Galería de personajes. 9.

El coleccionista.

No importa de qué se trate. Casi todo cabe. La sola excepción es la unicidad. Nunca puede tratarse de un ser único o inalcanzable, como puede ser el sol, la divinidad, el Everest o pocas cosas más. Todo lo demás es posible objeto de su voracidad recopilatoria. Yo lo he visto acarrear con la pesada cornamenta de un buey, por poner el ejemplo más exagerado del que he sido testigo. Estoy hablando de varios kilos de peso porque no solo eran los cuernos sino también los huesos soporte de la cara y la nariz, el esqueleto de la cabeza, vamos. Y cuando camina por la playa las conchas más pequeñas, diminutas, arrastradas por las olas una y otra vez, que se pierden en el cuenco de la mano. Entre la cornamenta de buey y la minúscula concha imaginaos la infinidad de objetos susceptibles de ser agrupados. Latas de cerveza de todos los tamaños y marcas, nacionales y extranjeras, clasificables además por grados alcohólicos, tamaño, color, países, continentes. Solo para eso hace falta ya bastante espacio, estanterías ajustadas al tamaño para aprovechamiento del espacio, algo así como las abejas cuando organizan la colmena. ¿Qué decir de las monedas de las más variadas épocas y países? ¿Y de los sellos? Desde hace años acostumbra a ir al mercado semanal que se instala en las arcadas frente al ayuntamiento de Alicante, donde hace intercambio de monedas y sellos de las más lejanas y extrañas procedencias. Seguro que me dejo en el tintero, objeto que, también, por cierto, colecciona, otras piezas que irán apareciendo, pero quizá una de sus más prolongadas y obsesivas búsquedas sea la de los últimos números, dificilísimos ya, del sorteo diario de la ONCE, que tiene la friolera de 100.000 números. Hace ya un tiempo que, después de regalarnos a todos sus amigos del camino de Santiago, con el que lo hemos andado varias veces en distintos años, las series correspondientes al camino, ha llegado a reunir noventa y nueve mil novecientos noventa y seis. Solo le quedan, y esto parece de lo más difícil, cuatro o cinco números que no consigue encontrar, a pesar de que posee una llave maestra con la que, autorizado por sus dueños, puede abrir las taquillas donde los compradores de boletos suelen arrojar los no premiados. Él abre el receptáculo y caen todos los números, algunos rotos, otros arrugados, los menos lisos, en la gran bolsa de plástico que lleva en una mano, la otra ocupada con la correa del perro que indefectiblemente lo acompaña. A veces sé de su presencia en un bar porque veo desde lejos el perro sentado junto a la puerta esperando a su amo fiel. Recogido el trofeo le entran las prisas por recogerse en casa a rebuscar entre los números alguno de los que ansía. A partir del último vaciado de boletos de la lotería, es inútil invitarlo a tomar una caña o hilvanar una conversación en la calle. Su ritmo va in crescendo y nada consigue entretenerlo, como al que va derecho a un objetivo y no quiere perder ni un minuto de tiempo. Enfebrecido y renqueante, porque últimamente una dolencia se ha unido a otras más antiguas, apoyando de manera intermitente una u otra mano en el costado, se encamina hacia su casa donde, al llegar, aboca el saco del tesoro y comienza a escarbar. Si consigue algún boleto nuevo, empresa cada vez más difícil, su alegría se contagia a las estanterías donde reposan planchados y prensados los miles de números ya conseguidos. De lo contrario, como suele ocurrir, sin caer en el desaliento, va dirigiendo la vista a los otros objetos perfectamente ordenados y organizados y, complacido por el esfuerzo de largos años, dormita apoyada la cabeza sobre la mesa-taller de su despacho.

José Luis Simón Cámara.
San Juan, 3 de diciembre de 2015.

20 D. 2015. Elecciones.

Apenas alguna voz deletreando los nombres de los espaciados votantes que acuden a las mesas del colegio electoral a primeras horas de la mañana. De fondo el suave ruido de los aparatos de aire acondicionado. Dos mesas del distrito 1, sección 6 de las elecciones al Congreso de los Diputados y al Senado. Unas con papeleta y sobre blanco, las otras color sepia. La soterrada rivalidad partidaria no se hace patente. Los representantes de los distintos partidos muestran una civilizada relación de camaradería. Cualquiera que sea el resultado, van a estar todo el día enredados en la misma tarea. ¡Los líderes quedan tan lejos y ellos se encuentran tan cerca! Como siempre, las mesas están llenas de interventores de los tradicionales partidos mayoritarios, el sistema bipartidista alternativo, PP y PSOE, que estas elecciones parece ponerse por primera vez patas arriba por la irrupción de los llamados partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos. Precisamente el apoderado de Podemos, con el que en principio podría sentir más afinidad, no presenta un perfil próximo, más bien hostil, cabeza de cara rojiza y tamaño desproporcionado con su estrechez corporal. Asiduo colaborador del diario Información, de lenguaje más bien desmesurado y juicio poco matizado. Me resultan más próximos gestualmente tanto los miembros natos o elegidos de las mesas como los interventores y apoderados del resto de partidos, incluido Ciudadanos, con los que en principio no tendría por qué tener tanta sintonía.

