Los Gilford

Susanne y su esposo, Peter Gilford, componían un matrimonio acaudalado de la clase alta londinense. Sin las obligaciones de hijos que criar y educar, ni de negocios que atender que requirieran su atención diaria, los Gilford dedicaban casi todo su tiempo a cultivar las amistades y a participar de cualquier evento adecuado a su estatus.

Su intensa vida social les proporcionaba una envidiable red de relaciones, que les permitía alternar, con frecuencia, con la aristocracia de la época. No había acto social de cierta relevancia en que no figuraran  entre los invitados. Ya se comentaba en estos ambientes que el Sr. Gilford podría ser nombrado Lord próximamente.

Ni en el ámbito familiar, ni en el social, ni tan siquiera entre la propia servidumbre de su mansión de Strafford Park, se comentó nunca la menor desavenencia entre los Gilford. Únicamente cuando, varios años atrás, dejaron de compartir la alcoba, se pudo dar pie a rumores de problemas en la convivencia, pero la justificación en los desvelos nocturnos de ella los evitaron.

En la alargada mesa del salón principal, sentados distantes uno frente al otro, la doncella les servía el almuerzo. El mayordomo, discretamente situado junto a la puerta, supervisaba el servicio. El Sr. Gilford se dirigió a su esposa:

– Cariño, ¿qué harás esta tarde?.

– ¡Oh, Peter!. Sabes que todos los jueves tengo la reunión de The White Heart Ladys. Estamos preparando la campaña de Navidad para ayudar a los niños huérfanos de Sheffield. ¿Y tú?, ¿irás al Polo Club?.

– Sí, estoy citado allí con Andrew Mc Gregor; tiene un proyecto de inversión en plantaciones de té en India y me lo va a explicar por si nos interesa participar.

Una leve mueca, casi imperceptible, que podría ser el inicio de una suave sonrisa, alteró ligeramente el rictus de los labios de Susanne. Desde hacía tres meses se veía con Andrew, cada jueves, en una hospedería discreta a la salida de Chelsea. Estaba segura de que el señor Mc Gregor no faltaría hoy al encuentro semanal, era un caballero.

Rafael Olivares

Palabras para Santi

En Orihuela, su pueblo y casi mío, se nos ha muerto Santi.

En el momento de escribir unas palabras para Santi, inevitablemente me asedian éstas con las que he comenzado, del pastor de cabras, u otras más antiguas, “las coplas a la muerte de su padre”, del guerrero muerto asediando el castillo de Garci Muñoz, o “el llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”, del poeta granadino. Todo esto sólo recorriendo unos siglos de elegías de la literatura española.

Pero si me remonto a la obra más antigua de la literatura universal, más de mil años anterior al Antiguo Testamento de la Biblia, no puedo olvidar “El poema de Gilgamesh”, donde se cuenta la historia de este superhombre que medía cuatro metros de estatura y avasallaba a su pueblo hasta que la  diosa Araru decidió crearle un rival de parecida fuerza y envergadura. Éste era Enkidu, que se enfrentó a Gilgamesh en titánico combate cuando Gilgamesh pretendía, como hacía habitualmente, ejercer el derecho de pernada con una recién casada, es decir, violarla antes de que se acostara con su marido. Después del combate, su rivalidad derivó en una profunda amistad que los llevó a múltiples viajes y aventuras hasta que los dioses quisieron castigar a Enkidu y su vigor se debilitó y murió. Entonces Gilgamesh, el fundador de Uruk la amurallada, que se creía inmortal, vio cómo un gusano salía por la nariz de Enkidu y, desesperado se rasgaba las vestiduras y se arrancaba su larga cabellera corriendo enloquecido por las praderas por la pérdida de su amigo. Es la primera obra literaria conocida donde se habla de la amistad, ese sentimiento, si cabe, más profundo, ancho y tolerante que el amor.

Quien no conociera a Santi podría  decirme ¿para qué tantas referencias literarias para alguien como él tan aparentemente ajeno a la literatura?  Para los que lo conocen de una u otra manera, que aquí somos todos, sabemos que debajo de esa cáscara jovial y jaranera, siempre dispuesto a la fiesta y a la música y a la diversión, se escondía una persona de pocos pero sólidos principios. Como Gilgamesh se fue enriqueciendo y humanizando en sus viajes en busca de la inmortalidad, Santi, que bajo una apariencia despreocupada, ocultaba un fino olfato, ha ido aprendiendo a lo largo de su vida de trabajos, éxitos, pocos, de fracasos, de viajes.

