Galería de personajes. 24.

El Juez de Paz

Andaba ya tiempo rumiando la idea de dedicarte unas pinceladas en mi galería de personajes y me habría gustado que hubieras podido sonreír leyendo mi retrato, pero te has anticipado al largo viaje y ya solo podrán leerlo tu familia y tus amigos.

Tu imagen por la calle, renqueando de un lado a otro, sin por ello perder el equilibrio, saludando a diestro y siniestro y viéndote casi siempre entrando o saliendo de un bar, siempre en disposición de alerta, la mirada viva, más bien guasona, el escepticismo te chorreaba sin por eso tirar la toalla. Pero empecemos por el principio.

Sé que habéis tenido cuatro hijos a los que tú y tu mujer habéis estado muy unidos, especialmente en estos difíciles y duros últimos tiempos.

Aunque no he sido alumno tuyo, muchos de tus alumnos en la escuela, lo han sido luego míos en el Instituto y todos hablan de tu dureza, de tu rigor, pero también de tu afecto y tolerancia.

Como político, fuiste concejal del Partido Popular, tuvimos puntos de vista diferentes y encontrados, pero jamás enturbiaron nuestras relaciones.

Luego vino el largo período de Juez de Paz, únicamente posible porque todos los grupos políticos estaban de acuerdo, a pesar de sus distintos puntos de vista, en que tú eras una persona de consenso, una persona sensata con capacidad para solucionar situaciones difíciles, para poner de acuerdo a personas enfrentadas sin necesidad de recurrir a instancias judiciales superiores.

Y luego tu vida por la calle, tu vida por los bares, lugar de encuentro entre las gentes del Mediterráneo, donde tú te movías como pez en el agua, con la soltura y facilidad de un astronauta en el espacio sideral, libre de la fuerza gravitatoria de la tierra.

Porque tú, además de paterfamilias, maestro, político, juez de paz y quizá otras cosas, sin duda, y a pesar de ser una persona de las que se dice de orden, has sido el rey de la barra. Allí te reunías con unos y con otros. Podía ser el notario, el fontanero, el electricista, el barrendero. Te daba igual el cargo, la clase social, la procedencia. Yo estuve también entre los afortunados. Tuve el privilegio de poder compartir contigo esos breves pero intensos momentos del aperitivo en lugares como el Mercado o en la cervecería Los Hierros, donde muchas veces nuestro común amigo Paco se unía al festejo y tomaba algo con nosotros. Mis primeros y quizá únicos Campari los he tomado contigo, de tu mano. No han sido pocas las veces en que hemos comenzado con cerveza, después el vino fino o manzanilla, según los días, a continuación el Campari, yo creo que por ti se mantiene la industria de ese amargo y alcohólico brebaje, y para acabar el aperitivo, porque nos estaban esperando para comer, el chupito de wisky. Y todo eso sin cambiar de sitio. En el mismo bar y acodados en la barra. Hablando de lo que se terciara, nunca con amargura, siempre con algo de ironía, pero sin perder jamás la esperanza en que las cosas irían mejorando a pesar de los pesares. Así te has marchado, sin avisar y dejando sin resolver muchos de esos problemas que ocupaban nuestra conversación. La verdad es que tú ya solucionaste muchos para lo que las espaldas de un solo hombre puede soportar. Te dediquen o no una calle, tu nombre y tu memoria siempre quedarán grabados en nuestra mente y en nuestro corazón.

San Juan, 2 de febrero de 2017.
José Luis Simón Cámara.

