Hoy, como todos estos días, me he levantado y aseado. Después de desayunar, cuando ya me subía al salón donde he pasado gran parte de este largo confinamiento, desde donde he visto el ir y venir de los pájaros, el leve movimiento de las hojas acunadas por la brisa o el crujido de las ramas quebradas por una brusca racha de viento, desde donde también he mirado a veces sin nada más que ver que todo eso que está ahí, quieto, sin moverse, como en una foto, como yo mismo, paralizado, estático, he dicho “subía”, pero no he subido. Hoy es 18 de Mayo. Me he puesto los zapatos de la calle y los he dejado caminar en busca del sitio de siempre. Han recordado el camino. Y estaba abierto. Las mesas distantes en la terraza. Pero abierto. Buenos días, Pepe. Lo de siempre, por favor. Como si no hubiera pasado el tiempo. Y al poco lo tenía sobre la mesa. Aunque no es comparable, esta situación me ha recordado aquella otra en que un profesor, después de pasar 5 años en prisión alejado de su cátedra en la Universidad de Salamanca, al regresar al aula saludó a sus alumnos con la ya famosa frase: “Como decíamos ayer…” Como si no hubiera pasado el tiempo, como si los cinco años preso en las cárceles de la Inquisición, hubieran sido un paréntesis sin importancia en su vida. Como si la envidia y el odio de algunos de sus colegas, ansiosos por ocupar su puesto a cualquier precio, aunque fuera denunciándolo ante la Inquisición, fueran pelillos a la mar. Cuál era su delito, preguntaréis, para ser condenado a 5 años de prisión.
Haberse atrevido a traducir del hebreo unos versículos del Cantar de los Cantares. Eso era el pretexto. En esta época se consideraba peligroso poner la miel en la boca del asno, traducir a la lengua de Castilla, a la lengua romance, que hablaba el pueblo, aquellas peligrosas mieles escritas en lenguas antiguas, sólo accesibles a las élites culturales de la época. Otra historia equivalente al celo de Jorge de Burgos por ocultar algunos libros en la biblioteca del monasterio que nos cuenta Umberto Eco en “El nombre de la Rosa”. Ése era el pretexto. La verdadera razón era la envidia. Que una persona tan sabia y sencilla a la vez, cualidades que suelen ir juntas, a mi juicio, ocupara tan alta distinción en una cátedra en la famosísima Universidad de Salamanca. Los pretextos podían ser varios, importantes en la época e irrelevantes en la actualidad, como que Fray Luis prefiriera el texto hebreo al latino de La Vulgata o que se hubiera atrevido a traducir el Cantar. La realidad es que todo estaba motivado por la envidia entre órdenes religiosas, dominicos y agustinos, y por la envidia personal, pues Fray Luis, agustino, había ganado varias cátedras frente a otros opositores dominicos. El caso es que por estos bellos versos que voy a transcribir, sólo una muestra, dio con sus huesos en la cárcel de la Inquisición en Valladolid. Esa calle lleva ahora su nombre.
Ya sabéis que “El cantar de los cantares”, atribuido a Salomón, es un diálogo entre la esposa y el esposo.
Esposa:
“Béseme con su boca a mí el Amado;
son más dulces que el vino tus amores…
Morena soy, más bella en lo escondido
¡oh hijas de Sión! Y muy hermosa;
porque allí en lo interior no ha podido
hacerme daño el sol, ni empece cosa;
a tiendas de Cedar he parecido;
que lo que dentro está es cosa preciosa,
velo de Salomón, que dentro encierra
la hermosura y belleza de la tierra”
Esposo:
“¡Oh, cómo eres de hermosa, dulce Amada,
y tus ojos son bellos y graciosos…
Los tus pechos dos blancos cabritillos
parecen, y mellizos, que paciendo
están entre violetas ternecillos,
en medio de las flores revolviendo
mientras las sombras de aquellos cerrillos
huyen, y el día viene reluciendo,
voy al monte de mirra y al collado
del incienso a cogerle muy preciado.”
Esposa:
“Ven pronto, amigo mío, que tu Esposa
te espera; ven corriendo, ven saltando,
como cabras o corzos corredores
sobre los montes altos y de olores….
Venga a mi huerto y coja sus manzanas,
mi Amado, y comerá las muy tempranas.”
Pues bien, por esta selección de versos y otros tan hermosos, fue condenado el poeta, al que también se atribuyen unos versos aparecidos en la pared de su celda. Si no son suyos, merecerían serlo. Reflejan su grandeza de espíritu.
“Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso,
con solo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.”
El “ristretto”, por cierto, tan rico como siempre.
San Juan, 18 de mayo de 2020.
José Luis Simón Cámara.