Hacia las 9.30 nos dirigimos a Karlsplatz Rafa Olivares, su afectuosa compañera, Lola, y yo mismo. Allí nos encontramos con otro grupo de castellano-hablantes con acentos muy distintos porque provienen de Chile, Perú, Costa Rica, Méjico.
También algunas madrileñas. Nos atiende un joven al que distinguimos porque lleva una prenda verde. Se llama Borja y es de Segovia. Antes de dirigirnos al tranvía para ir a Dachau nos lleva a los subterráneos del tranvía para protegernos de la lluvia. Allí nos va preguntando uno a uno por los motivos de nuestra visita al campo de concentración. Para él es importante saberlo pues de eso dependerá la orientación de su charla. Enterado de que todos deseamos verlo para conocer aquella horrible historia y evitar que pueda volver a producirse, comienza a establecerse una cálida sintonía. Poco después llegamos al campo de trabajo y antes de comenzar el recorrido nos habla de las circunstancias históricas que pueden explicar el desarrollo de los acontecimientos.
Adolf Hitler viene a Munich en 1913 a formarse en Bellas Artes después de haber sido rechazado en Viena tras varios intentos. Aquí tampoco pasa las pruebas para cursar los estudios y sobrevive haciendo bocetos y dibujos. Al estallar la 1ª guerra mundial se alista al ejército bávaro y al acabar la guerra es cabo del ejército alemán. Desaparece el imperio y se crea la república de Weimar. Ya como miembro del ejército tiene su despacho en la Marienplatz y recibe el encargo de informar a sus superiores de todos los mítines que hay en la ciudad. Entre 1918 y 1919 hay en Baviera 72 partidos políticos y Hitler asiste a todas las reuniones para informar al ejército. En una de las cervecerías donde solían reunirse los grupos políticos, en lugar de limitarse o observar, participa y le proponen afiliarse por su arrebatadora capacidad oratoria. Se trata de un partido de trabajadores anti-judío y anti-democrático. En 1919 se afilia, y siguen las reuniones en la 3ª planta de la actual cervecería Hofbräuhaus hasta convertirse en líder del nuevo partido que pasa a llamarse Partido Obrero Nacional Socialista. En 1929 ese partido es la primera fuerza política en Alemania. ¿Qué ha pasado para que se haya convertido en el partido más votado? Hay varias razones que lo explican:
- Tras la 1ª guerra mundial Alemania ha sido derrotada y destrozada.
- Hay una grave crisis económica
- Crisis política, desorientación.
- El tratado de Versalles supone un castigo territorial, desposeyendo a Alemania de sus colonias, castigo militar, con la prohibición de producir armas y la reducción de su ejército, castigo económico por los pagos del desastre de la guerra y como consecuencia una inflación altísima, hasta el punto que los carretones de billetes se utilizaban para calentarse.
- El castigo moral.
Todos estos factores crean un clima abonado para que prendan ideas desesperadas que consigan elevar el orgullo nacional buscando además culpables de la derrota en la guerra.
Primera intentona.
El 8 de noviembre de 1923 el partido nazi intenta un golpe de estado, reúne a 3.000 personas dirigidas por las juventudes y llega a Odeonsplatz donde se produce un enfrentamiento con la policía, hay varios muertos y fracasa el golpe. Hitler y alguno de sus correligionarios son condenados a 5 años de prisión. Pero por buena conducta solo pasa 9 meses que aprovecha para dictar a Rudolf Hess sus ideas políticas reunidas en un libro “Mein Kampf”, “Mi lucha”. Allí tacha de traidores a judíos y comunistas, los primeros por no apoyar económicamente en la guerra y los segundos por promover las huelgas contra la guerra imperialista en las fábricas.
Después de salir de prisión, fracasada la intentona golpista, vuelven a reunirse en Munich y deciden presentarse a las elecciones para tomar el poder por la vía democrática. La influencia del partido nazi comienza a extenderse por Alemania y a principio de los años 30 ya alcanza el 37% de los votos en las elecciones. Los comunistas consiguen el 33%. Pero ninguno tiene mayoría. En Noviembre del 32 el partido nazi pierde votos y los comunistas se mantienen, pero en enero del 33 el partido nazi vuelve a subir y aliados con un partido católico obtienen la mayoría. Hitler llega al poder. Pocos días después se incendia el Reichstag, el parlamento, y Göring, tras torturar a un albañil holandés, miembro del partido comunista, acusa a los comunistas del incendio. Se aprueba la Ley de Habilidades que concentra el poder en el Führer. Sólo hubieran podido oponerse en el parlamento los comunistas pero ya están presos la mayoría.
En el libro “Auge y caída del Tercer Reich” del historiador estadunidense William L. Shirer, se recoge una declaración del general alemán Franz Halder, donde éste afirma que Herman Göring en Nüremberg se jactó acerca del incendio: “En un almuerzo con ocasión del cumpleaños del Führer en 1943 se habló del incendio del Reichstag y escuché con mis propios oídos como Göring gritó: el único que realmente sabe sobre el edificio del Reichstag soy yo, porque yo le prendí fuego”.
