Rara Avis

No se sabía mucho de ella salvo que era un ave nocturna y que habitaba los frondosos bosques de Europa Central. Se suponía que se alimentaba de pequeños roedores y reptiles que cazaba en la oscuridad.

Rodrigo llevaba varios años estudiándola y su curiosidad inicial se transformó en interés antes de acabar de convertirse en obsesión. Aquella era sin duda una rara avis, nunca mejor dicho. Ningún museo de la naturaleza en el mundo, por importante que fuera, podía presumir de contar en sus salas con un ejemplar disecado.

Los escasos avistamientos que se habían registrado, poco más de una decena en los últimos veinte años, habían ocurrido siempre poco antes del amanecer. Sin duda por eso, también eran pocas las imágenes de que se disponía. Todas en vuelo y borrosas por falta de luz, pero permitían colegir que podía alcanzar los tres metros de envergadura con las alas abiertas.

Sin embargo, sí se contaba con una grabación de sonido de más de dos horas. En ella se podía apreciar un canto, entre silbido y gorjeo, que los expertos interpretaban como la llamada de cortejo del macho en época de celo.

Durante seis meses estuvo acudiendo Rodrigo a sesiones con un foniatra, hasta que logró reproducir de forma casi idéntica la llamada de aquél ave.

Preparó con minuciosidad el viaje eligiendo fechas y lugares con mayor número de avistamientos para contar con la mayor probabilidad de éxito. Consiguió aquella munición especial que causaba la muerte de la pieza sin más huella ni daño que el pequeño orificio de entrada en el cuerpo. Limpió y engrasó la carabina de repetición con visor telescópico nocturno y compró ropa de camuflaje adecuada. Habilitó un amplio espacio sobre la vitrina de trofeos del salón de caza, reservando el lugar preferente para la pieza soñada.

Después de dos noches baldías, a la tercera, sus labios perfilados se contraen de nuevo para dejar escapar el silbido corto tantas veces ensayado. Agudiza el oído en espera de idéntica respuesta, pero nada oye.

Sería una lástima, piensa. Después de tanto esfuerzo e ilusión sería una lástima que no apareciese y tuviera que volver de vacío. Repite el silbo pasados unos segundos.

Cuatro meses tardaron en curar las graves heridas de garra en la espalda y los picotazos en el cuello producidos por el ataque de una feroz rapaz en celo de la que no se sabía mucho, salvo que era un ave nocturna y que habitaba los frondosos bosques de Europa Central.

Viaje a Nueva York (Diciembre de 2012)

Por el deseo de ir a NY, nunca visto, y por la insistencia de nuestro hijo Luis, que se encuentra allí por motivos de trabajo, nos decidimos hace ya unos meses a visitar la ciudad de los rascacielos. Lo dijimos a parientes y amigos y finalmente se vinieron Loli, hermana de Inma, con su familia y mis primos MªAsunción y el Gilillo. En total, 8 viajeros.

25 de diciembre

Nos presentamos en el aeropuerto hacia las 7´30 porque el avión tiene la salida a las 9´15, pero la intensa niebla, primero pospone el viaje y después lo cancela. Eso quiere decir que seguramente perderemos el enlace con Chicago, que sale de Madrid a las 11.50 y llega a las 4.40 de la tarde para llegar al aeropuerto de Newark en Nueva Jersey a las 19.45, desde donde nos traslada el transfer hasta Nueva York. Carreras por las oficinas de Iberia y colas interminables hasta que finalmente, casi a la hora de embarcar nos dan un vuelo a las 13.30 hasta Madrid que enlaza con uno directo a Nueva York, sin pasar por Chicago. Hasta el último momento nos atormentaba la zozobra porque no había billete para todos. Algunas lágrimas corrieron por las mejillas de Carolina rebelde ante el destino casi inevitable. Al Gilillo lo colocaron en clase business porque no había plaza en la clase turista que llevábamos todos. Finalmente pudimos volar directo Madrid- Nueva York, al aeropuerto JFK, que se encuentra en el barrio neoyorquino de Queens, situado en Long Island. Dispersos por el vientre de aquella gran ballena pasamos entre sueño, comidas y algún paseo el largo viaje en arco por el Atlántico. A nuestro lado una pareja de judíos con su uniforme identitario, sombrero, barba, bucles el caballero y perlas y diamantes la mujer. Ambos mayores pero sin una sola mancha en las blancas manos. Llegamos al aeropuerto hacia las 7 de la tarde hora americana. Una larguísima espera para pasar el control policial y con dificultades para José Antonio y MªAsunción, no sabemos si por el nombre compuesto o por el azar aleatorio que fijan cada número de visitantes o porque figura en su pasaporte un viaje a Túnez. Después de un rato y, mientras esperamos las maletas, salen Mariasunción y José Antonio del despacho donde no se les ha preguntado nada. Pero resulta que las maletas no habían llegado. Me habían dicho en la agencia de viajes que era conveniente mezclar, cuando se trata de una pareja, la ropa en las dos maletas por si una se extravía tener algo los dos en la otra. En varias ocasiones bromeamos con la posibilidad de la pérdida de las maletas porque nosotros precisamente, que les habíamos dicho lo de mezclarla, no lo habíamos hecho. Aunque para el resultado final fue prácticamente lo mismo porque no fueron una o tres las maletas que se extraviaron sino todas, las 8 maletas. De modo que llegamos a Nueva York sólo con lo puesto y alguna bufanda o gorro en el maletín de mano, donde ni siquiera se podían llevar los útiles de afeitar y colonias. Luis, que ha ido a esperarnos, llama a la empresa que debía trasladarnos desde el aeropuerto de Newark para notificarle el cambio de aeropuerto, a la vez que Julia reclama en la oficina la no aparición de las maletas. Ya llegamos al hotel Bentley en la calle 62 del Este con York Avenue hacia las 10 de la noche. Afortunadamente estas pequeñas adversidades no consiguieron quitarnos el buen humor y las encajábamos incluso con bromas y risas.

