La pequeña evasión

Tengo que procurar no hacer ruido. Me duele cada hueso, cada músculo, cada milímetro cuadrado de mi geografía. Sé que me están buscando, oigo sus pasos. No sé si aguantaré. Es la lucha, mi lucha para sobrevivir.

Desconozco si Marc y Carlos han conseguido escabullirse y se encuentran ya fuera de peligro. Lo último que recuerdo de ellos es que, cuando nos liberamos de las ataduras y redujimos al guardián, cada uno tomamos una dirección distinta para contar con más posibilidades de salvación. Pero, apenas iniciamos la huída, pude oír las voces de alarma y la puesta en marcha del operativo para darnos caza.

Sé que si nos atrapan no tendremos una segunda oportunidad. El enemigo no perdona la insumisión. Este pensamiento me da fuerzas para resistir. Mientras no me localicen estoy vivo y mientras hay vida hay lugar para la esperanza.

Necesito toda la suerte de mi parte para pasar desapercibido. En mi desesperada carrera tropecé y caí justo en un hueco camuflado por abundante follaje. No tengo más alternativa que esperar. Si salgo a la carrera quedaré al descubierto y no tardarán en darme alcance. Además estoy muy cansado y no podría llegar lejos.

Contengo la respiración. Los presiento cerca y sé que ellos también tienen todos los sentidos puestos en detectar cualquier sonido o movimiento  que delate mi presencia.

En un par de horas o menos empezará a anochecer. Si aguanto hasta entonces mis opciones serán mayores, estaré más recuperado y la falta de luz favorecerá mis movimientos. Además, para entonces, es probable que ellos consideren que ya debo estar lejos o bien que me he despeñado por algún acantilado y relajen la búsqueda.

A pesar de la tensión, el tedio por la espera y la inmovilidad forzada me dieron somnolencia. Debía de haber pasado más de media hora cuando me sacó de mi adormilamiento aquella voz conocida.

– ¡Niños, a merendar!. Dejad el juego, ya seguiréis más tarde.

Historias de un pueblo fronterizo 2

Amistades rotas.

El lunes del juicio ya ha pasado. Miguel y Germán han comparecido por separado ante el juez. Sus declaraciones no son coincidentes. Hay careo.

Miguel dice que Germán lo amenazó de muerte en la puerta de su casa, exactamente junto a la persiana metálica del almacén donde guarda cacharros y herramientas.

Germán lo niega y afirma que es Miguel quien lo ha amenazado.

– Sal a la calle, que tengo que hablar contigo.

Quizá quería evitar que su madre o su tío escucharan la amenaza. Miguel se negó a salir y le dijo que desembuchara lo que tenía que decirle.

– Esto no va a acabar así. Te vas a enterar. Te voy a matar.

Germán lo niega rotundamente y afirma que es Miguel quien lo ha amenazado. Entonces aparecen los testigos. Germán no sabía que detrás de la persiana, medio bajada, y sentados en cajas de plástico de las que se usan para transportar limones o naranjas, junto a la pared, había dos amigos de visita. Enterados de dónde habían llegado los hechos, se ofrecieron a declarar lo escuchado el día en que Germán lo había amenazado en su presencia. Requeridos por el juez, los hizo pasar el ujier y Germán, de natural altivo e insolente, se quedó abatido cuando escuchó su testimonio, porque además eran conocidos suyos y, como Miguel, habían sido amigos.

No deja de ser sorprendente la personalidad de Germán y de Miguel, mostrada en estos hechos que ahora analizamos y otros similares aunque no llegaron a estos extremos. Es cierto que entre gentes de toda edad podemos observar reacciones inesperadas, poco racionales, no sabemos sujetas a qué motivaciones, en cualquier caso fuera de lugar entre humanos que conviven respetando sus diferentes gustos, intereses y costumbres. Porque ¿cómo se explica que por el malhumor causado por el cansancio y la falta de sueño, Miguel hubiera pegado una patada a la papelera en el despacho del jefe que no dudó en despedirlo? ¿Qué movimientos neurológicos se interpusieron entre Germán y Miguel para que brotaran en aquel esas relaciones de amor-odio tan descontroladas? No es raro ver a cuatro amigos jugando al dominó en la mesa de un bar y a uno de ellos, por fútiles diferencias en el juego, levantarse maldiciendo de la mesa y largarse prometiendo no volver a jugar más con ellos, para repetir la misma historia al día siguiente.