Pasadas las 12.30 se va haciendo denso el ambiente en el aula prefabricada que sirve de local electoral. Aumenta el flujo de votantes hasta formarse pequeñas colas. Casi a las 14.30 en una mesa se ha saltado el filo del 50% de votantes y en la otra a punto de saltarlo. Ambiente relajado, calma. Las presidentas de mesa, son las dos chicas curiosamente, los vocales, interventores y apoderados se deshacen en atenciones unos con otros, ofreciendo bebidas, bocadillos, un cigarrillo en el exterior, una relación envidiable, de compañerismo, civilizada.

Hacia las 7 de la tarde sigue afluyendo gente y se está llegando al 73, 74 % de participación, menos de lo que presagiaba la incertidumbre y la expectación ante los nuevos partidos emergentes que podían motivar a sectores de la población insensibles hasta ahora a las repetitivas y manidas propuestas de los partidos clásicos. Parece que el grueso de la población se mueve como los grandes paquidermos, con la lentitud de la lava cuando llega al llano, cansina y lenta pero de paso irreversible en su camino.

A las 8.05 de la tarde, ya totalmente oscuro y con una humedad envolvente, se cierra la puerta del colegio electoral. Se había abierto al público a las 9.05 de la mañana. Las dos mesas, A y B del distrito 1, sección 6, situadas en forma de L en el aula que sirve de comedor escolar, comienzan a abrir los votos por correo e introducirlos en las urnas, después votarán los miembros de la mesa. Como si se tratara de una operación antigua y artesanal, la presidenta, en este caso ayudada por un vocal más experimentado, como si estuviéramos en una vieja herrería, coge unos alicates y rompe el alambre que ha mantenido cerrada e inviolable, símbolo de la soberanía popular, la urna de plástico duro y transparente donde a lo largo del día los ciudadanos han ido depositando, a través de un papel, su confianza en una fuerza política y a continuación, en un clima siempre de calma, empezará el recuento de votos. Con cierta curiosidad más que con inquietud, comienza la monótona lectura de votos a los distintos partidos. A lo largo de la sesión, a veces interrumpida por una vuelta atrás para comprobar que el conteo es correcto, o por el sonido de un móvil que nos informa del índice de participación a nivel local, provincial, autonómico o estatal, hay que decir que sobre todo los representantes de los distintos partidos están pendientes de los primeros resultados que van apareciendo a pie de urna, se van produciendo comentarios más o menos graciosos sobre algún incidente como la pronunciación incorrecta de una candidatura, o la aburrida repetición de los votos del mismo partido o la felicitación al pobre representante de un partido, como el mío, EU, cuyo primer voto ha tardado tanto rato en aparecer. En cualquier caso, ninguna acritud en los comentarios. Ningún nerviosismo. Quizá nos estamos acostumbrando al indiscutible recurso a los votos para dirimir las diferencias, como los pueblos civilizados. Ojalá las diatribas, los insultos, las amenazas, los puñetazos y mucho más las balas queden para siempre desterrados de nuestro panorama.

San Juan, 21 de Diciembre de 2015.
JoséLuis Simón Cámara.

Galería de personajes. 8.

Érase un hombre a una bolsa de plástico en la mano pegado.

No sé si arrastra los pies caminando por falta de energía o si lo hace como aquellos escuderos de la Edad Media, que, ufanos de pertenecer a la baja aristocracia pero en la pura miseria, sacando pecho, en la barba unas migajas de pan para mostrar que se andaba sobrado y la cabeza erguida, no los levantaban para que nadie viera sus zapatos sin suelas. Lleva chaqueta incluso ahora, en Mayo, que ya comienza el calor. Las primeras veces que lo vi me llamó la atención su caminar acompasado arrastrando los pies y con una bolsa de plástico, casi rozando el suelo de tan grande, en la mano. Arqueando ligeramente el brazo, como si en el oeste fuera a desenfundar, aunque nada más lejos, creo, de su intención ir cargado de cartucheras. El arqueo de su brazo hace contrapeso a la bolsa que lleva en el otro, llena de objetos inútiles que va recogiendo por las papeleras y que él cree útiles aunque no sabe para qué. Ya lo he visto más de una vez incorporándose para abuzarse en las papeleras en busca de algo aprovechable. No es que las papeleras estén muy altas, pero él es bastante bajo, con la camisa fuera de los pantalones, colgándole debajo de la chaqueta grande que lleva puesta. Lo de asomarse a las papeleras me obligó a desechar la posibilidad de asemejarlo a los escuderos, porque nada más lejos de ellos que aparecer como mendigos, aunque estuvieran muertos de hambre.