26 de diciembre

El primer día Inma y yo nos levantamos muy temprano y dando un paseo descubrimos un bar acogedor, con restaurante francés al lado, donde además había un chico, Marci, hijo de mejicano y valenciana que lógicamente hablaba español y nos facilitaba pedir el desayuno a nuestro gusto. Tomamos la costumbre de vernos así todos para desayunar, excepto Julia y Carolina que solían ir a tomar unos “nagels” en un lugar cercano. Regresamos al hotel de donde salimos todo el grupo. Nos abrigamos lo mejor que podemos, teniendo en cuenta que apenas llevamos nada en la bolsa de mano, y nos dirigimos andando hasta el sur de Central Park, junto a la 5ª avenida, y a unos metros del famoso hotel Plaza, edificio antiguo rodeado de otros más modernos y descomunales. Con un frío que pela, entramos a Sarabeth´s, una antigua y famosa cafetería, dulcería, cervecería donde desayunamos abundantemente a base de exquisiteces. Pasamos por el hotel Plaza, nos asomamos a sus hermosos salones llenos de arañas colgantes y seguimos por la 5ª Avenida, llena de escaparates deslumbrantes, tiendas carísimas, edificios inmensos que emparedan iglesias, la catedral de San Patricio, descomunal. Uno de los complejos de los Rockefeller, donde originariamente estuvo situada la CIA y la sucursal británica del MI16. Poco después la hermosísima biblioteca pública de la ciudad de Nueva York que ocupa toda una manzana y desde cuyo silencioso interior se ve a través de los ventanales el perfil de la ciudad erizado de altísimos edificios. El sosiego, el silencio, los amplios y sobrios salones invitan al descanso y la lectura. Parece sorprendente encontrar ese clima tan cálido rodeados de la vorágine vertiginosa de la ciudad y de un frío glaciar. La biblioteca se encuentra en la confluencia de la 5ª avenida con la calle 42, por donde nos dirigimos al vistoso Chrysler Building pasando por la estación de tren Grand Central Terminal, nave sorprendente por su grandiosidad y con un mercado completísimo con los mejores vinos, quesos, mariscos, panes y todo tipo de alimentos. Todo un lujo para la vista culinaria, saciada ya de tanta piedra. Se ha hecho la hora de comer y como hemos tomado un desayuno tardío y abundante, queremos limitarnos a una hamburguesa en un establecimiento de la 5ª avenida donde hay que guardar cola para entrar, Shake Shack, y ya dentro, estar a la caza de una mesa o barra para poder sentarte. No es muy agradable observar por encima del hombro cómo están al acecho esperando que acabes para ganar el trofeo de una mesa o una silla. Lo cierto es que las hamburguesas y acompañamiento estaban muy bien. Después de la comida regresamos al hotel en taxi. Llegamos ya de noche. El equipo de Loli hizo algunas compras de primera necesidad, sobre todo de aseo, como cepillos de dientes, maquinillas de afeitar y espuma, bragas, calzoncillos, calcetines…

27 de diciembre

Hasta las 12.30 nos dimos de tiempo para ir de compras por la zona de Lexington y la calle 59, donde se encuentran Diesel, Republica Banana, Gap y otras tiendas de ropa. Aunque el equipo de Loli ya había hecho acopio de artículos de primera necesidad, aún no habían llegado las maletas y había que reponer porque el frío no cesaba. Además algunos miembros del equipo necesitaron reponer medicinas, guardadas en las maletas, para la barriga, la artritis y otras pequeñas miserias que nos aquejan a los humanos. Para todo se encontró solución. Cuando regresamos al hotel fuimos caminando por la 1ª avenida hacia el edificio de las Naciones Unidas, bastante rodeado de policía y grandes bloques de cemento que suponemos colocan cuando hay asamblea plenaria y acuden jefes de Estado a las sesiones. Desde Naciones Unidas bajamos por la 1ª Avenida hasta la calle 42, que nos llevó a Grand Central Terminal en la intersección de la calle 42 con Park Avenue. Esta zona está rodeada de barrios elegantes, edificios modernos, oficinas y restaurantes de lujo, entre los que se encuentra Cipriani, frecuentado por Michael Bloomberg, el actual alcalde de la ciudad. Cogemos el metro hasta Brooklyn, donde Luis ha reservado en el restaurante Peter Luger, la mejor brassería de Nueva York, según atestiguan los premios acumulados desde hace más de treinta años, colgados en la pared. Allí comimos Angus a la brasa. Una variedad de vaca escocesa muy preciada. La comida fue excelente. La ternera buenísima pero no se quedaba a la zaga la hamburguesa que seguramente está hecha de la misma carne. La cerveza, el vino, las salsas, la mantequilla. Todo estaba de rechupete. Volvimos a coger el metro, en este caso aéreo y chirriante que, cruzando el puente de Williamsburg, nos llevó de nuevo a Manhattan. Paseamos por Union Square y bajamos hacia Washington Square tratando de cobijarnos del intenso frío y viento hasta cruzar a Broadway y subir al East Village, donde pasamos a ver una de las pastelerías más antiguas y famosas. Desde allí tomamos taxis para regresar al hotel.

28 de diciembre

A las 7 de la mañana, tapado hasta los ojos, con guantes, gorro, bragas, sudadera y chándal salgo a correr a orillas del East River que está a 100 metros escasos del hotel Bentley, donde nos alojamos. Mientras accedo por una pasarela a la orilla del río veo ya brillar, el sol está a punto de salir, charcos de agua hecha hielo. Al otro lado del río, Brooklyn, con una pequeña isla que se interpone, llena de viejas naves de metal y al fondo inmensas chimeneas de blanco y rojo echando humo al cielo. Es como una mezcla de lo más moderno, los edificios que hay en Manhattan, la Rockefeller University, el Presbiterian Hospital (donde internarán dos días después a Hillary Clinton) y esas muestras de la sociedad industrial del siglo XIX. Hago unas fotos al sol que sale al otro lado del río y comienzo a correr con el río inmenso, bravo y silencioso a un lado y la incesante y ruidosa autopista del este a otro lado. Naturaleza salvaje en ambos casos, una natural y otra civilizada. Unas gaviotas hacen piruetas por el aire y de vez en cuando planean sobre el agua. Otros corredores me adelantan o se cruzan en el camino. Alucinado entre coches, río, sol, gaviotas, humo y gente que corre o camina, llego hasta la altura de la calle 81. En el camino de regreso me encuentro a una chica que camina con un perro afgano con las patas traseras escayoladas y apoyadas sobre un artilugio con dos ruedas que le permiten desplazarse.

