Poco después de salir de casa a pie, un poco de ejercicio aunque sea suave y para no anquilosarme ahora que, con el catéter en el riñón, me es desaconsejada la carrera habitual de estos últimos años, caminando por la calle del Mar escucho a alguien decir en voz alta a lo lejos: “¡Eh, torero, ¿te acuerdas de cuando corrías delante de la vaca si la soltaban? ¡Cuánto tiempo ha pasado!” Y, guiado por la voz, vi a quien parecía haber hablado. Me fui acercando a él, que había reducido la marcha mientras hablaba con su interlocutor y enseguida lo reconocí. No era la primera vez que lo veía. Con camisa de manga corta a pesar de que a estas horas de la mañana, aún no serían las 9, en los primeros días de Abril aún refresca, el poco pelo que le queda al cero y sus 80 años bien cumplidos sin duda. A la altura de la Casa de Cultura vi que se paraba frente a un coche aparcado junto a la acera, tocaba la carrocería con una mano mientras con la otra se remangaba el pantalón, seguramente para no manchárselo, y ponía la rodilla desnuda en tierra. Después se remangaba la otra pata del pantalón, dejaba la otra rodilla a descubierto y la apoyaba también en el suelo mientras con una mano seguía tocando la chapa del coche y con la otra se santiguaba varias veces y con bastante rapidez. Al ver que yo me acercaba caminando, no había nadie más por la calle, se incorporó con cierta precipitación, dejó caer los camales del pantalón y continuó la marcha. Algún conocido suyo venía en la otra dirección porque él le dijo al cruzarse:
–“Me faltan trece cartas para los quince millones”.
–“Vale, vale, muy bien”, le contestó el otro sin interrumpir el paso.
Yo me iba acercando a él que mascullaba algo solo y, para evitar que me interpelara, crucé a la otra acera por el paso de cebra asegurándome de que una furgoneta con niños y cajas de verduras, conducida por un joven con raftas que miraba a uno y otro lado sin haberme visto, no me atropellara. Poco después comprobé que bajaba las cajas en la plaza del Ayuntamiento donde los domingos se instalan algunos puestos con fruta, miel, verduras y otros productos ecológicos traídos de la montaña. El señor en mangas de camisa y yo caminábamos por aceras paralelas casi al mismo ritmo. Al llegar al final de la calle giré la vista con disimulo y no lo localizaba. Entonces miré directamente y vi que se incorporaba de junto a otro coche en el que parecía haber hecho la misma operación que en el coche junto a la Casa de Cultura porque aún capté el movimiento de la mano al santiguarse e incorporarse detrás del coche. Era un coche rojo. Quería comprobar después si había algún símbolo en el coche porque en la ocasión anterior observé que se había santiguado frente al escudo de San Juan en que aparece la bandera de la comunidad valenciana y un cordero con una cruz. Continué hasta el kiosco de prensa de donde salía otro señor mayor que saludó al de las genuflexiones. Éste entraba al kiosco cuando yo ya salía con el periódico y la kiosquera le preguntó:
–“Antonio, ¿es que conoces a este señor que acaba de salir?
–“Más de 50 años”, respondió.
De regreso a casa, después de tomarme una manzanilla, infusión, no de Sanlúcar, pasé junto al coche rojo ante el que Antonio se había arrodillado y santiguado pero no había nada especial que, a mi juicio, hubiera sido la causa de su actitud. Debían de ser otras sus razones.
San Juan, 10 de abril de 2016.
José Luis Simón Cámara.