lo imprevisto, el hachazo de lo inesperado, es muy duro, pero en un momento aciago, ¡zas! Listo. Todo resuelto. ¿Y la lenta e irreversible espera de lo inevitable? Cuando vemos la proximidad del precipicio y no hay forma humana (ni divina) de evitarlo. Cuando sabemos que indefectiblemente nos vemos precipitados en él sin solución alguna. ¿Quién se atreve a elegir entre estas dos opciones? Son cualesquiera, porque puede haber más variantes, aquí no contempladas, tan detestables, a menos, claro, que una fuerza mayor las convierta en deseables, que nunca queremos, o casi nunca, sólo cuando nos vemos obligados a ser mudos testigos, enfrentarnos a ellas. Son de esos temas abominables. Escondemos la cabeza bajo el ala como algunos animales ante sus depredadores.

Cerramos los ojos ante ellos, como hacen los niños ante el peligro aunque sabemos muy bien que es inútil cerrarlos. Que detrás de nuestra mano protectora sigue el peligro más envalentonado quizás. Aunque no sea un tema dionisíaco, aunque no sea un canto al vino, un canto al amor, es raro encontrar un solo poeta que no haya dedicado algunos o muchos de sus versos a la brevedad de la vida y la imprevisibilidad de la muerte. ¿Qué sino eso han hecho todos aquellos que desde la antigüedad han cantado el “Carpe diem” o el “Collige, virgo, rosas”?[1]

Las tórtolas siguen posándose en el vértice de la cabaña, desde donde arrullan al aire con su monótono canto, y en lo más recóndito del ramaje, donde pacientemente, pajita a pajita, van construyendo sus nidos, siempre primavera.

Su otra predilección, ahí forman una hilera interminable, son los cables de la luz o del teléfono, donde sólo les falta balancearse. Hasta que llegan las urracas que las asustan y espantan con su graznido ronco y metálico. Unas y otras despreocupadas de las rimas de Quevedo sobre el amor, la brevedad de la vida y la muerte. Unas y otras ajenas a las tres heridas de Miguel Hernández.   Por hablar.

San Juan, 22 de abril de 2021.

José Luis Simón Cámara

[1] Versos latinos, “Aprovecha el día” y “Recoge, doncella, las rosas”, ambos referidos al aprovechamiento de esta vida fugaz como el perfume de una rosa que muere en pocos días.

La cabra y el agua

Estos tiempos de pandemia me han recordado en algunos aspectos aquellos tristes años del muro de Berlín. Y no me refiero a las imágenes más crueles como ver un cuerpo desmadejado enganchado a la alambrada o tiroteado y muerto cuando alcanzaba la cima del muro. El simple hecho de no poder cruzarlo. El cierre perimetral de comunidades, provincias o ciudades ha impedido que familiares y amigos pudieran o puedan, hablo aún en presente, podamos, en este caso, vernos. Dejemos a un lado abrazarse y besarse. Simplemente verse. Y, claro, la necesidad aguza el ingenio. Entre la Comunidad Valenciana y la de Murcia, rigurosamente separadas por el confinamiento perimetral está la llamada “Vereda del Reino” que sirve de línea fronteriza. Y allí concretamente está el bar Angelín, con el aparcamiento en la Región de Murcia y el bar en la valenciana. Podría ser un buen punto de encuentro. Pero hay otro mejor todavía. El bar La Cabra, situado en el camino de la sierra o de la venta, antiguo paso de caballerías paralelo a la actual carretera general de Alicante a Murcia a su paso por el tramo entre La Aparecida, Alicante, y El Siscar, Murcia. Su proximidad a la sierra, donde las águilas no saben de fronteras, difumina tanto los lindes que ni siquiera un grupo de topógrafos, venido de Madrid, consiguieron precisarlos. Hay por tanto una amplia franja indefinida o tierra de nadie. Hasta allí hemos acudido en varias ocasiones para encontrarnos con amigos del otro lado. Una terraza rodeada de plantas y un bancal de patatas en flor. Hoy una estructura de madera cortaba la terraza por la mitad. Parece la tramoya de un teatro, comenta nuestro amigo, viejo y curtido actor y director. Pedimos unas cervezas y unas tapas antes de la comida. Y llega la dueña. Floren. ¿Qué ha pasado con ese muro de madera? Si os contara…. No hace falta presionarla. Comienza como un trueno. Hace unas semanas llegó una chica forastera, miró todo por aquí y me preguntó si podía visitar mi casa, encima del bar. A mí me extrañó.. Es que estamos buscando un sitio para rodar una película. Ésta me la quiere meter. Aunque pensé que podía ser rentable y le enseñé la casa. ¡Total! ¿Podría ver su habitación? Como ronco, mi “marío” y yo dormimos en habitaciones separadas. ¿Y el cuarto de baño? Yo me mosqueaba a cada paso. ¡Perfecto! La bañera nos viene de maravilla para la actriz. ¿Quién es la actriz? Ángela Molina. No ha podido venir. Dos o tres días después me llega la chica nuevamente, esta vez con tres o cuatro más con pintas extrañas. Me vuelve a preguntar si pueden ver las dependencias y, eso me puso más nerviosa, si podían hacer fotos. Yo pensé, bueno, ahora ya no hay solución. Sea lo que dios quiera. Cuando se fueron llamé al pedáneo para ver si él sabía algo de una película. Ni puta idea pero le preguntaré al alcalde de Orihuela. El caso es que días después apareció la chica pero esta vez con 35 ó 40 más, todo el personal del rodaje: técnicos, sonido, focos, ropajes,.. Si les podía preparar comida para todos durante unas dos semanas. Yo, claro, vi el cielo abierto. Tenían que desmontar muebles, cristales, espejos, pintar paredes, pero lo dejarían todo como estaba cuando se fueran. Aparte del negocio de las comidas me dieron 3.000 euros y me han dejado la casa nueva. Además ha venido más gente para ver el rodaje. Sin contar con la propaganda de que en el bar La Cabra están rodando una película. ¿Cómo se llama la película? Estará acabada para el año que viene. Se llama “El Agua”. Suponemos que por eso les gustó tanto la bañera aunque Ángela Molina ni pasó por aquí. Eso sí, había otras caras que habíamos visto en la tele y en el cine. Lo que me extraña es que, con su desenfado y desparpajo no contrataran a Floren para la película.