A raíz del incendio los nazis consiguen sus objetivos.
Segunda y definitiva intentona.
El presidente de la República prohíbe el partido comunista alemán y se aprueba la ley de defensa de la persona que anula la libertad de partidos, de prensa, de reunión y comienza la caza por toda Alemania. En unos días son detenidas más de 40.000 opositores políticos. Himmler era el jefe de la policía. Llama a Hitler y le dice que tiene miles de presos y como conocía una fábrica de armas abandonada tras la 1ª guerra mundial cerca de Munich la ofreció como prisión provisional. El 22 de Marzo de 1933, dos meses después de las últimas elecciones democráticas, empiezan a llegar trenes con más de 4.000 comunistas y opositores de toda Alemania.
Llegada al campo de concentración.
Comenzamos la visita viendo en la puerta del campo la inscripción que había en todos ellos “Arbeit mächt frei” (El trabajo hace libres). Pasamos a la sala de registro donde se quedaban con todas las pertenencias de los prisioneros en un primer paso para borrarles la identidad y donde se les proporciona una tela con su número de identificación. A partir de ese momento ha desaparecido su nombre y solo disponen de un número para ser identificados. Ahora son una herramienta de trabajo. Cada grupo de prisioneros se distinguía con un triángulo de distinto color que diferenciaba a los políticos, los criminales, los emigrantes, los homosexuales, los asociales, entre los que se encontraban los discapacitados físicos o psíquicos, alcohólicos, vagabundos, drogadictos, gitanos, judíos, músicos, bailarines, etc… Una de las tácticas usadas por los guardianes para librarse de algunos grupos de presos consistía en exacerbar el odio entre ellos de modo que en los primeros días del campo de Dachau, 27 homosexuales fueron asesinados por sus propios compañeros de barracón. Los presos políticos eran los mejor considerados y los criminales los que peor consideración tenían. Estos últimos eran usados por las SS como informadores de cualquier movimiento en el campo. Cuando algún prisionero se niega a colaborar le disparan allí mismo, siempre delante del resto de prisioneros para que vean las consecuencias de la falta de colaboración. Aunque no fue muy generalizado pero hay documentación de que entre los propios SS se produjeron asesinatos por negarse a torturar o asesinar a un prisionero. Originariamente los campos de trabajo son para desarrollar la industria bélica, el armamento, sin coste económico, únicamente la manutención de los trabajadores que pueden permitirse escasa porque son reemplazables. Tienen millones de prisioneros y, sorprendeos, llegó a haber hasta 1.200 campos de trabajo, concentración o exterminio. Algunos de los campos eran instalados cerca de los nudos de comunicación. Por ejemplo en Allach, no lejos de Munich, Siemens y BMW producen motores de aviones. Y algunas empresas actuales, como Hugo Boss, hacen los uniformes para el ejército, las SS y los prisioneros; Bayer hace experimentos científicos utilizando prisioneros, la mayoría asesinados, probando su resistencia ante el dolor o sumergiéndolos en bañeras con agua helada o hirviendo para ver cuánto es capaz de soportar el ser humano, contagiándoles la malaria con mosquitos infectados o introduciéndoles oxígeno en las venas.
Aunque Dachau no es considerado un campo de exterminio porque no se gaseaba masivamente a los prisioneros, no era solo éste el procedimiento para acabar con ellos. Había otros muchos. En los años 42, 43 y 44 las temperaturas del campo de Dachau llegaron a ser de 35 grados bajo cero. Entre los prisioneros que sólo llevaban para protegerse un uniforme de algodón y unas chanclas con suela de madera rígida, había dos categorías, los que resistían las inclemencias y eran enviados a trabajar a fábricas de armamento y los débiles que se quedaban en el campo trabajando a esas temperaturas. El algodón de la ropa se les pegaba a la piel produciendo moho y bacterias que junto a la falta de higiene, escasa alimentación, enfermedades y trabajos de 12 horas comienza a desarrollar epidemias y mueren como chinches, hasta el punto de que cuando llegan los americanos a liberar el campo, ninguno de los prisioneros aún vivos consigue sobrevivir. También aquí utilizaron el gas en lo que llamaban duchas. Después los pasaban a los hornos y arrojaban las cenizas en el cementerio adjunto, para eliminar rastros del exterminio.
Cuando los americanos avistaron el campo desde los aviones de combate en el año 45 comenzaron a ametrallarlo suponiendo que se trataba de un cuartel militar hasta que vieron correr a gente con trajes de rayas y supusieron que era un campo de prisioneros. Cuando llegaron al campo se encontraron montones de cadáveres apilados y la cerca donde guardaban los perros pastores llena de carne para alimentarlos.
Aquí en Dachau se aplicó, como en muchos otros, la tortura. Uno de los castigos más frecuentes era dar 25 azotes en los riñones con pene de buey. Con los primeros golpes el prisionero solía desvanecerse y si no conseguía ir contando los golpes comenzaban de nuevo.