Este viernes había sugerido Luis, nuestro guía, ir a pasear por la punta de la isla. Tomamos el metro hasta Brooklyn Bridge y bajamos junto al Ayuntamiento, rodeado de edificios simbólicos de las instituciones americanas, como la corte suprema de Nueva York, el Tribunal Supremo Federal, último recurso de los derechos de los ciudadanos. A pesar del frío nos dirigimos hacia el famoso puente de Brooklyn para caminar un trecho aunque no lo recorriéramos entero por el viento. De finales del siglo XIX, la exhibición de cuerdas de acero es impresionante. Desde allí se ve Manhattan a un lado y Brooklyn al otro. Muy cerca de allí la zona cero, aún acordonada y tapada con telas opacas. Sólo se ve emerger el nuevo edificio que va a reemplazar a las torres gemelas y que desde abajo no parece superar mucho la altura de los edificios que lo rodean, aunque la verdad es que, visto desde lejos, casi dobla la altura de lo que hay a su alrededor. Por allí la gente se para, se agolpa, tratando de pensar lo que ocurriría allí el 11 de septiembre de 2001. Porque toda la zona es como un bosque lleno de edificios, en muchos casos oficiales. Y justamente golpearon en el centro del poder económico americano. El frío, me había protegido menos este día, me atenazaba y me compré calcetines y jersey. Al otro lado del edificio ya el río Hudson, aún más impresionante que el East river, y al otro lado del Hudson, Nueva Jersey, con su silueta de modernos y esbeltos edificios, más allá la estatua de la Libertad. No hacía falta acercarnos más a ella, bastaba con verla a lo lejos, más cerca del mar abierto. Abajo, en el río, unas lanchas de la policía con una ametralladora plantada en la proa, para que no haya confusión. En la cabeza y las conversaciones se iba desgranando el vaivén de las ideas sobre el país, durante tanto tiempo considerado imperialista y violador de los derechos humanos en el mundo y en su misma tierra y por otra parte defensor de las libertades, con una constitución, surgida de su lucha contra la metrópoli inglesa, que fue admirada por el propio Ho Chi Min. Fuimos bordeando la isla por Battery Park, lleno de empalizadas de troncos que emergen del agua y sirven de protección y embarcadero. Nos acercamos a Wall Street (la calle del muro, porque sirvió como defensa en la lucha primero entre indios y holandeses y luego entre holandeses e ingleses). Edificios que enloquecen a las aves de verse reflejadas en el cristal. De camino a Wall Street encontramos la estatua del toro gigante, símbolo de la fuerza del dinero. Aquí jura el cargo Washington como presidente en 1791. Vamos caminando hacia el Pier (muelle) 17, antiguo mercado, con sabor a viejo. Caminamos sobre suelo de madera, vemos el embarcadero y subimos al edificio que parece volado sobre el río, en este caso el East river. Desde la 3ª planta, espaciosa y luminosa, la vista es espectacular. Hacia un lado Manhattan, por otro lado el puente de Brooklyn y por otro lado el barrio de Brooklyn. Nos sentimos borrachos de paisaje. Sentados en una mesa rústica, junto a los cristales que nos permiten ver todo el panorama, comenzamos a traer cervezas, agua, coca-cola, pizzas, fish and chips, ensaladillas (qué pena que no quedaran ostras ni mejillones). Reconciliados con el mundo, aún hubo tiempo de algunas compras y luego continuamos a pie por el West Willage, Chinatown, Little Italy, Soho. Parece mentira cómo van cambiando los barrios, tan próximos y tan distintos. Las formas, los colores, los anuncios, los bares y restaurantes, la gente. En Little Italy parecía que en cualquier momento podíamos ver una procesión con santo por la calle y a Corleone joven saltando de tejado en tejado para dejar la pistola en el tubo de una chimenea. Ese humo que sale de las alcantarillas y de tubos por la calle en las películas es tan real como la vida misma. Como si los gases de miles de tuberías y conducciones necesitaran escaparse por las rendijas para que el subsuelo de la ciudad no estalle. Paramos a ver una de las pastelerías más antiguas y famosas de Little Italy y probamos unos pasteles. Hacia las 6.30 Luis se marchó a esperar a Caterina al aeropuerto y nosotros, ya cansados, nos fuimos poco después al hotel.

29 de diciembre

Como Luis se había marchado con Caterina a su casa en Harlem, habíamos quedado a las 10 en la confluencia de la calle 68 con Lexington Avenue. Mientras llegan vemos echar unas bolitas azules por las aceras, especialmente en la salida del metro, en previsión de la nieve. Hace, como todos los días, frío. Unos se cobijan bajo una salida del metro, otros pasean, yo me acerco a ver un gran edificio rojo próximo, el 7º regimiento militar; casi enfrente la iglesia de San Vicente Ferrer. Hacia las 10.10 llegan Luis y Caterina, una siciliana delgada, de sonrisa abierta que deja ver sus dientes bien alineados. No nos la imaginábamos. Nos encaminamos hacia Central Park y fuimos recorriendo sus senderos, rodeados de ardillas y árboles centenarios por los que ellas correteaban como por su casa. Los nombres de los árboles puestos en latín e inglés en pequeñas placas colgadas. Llegamos a la primera laguna, pequeña y toda ella con placas de hielo. Seguimos el paseo, comentando cuánto silencio y paz son posibles en el corazón de la gran ciudad. El ramaje de los árboles, a pesar de estar desnudos de hojas por el otoño, apenas dejan ver el cinturón lejano de los edificios que rodean el inmenso parque (de 6 kilómetros de norte a sur y 8oo metros de este a oeste). Por cualquier senda aparecen y desaparecen corredores a cualquier hora. Central Park es el pulmón de NY. Junto a otro estanque la escultura de Alicia en el País de las Maravillas, donde muchos visitantes se hacen fotos. Finalmente llegamos al gran lago (430.000 mts2), viento frío y oleaje. Los patos impertérritos sobre el agua. Lo bordeamos un poco para salir por la 8ª avenida o Central Park West cuando empezaban a caer los primeros copos de nieve. Seguimos hacia abajo hasta llegar al museo de Historia Natural. Apenas nos asomamos a ver los ejemplares de dinosaurio y tiranosaurio que hay en la entrada porque el gentío abarrotaba la entrada. Cuando salimos del hall del museo, la estatua de Roosevelt a caballo, escoltado por un negro y un indio está cubriéndose de nieve.

