Retazos. 2.

Extracción de catéter doble J.1

Después de 4 visitas sucesivas a urgencias entre los días 10 y 16 de Marzo por el intenso dolor en la parte izquierda y lateral del vientre, me hacen un TAC y me ingresan de urgencias el día 16 y el 18 me instalan un catéter desde el riñón a la vejiga para puentear una piedra de 0,7 milímetros que obstaculiza el paso de la orina y ha inflamado el riñón izquierdo. Ya no vuelvo a tener dolor. Con un nuevo TAC me citan el 21 de Abril para conocer los resultados. A partir de ese momento se establecería ya el procedimiento para eliminar la piedra. Ahora se suele utilizar la litotricia, destrucción de la piedra por ultrasonido. Después de estudiar la radiografía y el TAC nos dijo el doctor: “Buenas noticias. La piedra ha desaparecido. Ahora hay que quitar el catéter. Esta operación puede hacerse con o sin anestesia. En el primer caso habría que esperar algo más. Sin anestesia podríamos hacerlo ya el día 27. Es un poco molesto pero no llega a ser doloroso. De usted depende”. Tras mirar a Inma y al doctor me decidí por la segunda opción. Llega el día 27. Ayuno desde las 10 de la mañana. A las 4 de la tarde en el quirófano. Esta vez no había ninguna bruma –anestesia- que enturbiara o dificultara la observación de la intervención. Con el traje hospitalario, pantalones y camisa azules de gran tamaño, entré por mi pie al quirófano, saludé a los doctores y a la enfermera y me senté en la mesa de operaciones. Ya en la mesa la enfermera me sacó los pantalones y me subieron las piernas despatarradas a sendos soportes elevados a 60 centímetros sobre el nivel del cuerpo. En esa posición me embadurnaron de betadine vientre, pubis, nalgas y especialmente la polla, que era por donde tenían que introducir el artilugio con el que extraerían el catéter a través de la uretra. Hasta aquí solo una sensación de frescor. Me sujetaron las piernas con una delicada correa, pero correa. ¿Acaso el dolor podía forzarme a moverlas instintivamente? Escuché que un enfermero preguntaba cuándo bajaban al siguiente paciente y le dijeron que en 10 minutos. Eso me alivió porque pensé que aunque fuera doloroso no duraría mucho tiempo. A partir de ese momento el doctor Galiano, que me había instalado el catéter, me dijo que me relajara y comenzó a manosearme la polla, “a ver si se empalma”, pensé por un momento, y me explicó que estaba poniéndome un lubricante anestésico. El otro doctor me dijo que respirara por la nariz y expulsara el aire por la boca a la vez que comenzaban a introducirme algo y, mientras me decía que estaba colaborando muy bien, yo notaba como si me penetraran a la vez que me estiraban de la polla con las manos con tanta fuerza como si se apoyaran con sus pies en mis nalgas. Por un momento pensé que podían arrancármela. Tenía una sensación de frío, escozor y ganas de orinar. Tras un lento minuto el doctor me dijo: “Ya está”. Me enseñaron el catéter, un espagueti de unos 30 centímetros. Me bajaron las piernas del potro y la enfermera volvió a colocarme los pantalones. Me incorporé con su ayuda lentamente. En los dos o tres primeros días podría orinar con algo de sangre. Estreché la mano y di las gracias a los doctores y a la enfermera que, cogido del brazo, me acompañó hasta el pasillo y me indicó la sala de espera desde la que se accedía al vestuario donde había dejado la ropa, en la taquilla nº 3.

San Juan, 28 de abril de 2016.
José Luis Simón Cámara.

[1] Así llamado porque tiene una especie de rizo en cada extremo, como una J, para poder sujetarse por ambos lados.

Galería de personajes. 19.

El círculo se estrecha.

Esta mañana he salido al pueblo por la prensa. Ni siquiera he tomado la manzanilla porque no quería que se hiciera tarde para disfrutar temprano de la playa. A estas horas, las primeras de la mañana, y en esta época, mediados de Abril, puedes pasear por la arena con la sensación de que casi todo lo que abarca tu vista está para disfrutarlo en exclusiva. A lo largo de kilómetros puedes cruzarte con una pareja de paseantes, con una piragua de remos rítmicos y silenciosos o con alguna gaviota de pesca a ras del agua.