Otra de las torturas consistía en colgar al prisionero de un palo con los brazos atados a la espalda. Solía descoyuntar los brazos. Estas torturas se infligían con las ventanas abiertas para que el resto de prisioneros pudiera escuchar los alaridos de dolor.
Si después de los castigos no podías trabajar eras declarado inválido y te desviaban a otros campos donde los primeros en ser gaseados e incinerados eran los que no servían para trabajar.
El campo de Dachau con 32 barracones tenía capacidad para 4.500 prisioneros y ese era aproximadamente el número en una primera fase, pero ya en el año 38 comienzan a entrar masivamente judíos y gitanos y se duplica el número de prisioneros, aunque el cénit llega el año 43, cuando empiezan a desviar prisioneros de los campos más lejanos ante la presión militar soviética y americana, en que llega a albergar a 78.000 prisioneros hacinados. Hasta el año 43 había en el campo 2 hornos crematorios donde incineraron 11.000 cuerpos, a partir del 43 construyen 4 hornos más y la cámara de gas con capacidad para 150 personas.
Las posibilidades de escapar de este campo de concentración y prácticamente de todos eran nulas porque junto a las estrictas y rigurosas medidas de seguridad como un primer foso profundo y de dos metros de ancho lleno de agua, después una alambrada a medio metro de altura y dos de profundidad que enlazaba con una de dos metros de altura, ambas electrificadas, a continuación un pasillo de unos dos metros por donde vigilaban guardias con perros y al otro lado aún un canal con agua corriente de 4 metros de anchura. Todas estos obstáculos se sumaban a la vigilancia desde las torretas con ametralladoras y a la debilidad física de los prisioneros . De hecho, durante los doce años que permaneció abierto el campo de Dachau, desde el 33 hasta el 45, solo consiguió escapar un preso checo aprovechando una salida del campo a trabajos exteriores. Hans Bainbach, que publicó un libro “Dachau, campo de muerte”, con sus experiencias, consiguió huir a Rusia y desde allí se trasladó a España, donde murió luchando en defensa de la República durante la guerra civil española. Está enterrado en Montjuic. En Dachau llegó a haber 600 prisioneros españoles.
Junto al campo, pero fuera de su perímetro se encuentran los edificios de la cámara de gas y los hornos crematorios y allí mismo hay la estatua de un preso con el siguiente epitafio: “Den toten zur ehr den lebenden zur mahnung”, “A los muertos en honor y a los vivos en aviso”.
Salida del campo de Dachau.
En este recinto y con esta terrorífica visión de las cámaras de gas y los hornos crematorios acabó la visita al campo. El silencio se instaló sobre todos los visitantes incapaces de entender la magnitud de la crueldad humana. El guía, llenando el vacío del silencio, nos dijo que por decisión gubernamental todos los estudiantes deben acudir a lo largo de sus estudios tres veces a un campo de concentración y también las fuerzas de seguridad de la policía y el ejército. Inevitablemente me vienen a la memoria algunas reflexiones de personas que vivieron el principio y el fin del nazismo. Stephan Zweig, judío austríaco, obligado al exilio, en “El mundo de ayer” escribía: “Nosotros, que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva, nosotros, que todos los días esperábamos una atrocidad peor que la del día anterior, …tuvimos que dar la razón a Freud cuando afirmaba ver en nuestra cultura y en nuestra civilización tan sólo una capa muy fina que en cualquier momento podía ser perforada por las fuerzas destructoras del infierno” (pág. 21). Y Jorge Semprún, superviviente del campo de concentración de Buchenwald, donde permaneció 18 meses, en una de sus últimas entrevistas decía: “¿Quién podría imaginarse que en una de las naciones más cultas de Europa podría surgir la bestia que sumiría al mundo en una de las mayores catástrofes de la historia?”.
No estamos por tanto vacunados contra la barbarie, basta mirar los no tan lejanos episodios de limpieza étnica en la antigua Yugoslavia o las matanzas por motivos religiosos en el mundo árabe. Justamente anoche, paseando por esta ciudad de Munich, junto a la Marienplatz, escuchamos cánticos, gritos y carreras de gentes rodeadas por la policía. Unos portando banderas alemanas y bávaras contra los inmigrantes y otros cantando la canción de los partisanos italianos “Oh bella Ciao” y consignas antinazis como “Nazis Raus”, “Nazis fuera” y “Ningún humano es ilegal”.
La realidad no invita al optimismo y tendremos que convenir con Gramsci en su famosa frase del “pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”.
Los humanos no podemos resignarnos a ser esclavos de la historia. Tenemos que dirigirla al servicio de todos para crear un mundo donde nadie pueda esclavizar ni ser esclavizado por ninguna razón. Un mundo donde todos podamos ser libres.
San Juan, 21 de octubre de 2016.
José Luis Simón Cámara.