La cabra y el agua. San Juan, 27 de abril de 2021. José Luis Simón Cámara.

De lamentos, nada.

Alguien que no me conozca puede pensar que no ceso de lamentarme por la pérdida de amigos. Nada más lejos. Si supiera leer entre líneas apreciaría que lo único que intento es prolongar su presencia, ya imposible de verdad, pero sí en el recuerdo. ¿Quién va a arrebatarme todos aquellos ratos, todos aquellos momentos que, juntos, hemos saboreado los dulces licores de la amistad? Por eso los traigo a mi presencia con alegría, no con tristeza, en todos aquellos lugares, que son muchos, por los que me he paseado con ellos, en los que me he sentado con ellos, donde he comido y bebido con ellos, donde, tembloroso he osado rozar su piel temiendo su rechazo, donde, atrevido, he echado sobre la mesa asuntos en los que estaba clara la discrepancia, donde, temerario, he puesto a prueba su confianza llevándolos al límite, donde, ahítos de vino y copas, hemos entrelazado por el rabo las lagartijas de la botella de tequila, colgándolas de nuestras orejas.

Igual que leemos, enfervorizados, el regreso de Ulises a Ítaca, donde Penélope es asediada por sus pretendientes y esperamos, nerviosos, intrigados, cuál será la respuesta de aquel miserable anónimo vestido de harapos y sólo reconocido por su fiel perro, Argos, ya enfermo, al que Ulises no puede acariciar para no levantar sospechas, pero por el que derrama una lágrima.

Igual que nos sentimos atrapados por el destino de Romeo y quisiéramos encontrarnos a su lado para arrancarle de las manos el veneno e interponernos en su trágico destino que lo separará irremediablemente de Julieta.

O como nos sobrecoge el dolorido lamento de Gilgamesh ante su amigo Enkidu muerto, o el llanto de Príamo ante Aquiles pidiéndole el cadáver de su hijo Héctor, muerto y arrastrado por el suelo fuera de las murallas de Troya.

O como la triste estampa de Aylan Kurdi, aquel niño kurdo de 3 años que apareció ahogado en una playa de Turquía cuando huía con su familia a causa de la crisis humanitaria en Siria. O como la del joven negro, blanco o asiático, baleado por un policía borracho de wisky y sediento de sangre.

Igual que nos acercamos emocionados a estas y otras historias lejanas o próximas, ¿por qué no hacerlo con las que he compartido con mis amigos?

Aquellas noches de la October Fest en Calpe, cuando ya con gran parte de un barril de cerveza en el cuerpo, ascendíamos hacia el Peñón y mirábamos asombrados los blancos vientres de las gaviotas que volaban sobre nuestras cabezas.

Aquellas noches de carnaval, nunca nos habían gustado los disfraces, en que provistos de unas rudimentarias caretas que no conseguían ocultar nuestra cara, nos lanzábamos a la conquista de las calles en la ciudad deslumbrante de máscaras y colores. Aquella noche que Pepe, siempre tan serio, siempre tan responsable, se vino con nosotros y Lillian, temerosa de su falta de costumbre en el arte del beber, me encargó a mí, precisamente a mí, a juicio de muchos el menos abstemio, de su custodia para que no se pasara de rosca.

El recuerdo de aquellos buenos momentos es como una forma de repetirlos. Como si se tratara de una obra de teatro o de la historia de una novela que sólo ocurrió una vez pero cada vez que alguien ve representarla, cada vez que alguien vuelve a leerla, es como si volviera a ocurrir de nuevo. Y así, en esa nueva representación, me imagino felices y sonrientes a todos los actores, a todos los personajes, estemos sobre la tierra o estemos bajo ella. ¡Tan poca es la distancia! Cuando hablo de mis amigos es como si prolongara el contacto, como si prolongara su presencia, como si prolongara su vida.

San Juan, 16 de abril de 2021.   José Luis Simón Cámara.