Con el periódico en la mano y en el momento de abrir el coche, una mujer de mediana edad se dirigía a un hombre que salía del café de Marieta y le decía:

–“¿Te has enterado de que ha muerto esta noche Rubio, de repente?”

–“Sí, me lo han dicho esta mañana”.

Mientras regresaba a casa he ido pensando en aquella breve conversación escuchada, sin pretenderlo, al vuelo. Ahora se dice que alguien ha muerto de un ictus o un infarto, pero ya no es muy normal escuchar que alguien ha muerto “de repente”. Hace ya varios años la plaza, ahora entre el bar de Marieta y el bar Pepe, no existía y en su lugar, junto a la barbería que aún conserva el rótulo medio roto, donde un envejecido y acartonado barbero con un gran perro pastor ejercía su oficio, había también una mercería regentada por otro señor de apellido Rubio y antigua filiación o simpatías comunistas, razón por la que yo lo conocía superficialmente. De él sabía que tenía dos hijos, al menos, uno que militaba conmigo en actividades políticas durante un tiempo, y otro mayor, que tenía una hija de la edad de la mía y que eran además compañeras de curso en la escuela. Mari Pepa. En su desarrollo psicomotriz los dioses no le fueron favorables. Ésa era una de las razones, además de la larga convivencia desde la más tierna infancia, por la que mi hija le tenía afecto y le despertaba además cierto instinto de protección. Mi relación con el padre de Mari Pepa ha sido siempre cordial pero apenas habré cruzado con él dos palabras en estos casi treinta años. Parecía poco hablador y bastante discreto. Durante largo tiempo estaba grueso y un tiempo después observé que había enflaquecido demasiado. Alguna vez lo veía con su hija, siempre en su cara un gesto de resignación. Otras veces sentado a la mesa de un bar tomándose una cerveza. Su aspecto no derrochaba salud, desde luego, era más bien enfermizo.

¿Sería posible que la conversación escuchada antes de subir al coche se refiriera al Rubio que yo conocía? Sería mucha casualidad porque San Juan es ya una ciudad de entre 20 y 30.000 habitantes. Es cierto que conozco a bastante gente, sobre todo de vista, porque ya vivo aquí unos 30 años y ha pasado buena parte de la juventud por mi mano en el Instituto de Enseñanza Secundaria. Pero, en cualquier caso, bastante improbable, entre otras cosas porque este chico al que me refiero debe de ser más joven que yo.

Mientas paseábamos por la playa, con Benidorm invisible, tapado por la bruma, se lo he comentado a Inma. El oleaje, suave, apenas soplaba una ligera brisa de poniente, iba borrando las huellas que dejábamos en la arena.

Esta tarde, antes de irse a un cumpleaños, mi hija me lo ha confirmado.

–“Papá, no me lo puedo creer, acaba de llamarme una amiga y decirme que se ha muerto el padre de Mari Pepa”.

San Juan, 16 de abril de 2016.
José Luis Simón Cámara.

Retazos.

El rico Occidente.

Poder elegir entre distintos tipos de pescado porque no siempre uno va a tomar boquerones, caballa, sardinas o atún, dentro de la gama del pescado azul y merluza, rape, gallina, mero o San Pedro, entre la aún más abundante del pescado blanco, no deja de ser un privilegio aunque por razones médicas te veas privado temporalmente de la posibilidad de comer carnes, entre las que también disponemos de una riquísima variedad. Si además de esta última, por motivos de salud, la limitación se extiende a las variantes del alcohol, sea cerveza, vinos tanto blancos y tintos como olorosos o amontillados, vermuts y licores de aperitivo o sobremesa como cava, champagne, wisky, coñac, ron o vodka y todo tipo de tapas que suelen acompañarlos, como unas buenas rodajas de chorizo, unas virutas de jamón ibérico, claro, por no hablar de la absoluta prohibición, en estas circunstancias, de picantes como alguna guindilla, o excitantes como el té y el café y, por supuesto, todo tipo de salazones, hueva o mojama de atún, mosola, bacalao, anchoas o incluso, alguna vez aunque con menos frecuencia, unas huevas frescas de esturión.

La verdad es que, habituado a todos estos singulares sabores, parece como si esa parte tan importante de la vida que es la gastronomía, en la que además de alimentarnos buscamos el placer, quedara bastante limitada. Si comparo mi vida de hace solo un mes con la de ahora, se ha producido ese contraste. Y una de mis formas de saborear la vida, de brindar por ella, de celebrar la amistad, de festejar la alegría, se ha visto notablemente empobrecida.

