Casi siempre ocurre que aquello que no se prepara suele terminar bien.
Pensaba yo salir al día siguiente a rodar un rato como costumbre que todos conocéis y no he de explicar, en ello que recordé que esa misma mañana se celebraría la “Gran carrera del mediterráneo, la media maratón Alicante-Santa Pola” por lo que envié un mensaje de ánimo a mi compadre Lisardo, el cual sabedor de mis hábitos pensó que mis pasos podrían dirigirse a las lomas de Rabasa o igualmente al faro de Santa Pola y es que se acordó del dorsal de Miguel que había quedado libre por la mala racha que le viene castigando, así que, ¿por qué desaprovecharlo?
Así que volvía yo contento tras ello pensando en mañana, mascullando tras la cena, de la mano de Mari Carmen (mi mujer) cuando al otro lado de un escaparate me pareció ver un paraguas de colores que como un reclamo irresistible me llamaba desde una apartada esquina. Entonces fue que mi subconsciente de súbito me tradujo un mensaje que enseguida entendí, un flashazo, una imprevista inspiración que me llevó a inventar un homenaje, una pequeña osadía que lejos de pretenciosa se basaba en la humildad, en el respeto y el cariño, en recuerdos, momentos y palabras que ya no estaban pero que no debía dejar marchar sin al menos un último guiño. Como un fiel escudero aprendiz, como hiciera Simón de Cirene, elegí libremente cargar con la sombrilla que tantos reconocemos, un pequeño sacrificio en homenaje a la persona que tanto nos dio: Alberto Costilla, “El Sombrilla”, que nos ha dejado.
La salida se dio puntual en la Avenida de la estación, una multitud se animaba a la voz de “Big Mike”, ambiente festivo y mi gente de A to trapo. Me alegró enormemente reencontrarme con aquellos que hacía tiempo que no veía y disfruté como un niño con su presencia, hasta los nuevos pantalones de Muffy he de decir, me parecieron chulísimos.
Los primeros kilómetros los acometí con cierta vergüenza porque no sabía cuál sería la reacción del resto de corredores a mi paraguas de colores. Pues bien, apenas recorridos unos minutos ya no cabía en mí de felicidad, todos los comentarios –que no eran pocos- eran amables, la gente me felicitaba y me mostraban el cariño hacia Alberto con sus palabras. Todo iba bien, yo emocionado y alegre, hasta que a la altura del barranco de las ovejas el corazón me dio un vuelco, no daba crédito a mis ojos cuando vi a alguien agarrado a una farola, como ocultándose, observando desde bambalinas, cual genial director de cine que mira su obra desde un rincón porque el guión y el escenario son suyos, porque no puede haber mejores especialistas y conoce a la perfección a los actores principales, sabe que pueden trabajar solos.
Cuando vi a Maite no podía creerlo e inmediatamente una mezcla de vergüenza y de orgullo guiaron mis piernas instintivamente hacia ella. La pobre lloraba intensamente pero creo, es más estoy seguro de ello, que lloraba de alegría, de ver, de oler, de sentir lo que tantas veces había percibido junto a su esposo. Alberto en cierto modo estaba con ella, al menos eso creo y eso me reafirmó, me dio la poca confianza que me faltaba y me confirmó que a veces hay que actuar sin pensar mucho. Levanté el brazo más y más y casi me sentí volar.
La carrera fue un auténtico éxito de participación, el recorrido, bueno todos lo conocemos, no puede ser mejor, los avituallamientos de primera, el personal de organización, categoría premium y la meta y post-meta inmejorables. Un buen trabajo sin duda.
En cuanto a A to trapo sólo me queda, como siempre, manifestar mi satisfacción, gente veterana, nuevos fichajes, reencuentros y la argamasa que nos une que no es otra que el afecto y el respeto entre todos, gente variopinta tan diferente que sólo puede asemejarse bajo unas circunstancias tan propicias como es el deporte entre amigos.
La Gran Carrera de Mediterráneo es una prueba preciosa que tiene argumentos sobrados para quedarse y ganarse un subrayado en rojo intenso en nuestro calendario.
14 de noviembre de 2021.
Muchas gracias a todos.
Alberto, in memoriam.
Julián Moya