Palabras para Ñasco

i0130Al final te has salido con la tuya.
Sin dientes y en bicicleta
por la ciudad por la que tantas veces
has paseado tu rabia contra el mundo,
tu rabia contra todo.
Porque cuando todos los elementos son hostiles
no queda más remedio que el cabreo.
Aunque siempre quedaban los amigos
en la montaña o en el llano,
en el camino de Ronda
o en el camino de Santiago,
en aquel viaje a Italia o Ponferrada
o en el de varios años repetidos a Castalla,
donde después de la larga carrera o caminata
–veintisiete kilómetros y medio—
nos esperaba el gazpacho
desparramado desde la fuente sobre la torta de pan
y regado con cerveza, con vino, con miel y con orujo.
¡Vamos, con todas las bebidas de los dioses!
Para tonificar el castigo muscular del esfuerzo.
Para, como hacían en la antigüedad los atletas con aceite,
ungir nuestros cuerpos de todos esos aromas de la naturaleza.
Para sentirnos vivos ahora y aún,
Mientras estamos sobre la tierra.
Ya tendremos tiempo,
como tú ahora,
de descansar bajo ella.

Hasta siempre, amigo.

San Juan, 12 de enero de 2017
José Luis Simón

Sueños. 27.

La noche de Reyes, poco después de segar a mano un poco de hierba en el callejón para los camellos, de colocarla en un capazo, ya a estas alturas de plástico, y de ponerles una vasija de latón con agua, mis nietos se acuestan impacientes, no ella de 11 años, que ya sabe que todo es una pantomima, aunque ya es cómplice de la farsa, pero sí él, de 5, que quiere ir a la cama antes de lo habitual porque ha oído repetir ya varias veces que ellos no llegan hasta que los niños no están dormidos. Es el momento que aprovechamos para empaquetar los regalos, ponerles el nombre correspondiente y colocarlos bajo el árbol de navidad que hay instalado en el salón de estar de los niños. Previamente y en su presencia hemos colocado un par de zapatos de cada niño en la ventana de la habitación para que los visitantes sepan que allí hay dos niños. Ellos adivinan por el tamaño de los zapatos la edad de los niños y los regalos que desean. Ya después mi hija en su casa pone de fondo la televisión y trajina con el móvil sin atender a la pantalla grande que mantiene de acompañante. Mi mujer -¡qué raro suena este nombre en estos tiempos de atosigamiento musulmán!- dormita plácidamente en el sofá con la Tablet encima de su vientre tras jugar unas partidas de cartas y yo me voy dividiendo entre las noticias de 24 horas, la lectura más bien aburrida de “Alucinaciones”, uno de los libros del neurocirujano Oliver Sacks y la vieja carpeta donde voy tomando nota de algunas de las ideas que me pasan por la cabeza. Hacia la media noche doy una vuelta por la casa para mirar al ganado, una forma rural de referirme a mi hija y nietos, doy la mano a mi compañera para que se incorpore en su duermevela y haciendo equilibrios se encamina hacia el dormitorio. Allí continúa la larga noche. La cama es espaciosa y podemos movernos y dar vueltas sin necesidad de hacer gimnasia para no molestarnos. Por cierto, no entiendo cómo en otras épocas nosotros y aún ahora mucha gente sigue durmiendo en camas estrechas e incómodas cuando en el lecho pasamos un tercio de nuestras vidas y de un sueño plácido y relajado depende mucho el bienestar y el buen humor. Serían quizá las tres de la madrugada cuando creí escuchar algún movimiento de los niños. Agucé el oído y, como un tableteo acompasado persistía, me levanté de puntillas y me acerqué al pasillo. Efectivamente el ruido no era imaginario pero no procedía de los dormitorios sino de la cocina. Me acerqué cautelosamente y comprobé que era del hámster del colegio, que le correspondía cuidar al niño durante estas vacaciones. Entorné la puerta de la cocina para que no los despertara el ruido y regresé a mi cama. Ya no volví a conciliar el sueño profundo del que suelo disfrutar. Un rato después creí ver que Inma, arrebujada en un chal, regresaba de ver a los niños que estaban, me decía, en el patio abriendo todos los regalos y jugando con ellos. Estarán bien abrigados, le dije, porque tienen la costumbre de moverse descalzos por la casa incluso en invierno. Ella echó sobre la cama un montón de figuras de animales y se acostó nuevamente. Yo, deseoso de su proximidad, consideré que todas aquellas figuras sobre la cama eran un obstáculo para mis ansias, pero enseguida comprobé que no se interponían a nuestro encuentro. Pensé entonces si se trataba de un sueño o de una alucinación dentro del sueño porque no había tales figuras de animales sino que habían sido fruto de percepciones de mis sentidos que nada tenían que ver con la realidad porque no existían. ¿Tendría algo que ver la lectura del libro de Oliver Sacks?