¿Quién podría sorprender una sonrisa en el rostro del hombre de la bolsa? Si, satisfechas las necesidades vitales, como el hambre y el sueño, es aún difícil sonreír en solitario, cómo diablos puedes suponerla ni por descuido en el suyo, ni siquiera como ejercicio para evitar el anquilosamiento propio de los músculos que no cambian de posición. Sí, parece que la sonrisa y la risa prolongan la vida. Pero ¿para qué quiere él alargar la agonía en que se convierte cada día que vuelve a despertarse y se ve obligado a echarse a la calle, como un ser arrojado al mundo, a este infierno que somos todos los otros, testigos inmisericordes de su pobre y triste destino? Muchas veces denunciamos la crueldad ejercida contra los animales en el coso taurino o al despeñar a la cabra desde el campanario o cuando echamos a la sartén a esos pececillos que aún pueden escaparse por los huecos de las redes, y yo no digo que esto no sea cruel, pero creo que esta crueldad palidece comparada con la que en silencio y día a día ejercemos por omisión hacia esos seres que, clamoroso grito silencioso, vemos pasar a nuestro lado, consumiéndose y sin despertar la compasión a la que tiene derecho cualquier humano en esa triste situación.

Hoy, después de varios meses, lo he vuelto a ver caminando cada vez más lento y ¡quién lo diría! parecía llevar un móvil en la mano. Como nuestros caminos iban confluyendo lo he observado al acercarme y he comprobado que se trataba de un pequeño y viejo transistor. Él, barba irregular, mal afeitada, pelo a jirones, a la vez que se asomaba a la papelera que había en su camino y tosía con carraspera, no podía creerlo, iba tarareando la música que sonaba en el viejo transistor.

San Juan, 29 de Mayo-12 de Octubre de 2015.
José Luis Simón Cámara

Galería de personajes. 7.

Los gemelos del psiquiátrico.

Como si fuera uno la sombra del otro, van trastabillando pasos por la calle, tambaleándose o balanceándose como si fueran marinos que caminan por la cubierta de un barco en permanente vaivén, traído y llevado por las olas. Difícil si no imposible distinguirlos incluso juntos, porque ni siquiera los actos individuales, como por ejemplo fumarse un cigarrillo, son inconcebibles si no lo hacen los dos simultáneamente. Uno delante del otro van moviéndose por las aceras del pueblo a esas horas en que les dejan salir de su residencia. Las mismas gafas, la misma ropa, los mismos zapatos, la misma envergadura, la misma cara, los mismos gestos, van como enredándose con los que se encuentran por la calle, entreteniéndose con quienes les dan palique, sin perderse de vista nunca uno al otro y sin prestar mucha atención al interlocutor, como si estuvieran solo pendientes uno del otro, y entre ellos se interpusieran los contactos con los viandantes, necesarios para sus fines, como conseguir unas monedas o un cigarrillo, también les gustan los puros, pero con los ojos siempre puestos en el otro, en su referente, en el hermano, en la copia casi exacta hasta el punto de que yo no sé si cada uno es o se siente o se reconoce en el otro. Todo el contorno del psiquiátrico, que va desde Santa Faz a San Juan (todo son santos por estas tierras), los conoce. Tiene de peculiar esta pareja que, aunque vayan juntos, te aborden juntos y te pidan juntos, no despiertan ningún recelo ni temor, ni siquiera rechazo o antipatía. Su inocuidad es tal que más bien despiertan simpatía o compasión o incluso ternura. Su presencia provoca más bien el esbozo de una sonrisa, y en ocasiones, lamentas no llevar algunas monedas sueltas para regalárselas, consciente de que en ningún caso van a gastarlas en drogas o alcohol, como ocurre muchas veces cuando, a sabiendas del uso que van a hacer de inmediato, les dejas caer una moneda a algunos que, por su nerviosismo, excitación, ansiedad, sabes que van a meterse un chute. No, no es su caso. A lo sumo algún cigarrillo suelto o algún vaso de limonada, ni siquiera coca-cola, que no les conviene por ser algo excitante. Y claro, no vamos aquí a remontarnos a la valoración que para nuestros antepasados griegos tenía la locura, vamos, lo contrario a la cordura, como toque o chispa de los dioses que hacen incomprensible a los humanos juiciosos los ininteligibles rumbos o designios de los llamados locos o enfermos mentales o enajenados o lunáticos, como luego en la cultura cristiana el fenómeno de la posesión tanto del maligno, recordemos los casos de posesión diabólica narrados por Marcos en su evangelio. Preguntado por Cristo el nombre del poseso, éste responde: “Mi nombre es legión”. Expulsados por Jesucristo se lanzaron sobre una piara de cerdos que, enloquecidos, se despeñaron por un acantilado y se ahogaron en el lago. Pero también está el éxtasis o posesión de la divinidad, como atestigua la experiencia de Teresa de Jesús, en la escultura de Bernini, con los rasgos y gestos propios de la relajación que sigue al acto sexual. El poseso, del diablo o de dios, no sigue las reglas de la razón, sus parámetros se alejan del comportamiento aceptado como normal, hacer contorsiones, o echar espumarajos por la boca o poner los ojos en blanco o arrojarse al suelo y tirarse de los pelos y la ropa, todo eso propio de los posesos no es muy común que digamos. Nada más lejos de todo esto que los dos gemelos de que hablo. En el peor de los casos tocados por el dedo divino, no del diablo, desde luego. Nunca he visto que nadie quisiera reírse o burlarse de ellos. A lo sumo amagos de compasión y simpatía. ¡Qué menos con seres tan poco acariciados por la fortuna!