Aunque inevitablemente, y esta es otra parte de la historia, pienso en los refugiados de todo el mundo que, huyendo de las guerras, de las persecuciones, del hambre, en sus países de origen, buscan el cobijo de Europa que les da con la puerta en las narices, y apenas disponen, en el mejor de los casos, de un pedazo de pan y una naranja en una tienda de plástico sobre el barrizal. Pienso en los niños, ¡ay, los niños!, que ni siquiera conocen la existencia ni la variedad de carnes, pescados y exquisiteces que disfrutamos en Occidente, porque jamás han tenido acceso a ellas o, lo que es peor aún, si las conocían han perdido la oportunidad de volver a disfrutarlas. Pienso, sin ir más lejos, en los buceadores de contenedores que, como Neptuno con su tridente, dioses venidos a menos, armados de su arpón, van ensartando basuras y restos de comidas caducadas, buscando qué llevar a la boca de sus hijos que, como pajarillos en el nido con el pico abierto, esperan ansiosos saciar sus muchas hambres o algún juguete roto de los que desechan los niños privilegiados que pueden desprenderse de ellos porque sus padres pueden reemplazarlos.

Si en algún momento de impertinencia, de imbecilidad, de insensatez, me asoma un amago de disgusto por verme privado de esos placeres a los que la fortuna me ha habituado, inevitablemente pienso en todo esto y una sensación de vergüenza me recorre el cuerpo.

¡Que tenga que ser la desgracia ajena el alivio de mis apetencias!

San Juan, 17 de abril de 2016.
José Luis Simón Cámara.

El ruedo ibérico. 2.

Sé que hay que aguantar muchas cosas en la vida. Desde unos vecinos ruidosos a unos compañeros de trabajo insolidarios, desde una casa donde se pone el sol antes de tiempo a unos vientos que te la llenan del humo de la barbacoa próxima, desde una barriga que no consigues reducir a pesar de los abdominales hasta una calvicie impropia de tu edad. Todo esto y muchas otras cosas, la lista sería interminable, tenemos casi inevitablemente que aguantarlas.

Lo que no estoy dispuesto a soportar es que una nueva casta de políticos que se creen haber llegado a este mundo como si nada hubieran hecho en él quienes les han precedido, en el terreno de la democracia y de las libertades, estén dando demasiadas muestras ya, primero de no respetarlas y defenderlas en algunos de los países que les han servido de guía y referencia donde sistemáticamente se menosprecian y pisotean, y segundo, que consideren no ya solo a sus votantes sino incluso a sus militantes como retrasados mentales hasta el punto de proponerles en un referéndum si son partidarios o contrarios a un acuerdo político entre dos partidos, uno de los cuales consideran antagónico y otro al que pretenden reemplazar, y por otra parte si son más bien partidarios de la propuesta imaginada por ellos mismos de confluencia entre ellos y el partido o partidos a los que pretenden fagocitar para llegar, si estuviera al alcance de sus laboratorios de análisis político, a convertirse poco menos que en partido único y poder aplicar así en la sociedad los democráticos sistemas de funcionamiento que están siguiendo en el nombramiento y destitución de sus más altos cargos dentro de la asamblearia organización, métodos que recuerdan a los procedimientos utilizados por los sistemas políticos más autocráticos de cualquier signo que ha conocido la reciente historia europea de la que parecemos no estar vacunados, de la que parecemos no aprender.

Esto por no hablar ya más del cacareado derecho a decidir que me recuerda esa horrible y reciente historia que parecía irrepetible en Europa después del denostado Holocausto en la 2ª guerra mundial, ahora que se cumplen 25 años del múltiple genocidio en aquel país tan parecido por muchas razones a España, donde la locura nacionalista, revestida de reivindicaciones culturales, lingüísticas, religiosas y étnicas, abocó a Yugoslavia a una de las mayores tragedias humanitarias de nuestra época y todo eso en nombre de la defensa de las características identitarias que llevaron a la humillación, violación y aniquilación del adversario a miles y miles de personas por el solo hecho de haber nacido en el lugar equivocado o de haber hablado la lengua equivocada o de haber profesado la religión equivocada o de haber tenido el color de piel equivocado. Toda una serie de errores que llevaron a unos y a otros a la tumba o a vivir en un infierno. Sé que estoy simplificando. Ni se trataba de espacios equivocados hablar una u otra lengua, profesar una o ninguna religión o vivir en un lugar u otro. Ni se trataba de uno solo sino de muchos infiernos que ahora ya no se llaman Yugoslavia, que se llaman Eslovenia, Croacia, Bosnia-Hercegovina, Serbia, Montenegro, Kosovo y Macedonia. En toda esta rica variedad plurinacional tuvieron mucho que ver los preclaros intelectuales que animaron el cotarro hasta que saltó la chispa aprovechada por los matarifes de uno y otro bando ante la voraz mirada del concierto internacional que daba salida al arsenal que dormía envejecido en los almacenes militares.