San Juan, 6 de enero de 2017.
José Luis Simón Cámara.

Sueños. 26.

En la plaza de Vía Manuel, hermoso enclave junto a la subida al Seminario, se concentra desde hace un tiempo gran parte de la numerosa comunidad árabe, esencialmente marroquí, que malvive de trabajos esporádicos en la agricultura, de pequeños hurtos en huertos y establos o no se sabe muy bien de qué, porque la mayoría del tiempo se les puede ver conversando indolentes en las plazas y calles de la ciudad. Aprovechan mucho más que los nativos estos espacios al aire libre en esta tierra de clima tan benigno. Una de las razones por la que se aglomeran por este entorno es que por allí pasa un autobús o guagua que comunica la ciudad con las pedanías en las que viven muchos de ellos. Pero además, una vez a la semana, sale de allí un autobús que va directamente a distintas localidades del norte de Marruecos, como tiempo atrás ocurría con Callosa, desde donde salía un autobús semanal a París, lugar de concentración de la población emigrante cuando se hundió la industria del cáñamo en esta localidad. Esta zona de Orihuela alberga los barrios más antiguos de la ciudad, a la izquierda del río Segura, pegados a la sierra que le sirve de protección de los fríos del norte y de las periódicas inundaciones del río que se desborda por su margen derecha. Rodeando la sierra se encuentra el Rabaloche, la Calle Comedias, la Catedral, la plaza de santa Lucía, la calle Arriba, donde nació el cabrero poeta y el colegio de Santo Domingo. Por esta parte de la ciudad paseo a veces con mi amigo Vicente. Pegado al palacio de Vía Manuel, que da nombre a la plaza, se encuentra una vieja taberna, “El Chaquetas”, donde aún se puede tomar café de puchero y donde años atrás nos reuníamos algunos amigos para desde allí hacer auto-stop en dirección a Murcia, en cuya Universidad estudiábamos. Aunque no teníamos mucha relación con la población magrebí, sus caras, al menos las de los más asiduos de la zona, nos eran conocidas y también las nuestras para ellos. Una de las tardes se nos acercaron tres o cuatro de ellos y sin más preámbulos nos dijeron que a uno de ellos,  Alí, le habían quitado la cartera con 2.000 Euros, ahorrados durante varios meses y que llevaba a su familia en Marraquech. Pensaron que nosotros podíamos tener influencia como para conseguir que recuperara su, para él, gran fortuna. Sin darle mucha esperanza nos pusimos manos a la obra y lo primero que hicimos fue dirigirnos al chófer del autobús. Simultáneamente fuimos por distintos corros de los que se forman en la plaza, junto al bar y frente a las antiguas caballerizas del palacio, informando de la desaparición de la cartera con el dinero. Aún faltaban varias horas para la salida del autobús y en la consigna de la pequeña portería que servía de Administración de la línea de autobuses se iban acumulando bolsas y maletas de los viajeros. Vicente y yo dimos el paseo acostumbrado que nos llevaba por la calle Mayor desde el puente del Casino al puente Viejo y, a veces, prolongábamos hasta Santiago y Monserrate, donde un viejo amigo, ”El niño Simón”, poseía una taberna en la que se podía tomar patatas hervidas con ajo y alguna loncha de hueva con un buen vaso de vino. Hasta allí llegamos aquel día. Al regreso y ya casi olvidados de la desaparición de la cartera, se nos acercó Alí para darnos las gracias por nuestra ayuda. Minutos antes el conductor del autobús había encontrado la cartera bajo un asiento con la documentación intacta y casi todo el dinero.  El Mohamed no parecía darle importancia a la falta de 500 euros por la alegría que tenía con la aparición de los documentos, sin los cuales no hubiera podido regresar a su tierra, y de la mayor parte del dinero. A la sombra de la torre de Santa Justa y observados por sus viejas gárgolas fuimos perdiéndonos por las callejuelas que atraviesan la nueva Universidad de esta vieja ciudad.