San Juan, Mayo de 2015.
José Luis Simón Cámara

CRÓNICAS ORWELLIANAS. La Corre Four.

Corría el año 2055 de nuestra era cuando Joan, recién cumplidos los cuarenta, decidió poner en su perfil de Facetwitgram -la super red social que fusionó a todas las existentes anteriormente- una foto en la que se le veía, a los pocos días de nacer, con una camiseta celeste y una extraña inscripción junto a un no menos absurdo dibujo.

La supercomputadora Very Big Brother, que controlaba e interrelacionaba todas las acciones del planeta, emitió al momento la localización de otros tres usuarios, Carlota, Manuel y Luz, de edades similares, con orígenes cercanos y con idénticas camisetas en instantáneas de sus tempranos días, poniendo en conocimiento de los cuatro tales coincidencias.

Picados por la curiosidad, se cruzaron mensajes tratando de conocer cuál era el origen de tan extraña coincidencia y, sobre todo, de averiguar qué significado podía tener la leyenda «A To Trapo» y la imagen parecida a un extraterreste que la acompañaba.

Tras arduas pesquisas, rebuscando en webtecas y archivos olvidados de padres y abuelos, llegaron a la conclusión de que podía tratarse de una especie de secta, formada por gente con alguna carencia de materia gris, que se reunía con cierta frecuencia a realizar una serie de ritos, a cuál más asombroso. Por ejemplo, se desplazaban en grupo moviendo las articulaciones inferiores de forma secuencial y acelerada. Sí, sorprendentemente no utilizaban los impulsores talonares que desde hace tiempo se implantan a todo mortal a partir de que se mantiene erguido. También se sumergían en el agua del mar justo cuando más frío hacía, saludaban al sol con posturas ridículas o comían sandía en noches de luna llena. Además, parece que creían que todo aquello podía ser beneficioso para su salud. Joan, Carlota, Manuel y Luz llegaron a descubrir que el impulsor de todo aquello era una especie de Sumo Sacerdote, de pelo dorado, mirada azul y nariz aguileña que, mediante alguna pócima o conjuro mágico, conseguía de cada miembro lo que quería: poner una pancarta, escribir una crónica o un microcuento, hacer las fotos o ponerse una pinza en el pelo. Las últimas noticias que consiguieron de este personaje, le perdían la pista tratando de recorrer los ochomiles del Himalaya, aunque no se está muy seguro de si se trataba de él o del mismísimo Yeti.

Carlota, Luz, Manuel y Joan decidieron rendir homenaje a aquella secta organizando la I Corre Four, de «correr» que parece que era como se llamaba lo que hacían aquellos antepasados, y claro, de «four», cuatro, el número que sumaban ellos. La prueba, durísima, consiste en recorrer los pasillos de un gran centro comercial, sin activar los impulsores talonares. Y se sigue celebrando cada año con una altísima participación, casi cien mil, aunque muy pocos consiguen terminarla.

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