Seguimos calle abajo, disfrutando de la nieve, hasta llegar al Dakota Building, en cuya acera cayó muerto John Lennon. Los grandes copos de nieve se hacen más intensos. Nos acercamos hacia Broadway por donde bajamos hasta la calle 63 frente al Lincoln Center. Nos cobijamos en un gran bar, muy acogedor, en la barra, que casi llenamos y donde un camarero muy simpático nos atiende y tomamos cañas y alguna tapa, como aceitunas o patatas de bolsa. No se puede pedir más tan lejos de nuestra tierra. Seguimos caminando, ya reconfortados y cuando arrecia la nieve decidimos tomar unos taxis para ir a comer a Ravagh, un restaurante iraní que Luis ha reservado en la calle 30, unas 40 calles más abajo. Nos dejamos asesorar por el anfitrión y todo está exquisito, algunas viandas muy especiadas y algo picantes, pero esa especie de leche o yogourt líquido elimina el efecto del picante. Las salsas riquísimas, también la ternera y el cordero. Algunos tomamos un café turco, terroso. Después de la copiosa y exótica comida bajamos por Broadway hacia Madison Square Park y nos encontramos de frente con el primer rascacielos de Nueva York, el Flatiron (la plancha), así llamado por su original forma triangular. Construido en 1902 fue una proeza arquitectónica con una estructura de acero revestida de caliza y terracota, ornadas con motivos del Renacimiento italiano. Hasta 1909 fue el edificio más alto del mundo. A pesar de estar rodeado de gigantes sigue destacando por su originalidad y belleza. Como solo habíamos tomado café turco JM y yo, subimos a un rooftop (o terraza en el tejado) en el nº 350 de Broadway, desde donde, a pesar de la niebla, había una impresionante vista del Empire State. Subimos por la 5ª avenida hasta pasar por debajo del monstruo (el Empire State) y dirigirnos a Macy´s, un almacén de 100.000 mts2 donde es imposible no perderse. Allí se sació algo el ansia de compras, únicamente acabada por el cansancio. Luis se adelantó con M.A. y JA. Para intentar sacar una entrada para un musical. Allí nos encontramos con ellos sin resultado porque los precios eran prohibitivos (180 dólares la entrada). Nos vemos en el Marriot, uno de los edificios de Times Square, que está preparándose para la noche vieja. El gentío es incontable, las luces, la algarabía, el montaje de cámaras y focos, la aglomeración de gente en torno a la cantante Rihanna, que no se ve pero se siente. Subimos a la plataforma giratoria del Marriot en la planta 48. Parece que hay mesas libres pero es una ilusión óptica porque los camareros van dando asiento a una gran cola. La plataforma se mueve a una velocidad inapreciable pero da la vuelta de 360 grados, de modo que se ve todo lo que hay al alcance desde esa altura en NY. Cansados y cargados de bolsas de compra regresamos al hotel ya casi a las 9 de la noche. Mis primos e Inma y yo salimos a tomar un bocado y entramos al restaurant francés. Unas sopas de verduras y una tabla de quesos con cerveza y vino. Otras noches hemos comprado algo en el supermercado más próximo para tomarlo en la habitación del hotel.