San Juan, 27-Diciembre-2016.
José Luis Simón Cámara.

Retazos. 8.

Viajar o “ser viajado”

Cuando te encuentras en España con gentes de orígenes tan lejanos y distintos como los polacos Agnieska y Robert, con su pelado de indio metropolitano, ausente unas semanas en el mar del Norte, girando embarcado en torno a plataformas petrolíferas con olor a brea y a vientos fríos.

Como Nefissa, regresando de su convulsa Argelia con un racimo de dátiles quizá rozados por las balas de la intransigencia,

Como Rait, de viaje en Estonia, acudiendo a la llamada del amor, que necesita combustible para no apagarse,

O Rachida que se apoya en las palabras como si saltara sobre piedras para cruzar un riachuelo.

Como Samia, inquieta buscando la atención médica necesaria para su padre que quiere visitarla y está aquejado de diabetes y con heridas gangrenables.

¿Y Tabib, la saharaui, que quiere, llena de colores, romper la dorada monotonía de la arena solitaria?

O Chou, menuda, haciendo presente la inmensa y populosísima China,

O el divertido Marco, desbordando italianidad por los poros.

O Abdulá, imponente y serena, que nos trae su tierra desparramada por los ojos.

¿Y el mastodonte georgiano que mueve su humanidad como un paquidermo y escribe con una diminuta letra de hormiga?

O la pareja silenciosa venida de los misteriosos bosques de Transilvania, donde emerge desde la bruma el castillo de Drácula.

O los persas de cuyos ojos cuelgan las historias de “las mil y una noches”.

O Colette, siempre los vecinos franceses confundiendo inevitablemente “ser y estar”, desde “estoy abuela” a “soy enferma”.

Cuando te encuentras con estas gentes no sabes bien si estás viajando a esos, en muchos casos, lejanos lugares, o si estás “siendo viajado”.

Como si tú fueras un pequeño trozo de tierra, lo que eres, llamémosle polvo o barro, por el momento animado, y gentes venidas de lejos te visitaran.

Marco Polo, al llegar a las tierras del Gran Khan en la lejana China, se sorprendía viendo cómo sus gentes bebían vino de arroz o curaban la sarna de las caballerías frotando sus heridas con un líquido viscoso[1] que recogían en grandes charcas y servía también para calentar la comida bajo las perolas, a la vez que sorprendía a aquellas gentes que observaban con curiosidad las, para ellos, raras facciones de su cara, sus costumbres y ropajes.

Así yo no salgo de mi asombro observando la variedad de rostros, de gestos, de sonidos, de formas tan distintas de pronunciar los mismos sonidos que yo creo tan claros y precisos y son para sus órganos bucales, habituados a otros sonidos, a otras modulaciones, tan difíciles de pronunciar por más que yo, exagerando los movimientos de labios, lengua y dientes, intente hacérselos sencillos.

La presencia simultánea de todas estas gentes forma como un arcoíris multicolor, lleno de matices, de visiones, de acentos, de ropajes, de aspiraciones, de esperanza, de nostalgia. Y todo eso destila como un perfume que se extiende por el espacio que compartimos hora y media dos veces por semana mientras van aprendiendo con mi ayuda la lengua de Cervantes. Es la clase de español para inmigrantes.

San Juan, 15 de diciembre de 2016.
José Luis Simón Cámara.


[1] El  petróleo.