–¿Has leído algo de Javier Cercas?
Le pregunto mientras vamos hacia la playa. No se trata de una pregunta impertinente porque con frecuencia hablamos de libros, de las últimas lecturas, sobre todo si por alguna razón nos han llamado la atención. En los últimos meses se había multiplicado la presencia de obras sobre la guerra o posguerra tanto en España como en Alemania. Meses atrás hicimos un viaje a Munich y una de nuestras asiduas compañeras matinales es alemana.
“A sangre y fuego” de Manuel Chaves Nogales, “Los girasoles ciegos” de Alberto Méndez, o “Palomas en la hierba” de Wolfgang Koeppen y “El lector” de Bernhard Schlink, son algunas de las obras leídas y comentadas en nuestras conversaciones cuando corremos y muestran como pocas la crueldad de que es capaz el ser humano. En la península Ibérica, con una España desgarrada por la guerra civil y en la culta Alemania, patria de insignes filósofos, pensadores y músicos, donde el horror alcanzó límites inimaginables. Y decía que la pregunta era pertinente porque pensábamos regalarle a Rafa por su cumpleaños la última novela de Javier Cercas, que es justamente un ejercicio de desmitificación de un tío suyo que en el imaginario familiar era considerado un héroe de la guerra civil. El autor lo coloca en el sitio que le corresponde, como debió de ocurrir a la mayoría que, con contadas y admirables excepciones, le tocó en suerte o en desgracia la pertenencia a uno u otro bando por razones geográficas o familiares más que por razones propiamente políticas. Sí que había leído otra obra del autor publicada años atrás, “Soldados de Salamina”, aunque alguien le había dicho que, por su dificultad, se trataba de una obra para especialistas, para expertos. Le digo que estoy en absoluto desacuerdo con esa apreciación, al tiempo que, llegando a la playa, nos acercamos a una casa invadida por el agua del mar y, a pesar de eso, habitada, porque aparece una señora como saliendo de la cocina, con agua hasta la cintura. Quizá pudo influir en el sueño la reciente visita a Guardamar del Segura, donde vi no solo casas devoradas por el imponente oleaje de hace unos días sino grandes trozos de la carretera también comidos de forma irregular. La señora avanzaba esforzándose entre el oleaje que le lamía hasta el pecho y levantando los brazos para proteger el plato con una tortilla de patatas que parecía llevar hasta el comedor, un poco más allá, donde su familia esperaba sentada en torno a una mesa que flotaba literalmente sobre el agua. Nosotros, casi ajenos a aquella circunstancia, como considerándola normal, discutíamos sobre la comprensión de la novela y la dificultad o no para entenderla. Un viejo tema de discusión en el ámbito de la cultura. ¿Hay que facilitar la comprensión de un texto dándolo mascado para la mayoría o es mejor intentar elevar el nivel cultural del pueblo con obras difíciles que exijan un esfuerzo?. ¿Acaso los refranes, quintaesencia del saber popular, no son una muestra ejemplar de la capacidad del pueblo llano para entender lo difícil? “Ande yo caliente y ríase la gente”, “Cuando las barbas de tu vecino…..”, “Más vale pájaro en mano que ciento volando”, “Obras son amores y no buenas razones”, etc.. ¿No son acaso condensaciones culturales perfectamente entendidas, asumidas y usadas por el pueblo llano incluso carente de estudios?.
Días después, en el reconfortante y acogedor ambiente de un bar del pueblo, alrededor de una mesa, jamón, queso, manitas de cerdo y vino, le regalamos “El monarca de las sombras”.
San Juan, 5 de Abril de 2017.
José Luis Simón Cámara.