30 de diciembre

Tras el desayuno tomamos el metro en la calle 59 y nos vemos con Luis y Caterina a las 9.15 en la confluencia de Lexington y la calle 125, pleno Harlem. Como es el norte de Manhattan, la nieve está congelada y hay que cuidar los resbalones. No hace falta ver escrito el nombre del barrio en las paredes, no hace falta leer el nombre de la avenida, Martin Luther King, basta con mirar a la gente que pasa por la calle, su color, sus andares, sus ropajes, para saber que estamos en el famoso y en otras épocas peligroso barrio negro de Harlem. Vamos a visitar el famoso Apollo Theater, reservado al público blanco (Whites only escrito a la entrada) al inaugurarse en 1913. El Apollo se convierte a partir de 1934 en la primera sala de jazz abierta a los negros. Allí se dan a conocer Bessie Smith, Billie Holliday, Ella Fitzgerald, elevando el rango del local a templo del jazz neoyorkino. También cantaron y tocaron ahí Miles Davis y Michael Jackson. En la acera de la entrada al local está escrito en losetas metálicas el nombre de todos estos personajes. Los visitantes, llegados en autobuses, a pie o en metro, como nosotros, se agolpan haciéndose fotos delante del Apollo. La nieve, más abundante que al sur de Manhattan está helada y tenemos que llevar cuidado con los resbalones. Vamos caminando por las espaciosas calles de edificios bajos, esto es otra imagen de Nueva York, y llegamos a otro lugar emblemático del jazz, el Lenox Loung, por donde también pasaban los músicos citados. Como se acercaban las 11, hora de comienzo de las ceremonias de Gospel, buscamos una iglesia para escucharlo. Pasamos por delante de una con una larga cola para entrar y buscamos otra donde apenas había nadie: unos pocos autóctonos y varios grupos de turistas entre los que predominaban los españoles. Al fondo de la nave, bastante deteriorada, junto al altar, una sacerdotisa en calcetines y con unos dedos larguísimos habla con la naturalidad de un amigo por la calle dirigiéndose a unos y otros y preguntando por la procedencia del personal. Todos apagamos los móviles y para nuestra sorpresa ella saca un Ipod y comienza a utilizarlo. Una canción apenas balbuceada y se acaba la ceremonia con besos y abrazos y despedida. Nos marchamos un poco decepcionados porque no íbamos a escuchar góspel, pero yendo por la calle hacia la universidad de Columbia, donde trabaja Luis, escuchamos una música que salía de un local y MªAsunción se asomó al cristal y le abrieron. Nos invitaron a entrar y sentarnos. Era como un pequeño almacén con 8 ó 10 personas. Había hacia el centro de la nave dos mujeres con micrófonos cantando y a la izquierda otra mujer tocando el piano y un chico en la batería. Al fondo, sentados en tres sillones junto a la pared había un señor maduro con traje negro, otro con traje blanco al otro lado y en medio una mujer mayor. En la parte de la entrada había un señor mayor sentado en un banco y en el pasillo, junto a los servicios para hombres y mujeres, una mujer de unos cincuenta años, más bien gruesa. Todos eran negros. Iban cantando sucesivamente unos y otros, y a veces hablaban declarándose pecadores y dichosos de haber encontrado la salvación en Cristo, sin el cual no son nada. Ese ritual, repetido una y otra vez con música, palmas y movimientos rítmicos de los que nosotros nos contagiábamos. A veces parecían en trance. Estuvimos allí algo más de media hora, extasiados y sorprendidos. Cuando nos marchamos, ellos seguían con sus cánticos, nos daban parabienes, saludos y, deseándonos feliz año nos mostraban su esperanza de que volviéramos por allí. Era como un almacén convertido en iglesia metodista. Sin salir de nuestro asombro y después del inesperado número, paramos en un bar a tomar un refresco a pesar de que la mañana estaba bastante fresca. Nos vamos adentrando en el campus de la universidad de Columbia pero antes pasamos por la iglesia neogótica protestante que está levantada sobre una loma que da al río Hudson. El espacio entre la iglesia y el río está a varios grados bajo cero, con una nevada de varios centímetros donde se nos hunden los pies y una ventisca que azota la cara y apenas nos permite ver. Ateridos de frío nos cobijamos en la iglesia y durante unos minutos tratamos de entrar en calor. Es una imitación del gótico europeo con vidrieras e imágenes de todas las religiones, incluido el Islám, aunque a los islamistas no les hace mucha gracia eso de estar reflejados en una imagen, como todos sabemos por la ridícula historia de las caricaturas de Mahoma. Seguimos protegidos por los edificios adentrándonos en la universidad y vamos viendo algunos de sus edificios, la biblioteca, la facultad de derecho donde Obama hizo su máster y nos acercamos a la catedral católica de San Juan el divino, de medidas descomunales por su altura y por su longitud. La nave central tiene 183 mts. y es la más grande iglesia gótica del mundo. Se hace la hora de comer y Luis quiere llevarnos a una hamburguesería donde solía comer Obama en su época de estudiante, pero hay tal cola que desistimos y vamos a otro local cercano, acogedor y más amplio, el Mel´s burger. Allí pedimos hamburguesas, tacos de pescado… Hasta ahora no hemos comido nunca mal. Caterina se empeña en invitarnos a un café y cruzamos para tomarlo con unos pastelitos. Regresamos hacia el centro, Luis y Caterina al hotel y el resto de compras porque ya van quedando pocas horas. Llegamos al hotel y poco después Luis y Caterina, algo constipados, se marchan a su casa en la calle 110 sobre Central Park.

31 de diciembre

Es el último día. No quiero despedirme de Nueva York sin una última carrera y salgo junto al East River variando un poco el recorrido. Las nubes no dejan salir al sol y el agua sigue su curso. Desayunamos y nos dirigimos hacia Lexington con la 59 donde habíamos quedado con Luis y Caterina si se encontraban bien. Aparecen poco después y nos dedicamos a las últimas compras. Echamos los últimos vistazos al Chrysler y sus colegas y volvemos al hotel para bajar las maletas ya hechas. Mientras esperamos en el hall probamos unos montaditos de sushi que Luis ha comprado para Julia, aunque parece que le gustan más a Carolina. Poco después llega el transfer que nos arrebata de Manhattan. Nos despedimos de Luis y Caterina (que nos ha parecido a todos espontánea, simpática y cariñosa) y vamos hacia el aeropuerto JFK. Atravesamos el Queensboro Bridge, junto a nuestro hotel, por encima de Roosevelt Island hasta llegar a Long Island y de allí al aeropuerto. Ahora desde la distancia sí que se aprecia la altura del nuevo edificio que están levantando para ocupar el espacio de las torres gemelas. Parece, desde lejos, que dobla la altura de los que lo rodean. Después de una larga espera y algunas dificultades, superadas como siempre (ahora la tarjeta de embarque de Inma), acabamos el sushi con fraternal disputa entre Julia, para quien Luis lo había comprado y Carolina a la que le gusta tanto como a su hermana y como a más de uno (todo hay que decirlo). Por cierto ambas hermanas son las autoras de un reportaje gráfico que, sin duda, nos quitará el hipo por los anticipos que ya vimos. Y ya sabéis, una imagen vale más que 1000 palabras. Sin duda será un imprescindible complemento para dar cuerpo a estas palabras que tratan de reproducir nuestro sorprendente viaje a Nueva York. A las 6 de la tarde nos metemos nuevamente en el vientre de la ballena que va a hacernos la travesía del atlántico. Vuelo impecable. Llegamos a Madrid a las 7.15 de la mañana. Desayunamos y a las 11.45 tomamos vuelo hacia Alicante donde llegamos a las 12.30. La familia se dispersa, cada mochuelo a su olivo, con el cansancio y la satisfacción de un viaje lleno de experiencias reflejadas en la cara.