No puedo aquí explayarme en sus viajes que fueron muchos y a todas partes del mundo.

A  cualquier hora del día o de la noche podíamos encontrarnos en lo alto de una encina por la Sierra Morena o en el casino de Biarritz jugando a la ruleta o en la Acrópolis sobre una vieja columna o comprando miel a una anciana sentada bajo un árbol en la Arcadia o disfrazados con un largo abrigo negro y la oreja agujereada pidiendo limosna en Carnabys Street o por los pasillos oscuros del castillo de Drácula o durmiendo en un tren mercancías en Olimpia o comiéndonos unas langosta a orillas del Pireo o escuchando un mítin a Álvaro Cunhal en Lisboa o con José Mari Artero bajo una jaima en Meckenés, viendo la fiesta de la fantasía y fumando la pipa de la paz o descargando vino en las bodegas de Epaisse o en la torre de Le Muy desde donde lanzaron una piedra a Garcilaso que murió pocos días después en Cannes o aquel viaje a tu boda con escalas en Barcelona y París hasta llegar a aquella hermosa cabaña rodeada de ardillas en el bosque de Zufen en Holanda o equipados de chándal colocando los pies en la misma ranura de la piedra en que los atletas se apoyaban para correr los 100 pies  en el estadio de Delfos o comiendo arroz con pato en el Chiado lisboeta o escribiendo nuestro nombres junto al de Lord Byron en el cabo Sunion o comiendo cocochas en San Sebastián o meando desde los puentes del Sena en París…

Con él tuve la suerte de compartir aventuras, algunas conocidas y otras que algún día contaré.

Su humor, a veces cáustico, lo ha acompañado hasta los últimos tiempos de su vida, como cuando lo llamé para tomar unas cañas a mediados de julio último y me dijo. “no puedo, estoy en el hospital”, -¿qué te pasa, chico?, “- Me ha dado una trombosis”. Y ya con él en el hospital vi su cuello inflamado y su brazo también inflamado y duro como una piedra y sólo se le ocurrió decirme: ¡Qué pena que esta dureza no la tuviera en otra parte!”.

Su pasión por la libertad colectiva lo llevó desde hace muchos años a comprometerse en movimientos que lucharon contra la dictadura y, ya con más escepticismo, luego contra el anquilosamiento de la democracia, pero eso nunca fue obstáculo para tener estrechas relaciones personales con gente de cualquier ideología.

Su pasión por la libertad individual lo llevó desde siempre a saltarse a la torera muchas convenciones sociales con la cara descubierta. Algunos hipócritas lo llamaban libertino aunque a escondidas intentaran imitarlo.

Su pasión inteligente por el Barça le mantuvo la curiosidad y le dio ánimos para salir ya casi sin fuerzas a ver el último partido de su equipo.

Todos sabemos que su gran corazón, su generosidad, su pasión por apurar hasta la última gota de la copa, le jugaron malas pasadas.

Pero ahí está. Con sus virtudes en bruto y, quien esté libre de pecado tire la primera piedra, con sus defectos.

Tus hijas, esbeltas y flexibles como juncos, hijas de los fríos mares del norte y del cálido mediterráneo, pueden estar satisfechas de su padre, como también lo está, sin duda, dolorida, la dama flamenca que compartió hermosos y difíciles momentos contigo.

Aunque no acabamos de creérnoslo, como tampoco nos creíamos que Alfredo estuviera muerto allí tendido con su barba, casi sonriendo irónicamente, tenemos la evidencia viéndote ahí como Gilgamesh a su amigo Enkidu.

En los últimos días especialmente, tus hijas y tus hermanos y tu amiga te han querido y cuidado, nosotros te hemos querido y te seguimos queriendo.

Hasta siempre, amigo.

Orihuela, 14 de enero de 2012.
José Luis Simón Cámara.

El maquis invisible

El Ovejero no era sólo su apodo. También lo había sido de su padre y de su abuelo. Anselmo, como ellos, se dedicó desde niño al pastoreo. Y por eso  conocía la montaña como su propia mano. No había quebrada, peñasco, collado, senda o ribazo que no hubiera pateado buscando algún cordero extraviado.

Se echó al monte al terminar la guerra, cuando temió en su persona las represalias que los del bando ganador estaban llevando a cabo en otras comarcas.  No dudó en la elección del escondrijo. Aquella oquedad oculta y de difícil acceso resultaba idónea. Con su gastada Mauser, una lata de munición, una colchoneta de paja y pocos más utensilios, estableció en la cueva su nuevo hogar.

