No puede ser tanta locura. Unos se pasan a cuchillo, como hace no sé cuántos siglos en la noche de los cuchillos largos los católicos a los hugonotes, pero ahora ante las cámaras, otros, hace unos años y, también ante las cámaras, retransmitiendo la madre de todas las batallas, dejan caer miles y miles de bombas para destruir las armas de destrucción masiva que resultaron tanques de cartón piedra a los que tan acostumbrados estaban en Hollywood, pero destruyendo muchas vidas humanas. ¿Cuándo acabará esta locura? La espiral está desatada. Unos lanzan bombas y otros cortan cuellos. ¿Tendrá que durar esta tragedia hasta que queden bombas o hasta que queden cuellos? Está claro que los dioses, cualesquiera de ellos, los de cualquiera de los bandos, no saben o no quieren o no pueden poner fin a tanta sangre. No sería la primera vez en la historia que piden, insaciables, sacrificios humanos. Pero ahora ya no solo de una joven doncella o de un apuesto varón, ahora necesitan multitudes, tanta es su ansia de sangre. Tampoco se trata de fijar unos espacios para cada grupo de creyentes, como si las religiones fueran razas o lenguas o culturas o banderas. ¿Dónde se instalarían los que no reivindican religiones, lenguas, razas, culturas o banderas excluyentes? ¿Acaso el ser humano, desprovisto de estos atributos, no existe como tal? ¿No podríamos hacer un intento de prescindir de todos esos elementos diferenciadores para intentar ser simplemente felices? ¿Qué mayor placer que pasear entre gentes distintas sin ninguna restricción al movimiento, parándose a descansar bajo la sombra de un ciprés, de un abeto, de una palmera o de un baobab? ¿Es acaso necesario para eso profesar una religión, hablar una lengua, exhibir una raza, restregar una cultura o enarbolar una bandera? Aún he conocido yo en mi pueblo a gente que ha vivido su vida sin carnet. Y hasta ha podido morirse sin ese papel tan importante. También es verdad que sé de otros que no han podido certificar su vida por falta del mismo papel. La estupidez humana no tiene límites y, como decía Bernanos, “la cólera de los imbéciles llena la tierra”. Si ahora yo dijera que solo el amor puede salvarnos de esta dinámica infernal, posiblemente arrancaría una carcajada de escepticismo de vuestra garganta. Pero imaginaros que digo que es el odio el único que puede hacerlo. Quizá se os helara la carcajada inicial, sabedores de que esa es por ahora la única y fracasada solución que se aplica y no hace más que ahondar en la espiral de violencia. Miremos el resultado de esa terapia entre palestinos e israelíes. Ya se mataban hace miles de años los judíos y los filisteos, los sumerios y los acadios, los…Los hombres son la raza más violenta de cuantas pueblan la tierra. Quizá un diluvio que nos haga flotar ahogados como pececillos traídos y llevados por el movimiento de las aguas consiga arrancar las ansias de venganza que parece ser consustancial a la estupidez humana. Mientras tanto, si hay que mancharse las manos para impedir que los intolerantes apliquen su ley contra todos los que no piensan como ellos tendremos que manchárnoslas porque nadie puede imponernos a la fuerza ninguna visión del mundo. ¿Acaso no habíamos conseguido, después de muchos siglos, estar de acuerdo en que somos seres libres?
José Luis Simón Cámara.
San Juan. 3 de septiembre de 2014.