San Juan, 3 de enero de 2013

José Luis Simón Cámara.

Apalabrados

La partida estaba avanzada y ya iban quedando pocas letras por jugar. Le estaba presentando seria resistencia al rival -cargo importante en el grupo parlamentario y en la propia organización del partido-, y una victoria le reportaría, sin duda, su admiración y probablemente su consideración de cara a la designación de algún nuevo cargo con el que seguir alimentando su lícita, por supuesto, ambición.

Lo que trataban en la tribuna, algo de hospitales y de casinos, no logró distraerlo. Su ocupación era encontrar con las seis letras disponibles la forma de enlazar esas dos palabras paralelas y largas que le reportarían más de ochenta puntos y decantarían a su favor la partida.

Tan concentrado estaba que no oyó dos “click” consecutivos con origen a sus espaldas, algo más arriba.

Al final no encontró la deseada palabra y tuvo que dar la partida por perdida. Sin embargo la palabra existía. Con sus seis letras disponibles y las dos de enlace con las palabras paralelas se podía componer la palabra DECENCIA que le habría dado la victoria.

Si además de conocerla la hubiera practicado es seguro que su vida no sería la misma. Ni estaría allí, ni ganaría lo mismo, ni tendría que disculparse y prometer que no lo volverá a repetir. ¿Cuándo hemos oído esto antes?.

Rafael Olivares

Expresión mutante

Los alumnos de aquél curso ya conocían todas las leyes estadísticas y estaban familiarizados con conceptos como probabilidad, nivel de confianza, varianza, desviación o error muestral.

Semanas atrás habían profundizado en la materia de estudios de campo y en técnicas para la preparación y realización de encuestas. Hicieron pequeños ejercicios prácticos tomando como población a los alumnos del centro o a los propios familiares. Así, llegaron a determinar los gustos mayoritarios de estos pequeños colectivos sobre productos de consumo o las preferencias en alternativas de ocio.

Después, sobre resultados de encuestas que se publicaban en revistas y periódicos, trataban de determinar y concretar los criterios que habían servido de base para el estudio: universo, tamaño de la muestra, sistema de selección de la población, distribución geográfica de la muestra, cuestionario de preguntas, etc.

De especial utilidad resultaron, para este trabajo, las encuestas publicadas por distintas agencias de sondeos de opinión, sobre las intenciones de voto de los ciudadanos o sobre el nivel de popularidad de los principales líderes políticos.

Sin embargo, en la búsqueda por los medios de comunicación de referencias estadísticas sobre las que poder realizar sus tareas, los alumnos tropezaron con algunas para las que no podían deducir cuáles habían podido ser las premisas del estudio para llegar a las conclusiones que se publicaban. Valga de ejemplo cuando aquél Ministro de Trabajo dijo que el 72% de los desempleados no querían trabajar y, por tanto, no aceptarían ningún trabajo que se les ofreciera; o cuando el de Hacienda manifestó que con aquella amnistía fiscal aumentaría la recaudación en 2.500 millones de euros.

Los alumnos se devanaban los sesos tratando de entender bajo qué circunstancias una persona en paro iba a confesar ante un encuestador desconocido sus intenciones de no trabajar. Pero todavía alucinaban más cuando intentaban colegir de qué base de datos se podía obtener una muestra de defraudadores y cómo se les podía sonsacar su intención de aflorar lo distraído, … ¡y la cuantía!.

En su legítimo afán de aprender lo más posible, los estudiantes expusieron al Catedrático sus dudas y solicitaron sus sabias enseñanzas que les permitieran salir del atolladero en que se encontraban.

El Catedrático, ante la atención expectante de toda la clase, meditó durante unos segundos su respuesta con los ojos cerrados y afirmó muy despacio y enfatizando cada palabra:

– El 96,35% de las citas estadísticas que se utilizan para reforzar una idea o una actuación son falsas y, por tanto, indemostrables, …

Al tiempo que los alumnos tomaban nota del dato, esbozaban una mueca de satisfacción del tipo “me lo suponía”. La mueca mutó a confusión cuando el profesor terminó la frase:

… incluida esta misma, naturalmente.

Los arribes del Duero.

El miércoles, 12 de Septiembre nos reunimos a comer un grupo de amigos para celebrar el cumpleaños de Manolo. Paco, uno de los invitados, me dijo que por la mañana del jueves salía de viaje a los Arribes del Duero. Era la primera vez que oía nombrar aquel lugar. Me pasó por la cabeza la posibilidad de ir pero pensé madurar la idea y no dije nada aunque es cierto que no es la primera vez que Paco me ha invitado a alguno de sus viajes. A lo largo de la tarde fui pensando en los pros y los contras. Hacía tiempo que no salía solo con los amigos, como hice algunos años, primero con Santi por distintos puntos de Europa y después con otros amigos para hacer el camino de Santiago. Por una parte Inma aún no ha comenzado las clases y puede dedicar más atención a Marina y los niños. Después ya será más difícil por esa razón. Si estoy en casa es evidente que mi tiempo está dedicado inevitablemente a los peques porque pasan aquí el día. Ésas son buenas razones pero había aún otra. La conveniencia de descansar algunos días una del otro y otro de una. No, no, nada de egoísmo, al contrario, puro respeto. La presencia permanente, sin descanso, de una pareja puede llegar a hacerse agobiante, puede resultar insoportable y convertir la convivencia en un infierno. No en vano decía Sartre “l´enfer c´est les autres”.

Hacia las 11 de la noche se lo digo a Inma. Le parece bien. Poco después llamo a Paco que me envía un correo con la lista de cosas que cree necesarias.

Jueves, 13 de Septiembre.
A las 9 de la mañana pasa Paco por casa a recogerme e iniciamos el viaje.

