En Orihuela, su pueblo y casi mío, se nos ha muerto Santi.
En el momento de escribir unas palabras para Santi, inevitablemente me asedian éstas con las que he comenzado, del pastor de cabras, u otras más antiguas, “las coplas a la muerte de su padre”, del guerrero muerto asediando el castillo de Garci Muñoz, o “el llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”, del poeta granadino. Todo esto sólo recorriendo unos siglos de elegías de la literatura española.
Pero si me remonto a la obra más antigua de la literatura universal, más de mil años anterior al Antiguo Testamento de la Biblia, no puedo olvidar “El poema de Gilgamesh”, donde se cuenta la historia de este superhombre que medía cuatro metros de estatura y avasallaba a su pueblo hasta que la diosa Araru decidió crearle un rival de parecida fuerza y envergadura. Éste era Enkidu, que se enfrentó a Gilgamesh en titánico combate cuando Gilgamesh pretendía, como hacía habitualmente, ejercer el derecho de pernada con una recién casada, es decir, violarla antes de que se acostara con su marido. Después del combate, su rivalidad derivó en una profunda amistad que los llevó a múltiples viajes y aventuras hasta que los dioses quisieron castigar a Enkidu y su vigor se debilitó y murió. Entonces Gilgamesh, el fundador de Uruk la amurallada, que se creía inmortal, vio cómo un gusano salía por la nariz de Enkidu y, desesperado se rasgaba las vestiduras y se arrancaba su larga cabellera corriendo enloquecido por las praderas por la pérdida de su amigo. Es la primera obra literaria conocida donde se habla de la amistad, ese sentimiento, si cabe, más profundo, ancho y tolerante que el amor.
Quien no conociera a Santi podría decirme ¿para qué tantas referencias literarias para alguien como él tan aparentemente ajeno a la literatura? Para los que lo conocen de una u otra manera, que aquí somos todos, sabemos que debajo de esa cáscara jovial y jaranera, siempre dispuesto a la fiesta y a la música y a la diversión, se escondía una persona de pocos pero sólidos principios. Como Gilgamesh se fue enriqueciendo y humanizando en sus viajes en busca de la inmortalidad, Santi, que bajo una apariencia despreocupada, ocultaba un fino olfato, ha ido aprendiendo a lo largo de su vida de trabajos, éxitos, pocos, de fracasos, de viajes.
No puedo aquí explayarme en sus viajes que fueron muchos y a todas partes del mundo.
A cualquier hora del día o de la noche podíamos encontrarnos en lo alto de una encina por la Sierra Morena o en el casino de Biarritz jugando a la ruleta o en la Acrópolis sobre una vieja columna o comprando miel a una anciana sentada bajo un árbol en la Arcadia o disfrazados con un largo abrigo negro y la oreja agujereada pidiendo limosna en Carnabys Street o por los pasillos oscuros del castillo de Drácula o durmiendo en un tren mercancías en Olimpia o comiéndonos unas langosta a orillas del Pireo o escuchando un mítin a Álvaro Cunhal en Lisboa o con José Mari Artero bajo una jaima en Meckenés, viendo la fiesta de la fantasía y fumando la pipa de la paz o descargando vino en las bodegas de Epaisse o en la torre de Le Muy desde donde lanzaron una piedra a Garcilaso que murió pocos días después en Cannes o aquel viaje a tu boda con escalas en Barcelona y París hasta llegar a aquella hermosa cabaña rodeada de ardillas en el bosque de Zufen en Holanda o equipados de chándal colocando los pies en la misma ranura de la piedra en que los atletas se apoyaban para correr los 100 pies en el estadio de Delfos o comiendo arroz con pato en el Chiado lisboeta o escribiendo nuestro nombres junto al de Lord Byron en el cabo Sunion o comiendo cocochas en San Sebastián o meando desde los puentes del Sena en París…
Con él tuve la suerte de compartir aventuras, algunas conocidas y otras que algún día contaré.
Su humor, a veces cáustico, lo ha acompañado hasta los últimos tiempos de su vida, como cuando lo llamé para tomar unas cañas a mediados de julio último y me dijo. “no puedo, estoy en el hospital”, -¿qué te pasa, chico?, “- Me ha dado una trombosis”. Y ya con él en el hospital vi su cuello inflamado y su brazo también inflamado y duro como una piedra y sólo se le ocurrió decirme: ¡Qué pena que esta dureza no la tuviera en otra parte!”.
Su pasión por la libertad colectiva lo llevó desde hace muchos años a comprometerse en movimientos que lucharon contra la dictadura y, ya con más escepticismo, luego contra el anquilosamiento de la democracia, pero eso nunca fue obstáculo para tener estrechas relaciones personales con gente de cualquier ideología.
Su pasión por la libertad individual lo llevó desde siempre a saltarse a la torera muchas convenciones sociales con la cara descubierta. Algunos hipócritas lo llamaban libertino aunque a escondidas intentaran imitarlo.
Su pasión inteligente por el Barça le mantuvo la curiosidad y le dio ánimos para salir ya casi sin fuerzas a ver el último partido de su equipo.
Todos sabemos que su gran corazón, su generosidad, su pasión por apurar hasta la última gota de la copa, le jugaron malas pasadas.
Pero ahí está. Con sus virtudes en bruto y, quien esté libre de pecado tire la primera piedra, con sus defectos.
Tus hijas, esbeltas y flexibles como juncos, hijas de los fríos mares del norte y del cálido mediterráneo, pueden estar satisfechas de su padre, como también lo está, sin duda, dolorida, la dama flamenca que compartió hermosos y difíciles momentos contigo.
Aunque no acabamos de creérnoslo, como tampoco nos creíamos que Alfredo estuviera muerto allí tendido con su barba, casi sonriendo irónicamente, tenemos la evidencia viéndote ahí como Gilgamesh a su amigo Enkidu.
En los últimos días especialmente, tus hijas y tus hermanos y tu amiga te han querido y cuidado, nosotros te hemos querido y te seguimos queriendo.
Hasta siempre, amigo.
Orihuela, 14 de enero de 2012.
José Luis Simón Cámara.