Anselmo se procuraba alimentación con trampas para liebres o pájaros y, de vez en cuando, también bajaba a los huertos de Benixell en busca de verduras, hortalizas o frutas. Los agricultores que percibían su presencia aparentaban ignorarla y continuaban con sus tareas; mientras tanto el Ovejero llenaba su zurrón con lo que podía. También se llevó alguna vez una botella de vino, una hogaza de pan o una ristra de chorizos, olvidadas bien junto al aljibe, bien a la sombra de una higuera.

Los labriegos nunca comentaron entre ellos nada sobre el del maquis. Ni siquiera cuando el Jefe Local, acompañado de un Guardia Civil, les visitó preguntando por Anselmo.

Una fría mañana de otoño el cuerpo inerte del Ovejero llegó a Benixell sobre la grupa de un mulo. Huellas de disparos se repartían por cara y pecho.

Desde ese día ningún agricultor volvió a dejar olvidada una botella de vino, una hogaza de pan o una ristra de chorizos.

Rafael Olivares

Las pistolas no le sientan bien a Obama

Aunque es más fotogénico que Reagan o que Bush,

a éste sobre todo le sentaban mejor las cartucheras,

para cuyo espacio dejaban abultado hueco sus brazos

y cuando se apeaba del helicóptero

parece que lo hiciera del caballo,

sin despeinarse, con su pelo rizado que seguía en las arrugas de la cara.

El Estado de Derecho se caracteriza por respetar y defender los derechos de procedimiento del más cruel asesino.

Ya sé que no es presunto.

Aún así sólo los tribunales pueden decidir

la suerte de un homicida, genocida o terrorista.

Y luego están los Estados.

Durante mucho tiempo EEUU ha impuesto la política de las cañoneras,

hasta el punto de que esta última intervención

ha recibido el parabién, incluso de gobiernos democráticos.

Se ha llamado justicia (quien controla el poder controla hasta el lenguaje)

lo que no ha sido más que venganza.

Como los asesinatos selectivos del próximo Oriente.

Y eso es lo que siempre han hecho los pistoleros,

fuera John Wayne o Billy el Niño.

Sólo los tribunales hacen justicia.

Lo demás es volver a la noche de los tiempos.

Un salto en la cancha de baloncesto

le sienta mejor que una muesca más en el revólver.

Las pistolas no le sientan bien a Obama.

José Luis Simón Cámara. San Juan. 4 de mayo de 2011

A propósito de Wikileaks

“Ataque a la comunidad internacional”, dice Hillary Clinton.
¿A qué comunidad?
¿A la comunidad de los ciudadanos del mundo?
¿A la comunidad de todos los engañados,
de todos los desaparecidos,
de todos los represaliados
de todos los torturados,
de todos los asesinados?

¿Se refiere Hillary a esa comunidad internacional?
¿O se refiere más bien a la selecta comunidad de individuos
que desde sus confortables despachos
amasan fortunas personales,
deciden guerras en las que mueren miles de inocentes,
fijan fronteras según sus intereses,
burlan o cambian leyes que les perjudican,
presionan a gobiernos hipócritas
que abrazan con golpes en la espalda
a los familiares de las víctimas inocentes
mientras guiñan el ojo a los representantes de los asesinos?

¿O se refiere a los Leopoldos de nuestros días
que, disfrazados con todos los atuendos de Mahoma,
se reparten la pobreza de sus ingenuos súbditos
que los defienden hasta con la vida?

¿O se refiere a los esperpénticos impotentes
que intentan reducir a lupanar los restos del imperio de la loba?

¿O se refiere a los ojos rasgados
que ponen y quitan apoyos a sus títeres
escuchando sólo el sonido de las sucias monedas en sus bolsillos?

¿O se refiere a los patizambos trasnochados
soñadores de imperios de largas cabelleras empolvadas?

¿O se refiere a los salteadores de trajes
con los que dar la bienvenida
al hombre vestido de blanco por fuera,
para engrosar su ya abultada saca?

¿O se refiere a los  nuevos zares desnudos a caballo
montando potras en las ruinas de Pompeya
con su histriónico anfitrión?

¿O se refiere a los militares del cactus
tan ocupados en probar las distintas calidades de la coca
que les proporcionan sus proveedores
que se olvidan de detenerlos?

¿O se refiere a los taimados vendedores de oro negro
que ocultan bajo las túnicas
disfraces para cada interlocutor?

¿A quién se refiere Hillary realmente
cuando habla de la comunidad internacional?

San Juan, 6 de Diciembre de 2010
José Luis Simón Cámara