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Hacia las 7 de la tarde llegamos a Zamora y buscamos el hotel donde Paco había reservado habitación para él. No hubo problema en ampliarla porque era doble. Nos aseamos y comenzamos a dar un paseo por la calle principal, Sta Clara que nos llevó hasta el castillo y las murallas y la catedral con todos los pináculos llenos de cigüeñas. El largo paseo nos ayudó a digerir el abundante cocido madrileño que nos habíamos tomado en San Rafael, poco después de pasar el túnel de Guadarrama. Luego regresamos por un paseo junto al cauce del Tormes que se ensancha cruzado por puentes de muchísimos ojos y recalamos en la plaza mayor para tomar ya algo equivalente a la cena. Paco una tostada y yo un gintonic para disolver el cocido. Entre los paseantes que había a esa hora reconocimos a Gavino Diego, el protagonista de “El rey pasmado”, que iba acompañado de dos o tres personas y un perrito. Eso nos hizo pensar que quizá fuera de allí o que allí, en aquella ciudad tan tranquila, tenía una casa para alejarse del bullicio madrileño.

Viernes, 14 de Septiembre.
Desayunamos en un bar y tomamos rumbo al corazón de los Arribes, Fermoselle, aunque hicimos algunas paradas, la primera en Pereruela, lugar famoso por la calidad de su cerámica, donde Paco quería comprar algunas vasijas. Yo también compré algunas. La amabilísima dueña de la tienda nos dio pelos y señales de muchas de las vasijas que hacían ella y su hijo. Nos dio la impresión de que se trataba de una viuda, tenía 49 años,(la edad nos la dijo) alta y activa, por algún comentario a propósito del aprovechamiento del día a día en esta vida pasajera. Y nos sugirió que fuéramos a un restaurant en Fermoselle, aunque no le hicimos caso.

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En Fermoselle nos dimos un paseo y entramos a la Casa del Parque Arribes del Duero donde nos dieron explicaciones sobre planos y murales de toda la zona; hay además un huerto que recrea algunas de las especies de la flora del parque. Es interesante. Después entramos en los 4 bares-restaurantes que hay en la plaza y proximidades y acabamos comiendo en uno de ellos. Hacia las 3.50 fuimos a una tienda que estaba cerrada pero nos vio la anciana que debía estar detrás de los visillos y nos abrió la puerta. Había de todo: alubias, garbanzos, libros, pan, tomates, recarga de móviles, tabaco, alfileres…( si no tienes de todo, decía la señora, es como si no tuvieras de nada ).

Después nos sentamos en la terraza de un bar a la sombra de la Iglesia y nos tomamos lo que nos dijeron era típico de allí, un licor-café. No, no era café licor, como el de Alcoy, pero algo similar elaborado también de forma artesanal, de modo que cada bar elabora el suyo.

Cuando se nos pasó la pesadez de las alubias aligeradas con el licor café seguimos la ruta hasta Pinilla, pueblo minúsculo donde apenas vimos a dos o tres ancianos por la calle que nos llevó hasta el final del mismo. Allí, en una planicie de tierra aparcamos y seguimos caminando hacia lo que creíamos que sería el mirador de la Peña del Cura. Desde lo alto se veía un gran meandro del río allá abajo. El sol nos quemaba el cogote, el ambiente era limpio y puro, sin una nube que suavizara los rayos.

Desde allí seguimos a Fornillos, donde vimos 4 pilotes de granito de un metro y medio de altura con unas hendiduras a la altura de la cabeza donde sujetaban a las vacas para herrarlas y también donde moldeaban los arados. Luego pasamos por Formariz y paramos en Mámoles donde volvimos a ver el potro de los arados. Allí hablamos con un señor bastante mayor de aspecto, aunque tenía 78 años, con un perro con cadena. Él nos explicó lo del potro de los Arados y nos dijo que más adelante estaban los Lagares Rupestres. A unos 200 metros del pueblo, rodeado por una empalizada de piedra de unos 8 metros de perímetro por 1.20 de altura, hay una gran roca con dos huecos, unidos por un pequeño canal. El primer hueco, excavado en la roca es más grande y allí echaban la uva y la pisaban, discurriendo el hilillo de mosto hasta el hueco más pequeño excavado más abajo en la misma roca. Según reza en un panel, ésta era la forma en que se hacía en vino hace 6.000 años en Armenia y Georgia. Desde allí importaron la costumbre los romanos hace unos 2.000 años.

Desde allí, pasando por Fariza y Badillam, cruzamos el Duero y entramos en Portugal por Miranda do Duoro, donde Paco había reservado habitación para él pero no sabíamos si habría para mí. No hubo ningún problema. Una habitación doble con vistas al Duero y al cielo. Ya instalados en el hotel Santa Catarina nos acercamos al embarcadero para cerciorarnos de la hora de salida. A las 10 de la mañana. Luego regresamos al hotel y dimos un paseo por la ciudad vieja, muy bien conservada y parecía que abandonada. Nos llamó la atención el uso en todas las casas de granito en los dinteles de puertas y ventanas. Buscamos un bar en la dispersa ciudad nueva y allí tomamos un bocadillo con cerveza. Ya en el hotel pedimos un orujo branco seco y nos sentamos en la terraza frente al Duero al fondo y un cielo lleno de estrellas. La poca contaminación lumínica proporcionaba una visión nítida del cielo.