El testimonio de los testigos fue suficiente para que las acusaciones de Germán fueran anuladas por el juez. El problema judicial ha zanjado la disputa. La vieja amistad se ha perdido para siempre.

José Luis Simón Cámara.
San Juan, 2 de junio de 2013

¡Faltaría más!

Parecía que ese día iba a ser como cualquier otro en el último año y medio. Al igual que cualquier otro se había levantado y después de asearse, mientras desayunaba, le echó un vistazo a la prensa digital en su tableta electrónica.

Como cada día, antes de salir de casa, se acercó a la ventana para ver qué día hacía y decidir si debía abrigarse o coger el paraguas. Se encontró con un cielo grisáceo, propio de esta época en Madrid, que no parecía amenazar lluvia. Bajó la mirada hacia la calle por adivinar la temperatura en virtud de lo abrigados que vistieran los viandantes. Algo llamó su atención. Grupos de personas, de distintas edades y aspecto, se iban agrupando en las proximidades de su vivienda sin apariencia de dirigirse a ninguna parte. Algunas portaban carteles que no alcanzó a poder leer desde su piso en la cuarta planta.

No le pilló de sorpresa. Hacía un tiempo que lo esperaba y lo temía pero estaba preparado. Abrió el baúl y sacó las prendas que se iba a poner. Falda ancha y larga, jersey oscuro de felpa, mantilla de lana sobre los hombros y pañuelo en la cabeza. Por encima un delantal estampado con bolsillos. En cada brazo una cesta de mimbre con manzanas ocultando en su fondo la tableta y un portafolios.

Así, disfrazado de vendedora de manzanas, sale del portal de su casa. Consigue pasar desapercibido entre la multitud que ocupa silenciosa la acera en espera paciente. Ahora sí puede leer sus carteles. Predominan los del “Sí se puede” y otros de “STOP Desahucios”.

Cuando deja atrás la muchedumbre aprieta el paso, no se le vaya a hacer tarde, reafirmando su voluntad de no dejarse violentar el voto, ¡faltaría más!.

Ya ha previsto que se quitará el disfraz en los aseos de una cafetería, en la misma carrera de San Jerónimo, antes de llegar al trabajo.

La sesión es a las doce; no sabe qué asuntos se someten hoy a aprobación. No importa, el jefe de grupo, con el gesto convenido, indicará el botón que hay que pulsar.

Rafael Olivares

Ánimos

Quiero dar ánimos a todos los miembros de esta gran familia que están lesionados o en fase de recuperación, que yo sepa, Toñi, Nacho, Jesús y Juanma en fase recuperación y Maripaz y Fernando (pelu) con lesión de menisco y a la espera de operación. No os voy a dar consejos de la operación o de la rehabilitación, aparte de que no sé, tendréis muchos y más válidos que los míos. La lesión es un tema que tenemos todos presente y que algún día nos tocará, sin duda. Cuando alguien se lesiona, nos lesionamos todos, igual que cuando alguien sufre en la carrera, sufrimos todos.

Sólo quiero deciros que no decaigáis en vuestro empeño de progresar día a día en el deporte, que aprovechéis este período para hacer otro tipo de deporte, pensad que pronto estaréis con las zapatillas puestas, tenéis a vuestro lado gente que os quiere y os apoya.

Maripaz tenemos pendiente muchas cosas: triatlón, Botamarges, Ronda, Montblanc, etc., así que no te relajes y a hacer lo que te diga el médico y el fisio.

ÁNIMOS A TODOS, OLD RUNNERS NEVER DIE

“Necesita mejorar” pasa a la final anual

El  microrrelato “Necesita mejorar“, escrito por Rafa Olivares Felete, ha sido elegido como mejor relato del mes y por lo tanto ha quedado seleccionado para la final anual del concurso que organiza la Cadena Ser y la Escuela de escritores. ¡Enhorabuena!

Por si no habéis tenido la ocasión de leerlo todavía

El cabo Hopkins repartía las cartas con la izquierda, con rapidez y precisión, mientras que con la derecha hacía blanco seis veces en una diana a cincuenta metros. Simultáneamente, mantenía en equilibrio, sobre su nariz, una vara de bambú sobre la que rodaba un plato a la vez que, con un pie, daba incontables toques a un balón de cuero sin que le cayera al suelo y en la otra pierna giraba un aro sin parar.

No fue suficiente para ascender a Sargento. El Tribunal apreció cierta rigidez en su mirada.

Aquí tenéis el corte del programa de hoy. Lo interesante está a partir del minuto 10:45.