San Juan, 19 de abril de 2016.
José Luis Simón Cámara

Sueños. 21.

Iba caminando entre escombros y saltando sobre palés de ladrillos apilados, evitando pisar en las orillas por si se desmoronaban, me resbalaba y golpeaba contra el suelo, lleno de hierros retorcidos y cristales rotos. Procuraba apoyarme en el centro desde donde me impulsaba al siguiente palé, colocados a pocos metros de distancia unos de otros. En un momento me vi rodeado de gente que caminaba hacia el Museo del Prado. Era difícil alterar el rumbo y, por otra parte, pensaba que no se trataba de una sola dirección y al final podría elegir la adecuada para seguir hacia donde me dirigía. Solo sabía que buscaba unas calles conocidas pero no recordaba el nombre. Aunque estaba seguro de que cuando viera el rótulo con el nombre al principio de la calle las reconocería, o incluso sin ver el rótulo. Levantaba cuanto podía la cabeza apoyándome en la acera o en algún portal para tratar de distinguir sobre la aglomeración que me tapaba la visión alguna indicación que me orientara pero finalmente comprobé que toda aquella gente se dirigía sin excepción, salvo yo, al museo y no había ninguna otra salida. Al llegar a la entrada de la famosa pinacoteca que ya había visitado en otras ocasiones y que, por supuesto, pensaba volver a visitar en otro momento, pregunté al conserje si por allí se podía acceder a otros lugares.

–No, por aquí solo se puede entrar al museo. Si usted quiere ir a cualquier otro sitio de la ciudad tiene que regresar hasta aquella calle que se ve allá a lo lejos, detrás de esos edificios en ruinas.

Rehice el camino con dificultad porque casi todo el mundo iba en dirección contraria a la mía, se dirigían al museo. Yo sabía que el museo era uno de los atractivos turísticos más visitados de la ciudad pero no imaginaba que hasta tal punto. Porque se trataba de una verdadera marea humana. Y gentes de toda condición tanto por sus atuendos, desde los más refinados hasta los más burdos, como por su edad, desde ancianos hasta niños en brazos o en silletas. Cuando conseguí llegar a la calle que me había indicado el conserje del museo la reconocí inmediatamente. A pesar del polvo y los desechos que había que ir sorteando recordaba la ubicación de aquella vieja bodega que guardaba en sus estanterías botellas escondidas tras las telarañas que, en muchos casos, ocultaban tesoros para los aficionados al buen coñac y a los buenos vinos. Allí había visto yo, acompañado de mi amigo José Antonio y de su suegro, experimentado marino mercante, botellas del famoso brandy Peinado de hasta 100 años. Era admirable observar cómo el viejo lobo de mar acariciaba una de aquellas antiquísimas botellas sin quitarles ni una mota del polvo acumulado. No sabía exactamente si se trataba de la calle Lope de Vega o Miguel de Cervantes. Cuando conseguí dar con la bodega entre los escombros y el polvo me pareció volver a la realidad y salir de aquel laberinto de gentes, basura, ladrillos y ventanas destrozadas. Tras el mostrador el mismo dependiente de años atrás con su guardapolvos desteñido, con su largo bigote y sin un solo cabello en la cabeza. Justo en el momento en que iba a preguntarle por una manzanilla de Jerez un estruendo ensordecedor retumbó en la bodega y de las estanterías se desprendió una nube de polvo junto con algún cascote del techo.

–Otra vez los bombardeos, dijo el bodeguero, la gente estará escondiéndose en los sótanos—refugio del Museo del Prado.

San Juan, 11 de abril de 2016.
José Luis Simón Cámara.