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Sábado, 15 de Septiembre.
Después de un abundante desayuno nos presentamos en el embarcadero donde había ya 35 ó 40 viajeros más de distintas edades, con predominio de adultos y jubilados. La guía nos advirtió del silencio que debíamos guardar a lo largo del viaje y comenzó a explicarnos las características del río, cuya profundidad alcanzaba los 180 mts. y la anchura de 150 a 200. Fuimos río arriba viendo desde paredes lisas y altísimas de granito con algunos árboles, como el enebro, incrustados en sus grietas hasta zonas de la ribera totalmente cubiertas de vegetación: encinas, fresnos, almeces, y otros arbustos. Vimos nidos de águilas perdiceras situados en los sitios más inaccesibles y protegidos de la peña, de cigüeña negra y lo más común era encontrarnos con el vuelo rasante de los cormoranes que se han adaptado al agua dulce. Mucho más arriba de los peñascos de la ribera sobrevolaban águilas reales o buitres leonados, ajenos a la minúscula embarcación que nos trasladaba. A mitad de camino nos acercamos a la orilla derecha del río y subimos por unas escaleras de madera a la ladera donde había como la recreación de una terraza en la que vivieron en otros tiempos gentes humildes de la zona. Allí cultivaban incluso cítricos, naranjos, pues la altitud media es de unos 250 ó 300 mts sobre el nivel del mar, muy por debajo de los 700 u 800 que hay en lo alto de los arribes. Por cierto, la palabra es de origen latíno “ad ripam” que evoluciona a “arribes”, junto a la ribera. Vivían en una cabaña circular de piedra, cubierta con las ramas de un arbusto impermeable, y al lado tenían otra cabaña más pequeña con una puerta muy estrecha donde alimentaban con leche a los chivitos de las cabras para impedir que se movieran y comieran hierba de modo que cuando les abrían las entrañas todo era como requesón finísimo. Los sistemas para proveerse de agua, los pasos de los contrabandistas que comerciaban con el café y el tabaco o alimentos, los puestos de control de carabineros y guardia civil, el pozo de las nutrias,etc. En la última parte del viaje pudimos salir a una zona del barco sin cristaleras y ver mejor todo.

Llegados nuevamente al embarcadero nos ofrecieron una degustación de Oporto blanco y tinto y hubo una exhibición de cetrería con búhos, buitres y águilas amaestradas. Decidimos pasar el día por la zona portuguesa, donde nos encontrábamos, seguimos el curso de la carretera pasando por Duas Igrejas, y paramos a tomar una cerveza en Sendim. Como aún era temprano para comer continuamos hasta Bemposta intentando buscar otro paso por el Duero que no nos obligara a pasar por Fermoselle, pero ese paso no existe. En Bemposta comimos una sopa, una ensalada con unos tomates riquísimos de la huerta del bar y un guiso de pescado variado. No había otra opción. Todo muy rico. Nos habían dicho que en las zonas fronterizas los portugueses hablan más español que los españoles portugués y tuvimos ocasión de comprobarlo en Bemposta pues la chica que nos atendió en el bar hablaba sin ningún acento. Claro, había vivido en Madrid algún tiempo. Desde allí nos encaminamos al único paso del Duero por la zona que roza el río Tormes y desde Fermoselle tomamos rumbo hacia Travanca por una carretera de muchas curvas y desniveles que atraviesa el Tormes pocos kilómetros antes de que se una al Duero justo en la frontera. Desde Travanca fuimos a Cabeza de Framontanos, Pereña de la Ribera, Corporario y finalmente Aldeadávila de la Ribera, donde fuimos a la oficina de Información, junto a la carretera. Allí nos indicaron algunos puntos para visitar. Nos hospedamos en el hotel rural La Jara y nos dedicamos a pasear y tomar unas cañas mientras vimos trozos de dos partidos de fútbol sucesivos del BarÇa y del Madrid y jugábamos unas partidas de billar.

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Domingo, 16 de Septiembre.
Después del desayuno nos dirigimos hacia la playa del Rostro, a unos kilómetros de Corporario, donde está el embarcadero. Llegamos hacia las 10.30 y como el barco zarpaba a las 12 tuvimos tiempo de adentrarnos por un sendero que bordeaba la margen izquierda del río desde la que veíamos una piragua perderse por los rincones y tuvimos ocasión de ver bosques de lironeros o almeces, helechos, olivos, y otras muchas variedades mediterráneas. Afortunadamente habíamos comprado la entrada al llegar porque cuando regresamos del paseo había una larga cola esperando para embarcarse. En este caso la excursión era de 11 kilómetros río abajo hasta el salto de Aldeadávila donde hay una central eléctrica que proporciona la 5ª parte de la energía de Iberdrola con un salto de casi 200 metros que mueven las turbinas. Este viaje presenta más variedad de fauna y se ve mejor aunque las especies son las mismas.

Acabado el paseo pasamos por Vitigudino, donde saboreamos “secreto” de cerdo ibérico y cochinillo con vino de los Arribes. El siguiente paso era el Parque natural de las Batuecas. Subimos hasta el monasterio de la Peña de Francia a 1728 mts. de altitud y luego pasando de largo por el hermoso pueblo de La Alberca, porque ya lo conocíamos, nos encaminamos hacia Mogarraz, del que le habían dicho a Paco que era tan hermoso y menos abarrotado de turistas. Mogarraz está a 6 kilms. de La Alberca pero una confusión del copiloto nos hizo recorrer muchos más en otra dirección hasta llegar a Mesta. Finalmente, ya casi oscuro, llegamos a Mogarraz y valió la pena. Lo que primero nos llamó la atención fue ver en la fachada de las hermosas casas unas pinturas como de foto de carnet de gran tamaño de las personas que vivían allí hacia los años 70. Un pintor originario de allí, Maillo, había ido haciéndolas en un material metálico y de gran calidad. Recorrimos el pueblo, como casi todos, solitario y finalmente, ya casi a las 9 de la noche nos dirigimos a Salamanca. Yo esperaba encontrar al cuñado de un amigo en cuyo hotel dormimos hace 20 años en la plaza mayor. Un camarero del bar que en aquella época pertenecía al hotel, ya no, me indicó que podía encontrarlo en la cervecería Gambrinus en la Rúa vieja y allí nos encaminamos. Finalmente dimos con él en la feria de Salamanca, nos invitó a un jamón de Guijuelo y poco después nos dimos un paseo nocturno por la hermosa ciudad.

Lunes, 17 de Septiembre.
Hacia las 10 de la mañana regresamos. Un café a las afueras de Salamanca y plato de jamón y queso en los bares de Chinchilla, llegamos a Alicante hacia las 7 de la tarde.

José Luis Simón
San Juan, 27 de septiembre de 2012