25 de agosto de 2022, una fecha cualquiera para casi todo el mundo, salvo que sea el día de tu cumpleaños, el de alguno de tus hijos o el día que le diste puerta a tu parienta. Pero no para nosotros, no para el Escuadrón Tortuga (o casi todo), que cosas del destino o de los astros o simplemente porque nos dio la gana, participamos nada más y nada menos que en la CCC de Mont Blanc de 100k, que me hará recordar y supongo que a todos los demás, ese día cualquiera como uno de los días más increíbles de mi vida, porque sí, Yo, Jota y Jaime y Javi Lombilla (un tío tamaño XXL) y todos los amigos que conquistaron, con sufrimiento, con sudor y lágrimas, la UTMB de 167k… Voz en off: “Venga Jota no te ralles, que te estás viniendo arriba”. Pues eso, que fue un gran día.
Situémonos en el tiempo y a modo de cronología de la carrera, en agosto, septiembre de 2021, cuando tras haber sido finishers en la UTMB Val D´Arán, o como alguno recordará: “dónde nos dieron agua de pato”, decidimos dar el salto a otro país, primera vez para mí, e inscribirnos en la UTMB Mont Blanc en la modalidad de 100k y algo más de 6.000 m. de desnivel +, ya que teníamos segura plaza, sin sorteo (cuando le digo a mis amigos no corredores que para una carrera de 100k o más, hay sorteo, se “descojonan”). Rápidamente, Javi Lombilla, el “Gigante Cántabro”, que después de esta carrera es aún más grande, en todos los sentidos, que se nos pegó, literalmente al empezar en Val D´Arán y no nos lo hemos quitado de encima, ni ganas; reservó alojamientos en Chamonix, lugar de concentración de nuestra expedición. En octubre ya estábamos apuntándonos a la carrera, los tres “Tortugas”, con Jose Pablo incluido (tranquilo amigo, no te olvido). La suerte, por tanto estaba echada, sobretodo porque el precio de la inscripción, más los billetes de avión, más el alojamiento, y más, como dice un amigo, dinero para coca-colas, era para como arrepentirse.
Confieso que esta carrera no era mi primera opción, que sí, vale, que es Mont Blanc, el TOP de las carreras de montaña, donde se da cita la élite mundial y también los “mataos” como nosotros y muchos más de otros países, pero no, no me convencía la idea, prefería ver qué opciones tenía en España, Aneto, por ejemplo, o cualquier otra. A toro pasado, confieso que, si me hubiera quedado en Alicante, lo hubiera lamentado siempre.
Por en medio, muchos meses de entrenamientos, de madrugones, de calor y más calor, alguna carrera de preparación: Sierra Nevada y cómo no, el Trail de Confrides. Todo pensando en ese objetivo final, terminar en condiciones decentes los 100k y no morir en el intento. Siempre con mi amigo y gemelier, Jaime “Cangrejo” Castells, con el que cada día me siento más a gusto. Lástima que se me casó este año, si no… (emoticono de carita colorada). Y en ese camino que empezamos tres, se nos quedó José Pablo. Primero las lesiones, luego el covid, luego el estómago, en fin, JP, menos mal que no te has quedado preñado. Una lástima porque los tres nos lo pasamos de traca. Te echamos de menos, en serio, tío.
Dicho todo esto, comencemos con la cronología de esta aventura:
23 de agosto: salida de Alicate dirección Ginebra. Todos los que corríamos algo en Mont Blanc partimos juntos. Nos hicimos la foto grupal con las camisetas del Tral de primavera de Confrides. Grandes embajadores para una gran carrera: Confrides A round the World. David, Ángel “Pirri”, Pablo Molina, con su bonita familia, “Terminator” Enri, Miriam y María y las tortugas Ninja.
Al llegar a Suiza no separamos para ir por nuestros medios a Chamonix. Jaime y yo, lo hicimos en bus y en poco más de una hora nos plantábamos allí. Ya nada más bajar del bus empecé a alucinar con el paisaje que me deparó Chamonix, rodeado de cumbres nevadas, agujas afiladas (más tarde descubrí que se trataba de las Agujas de Midi a las que se puede acceder en teleférico, caro eso sí y con reserva previa). No podía dejar de mirarlas, de maravillarme. Por fin pude cerrar la boca que se me había quedado abierta, cual tonto y ponernos a buscar cómo llegar al alojamiento. Recogimos las llaves e hicimos una parada para reponer líquidos en forma de cerveza en una plazuela coqueta y tomar contacto con la gente del lugar. Desempolvé mi francés de bachillerato y con eso empezamos a tirar para entendernos, aunque durante todo el viaje fuimos encontrándonos con mucha gente que hablaba castellano, que residía y trabajaba allí o que estaba en el propio staff de la carrera.
Nuestro pisito de pareja, distaba del núcleo urbano de Chamonix, unos 4 km. que podíamos recorrer en los buses urbanos que, y esto fue todo un detalle, eran gratuitos para los corredores. Un apartamento muy apañado en una zona, digamos residencial, llamada Les Tiñes, con vistas a esa cumbres maravillosas a las que me refería antes. Empezaba bien la cosa. Sin problemas para llegar, buen ambiente y un nido acogedor.
La tarde de este día la dedicamos a empaparnos bien del ambientazo que se vivía en Chamonix, a visitar la feria del corredor y, cómo no, el mega stand de la organización de UTMB, donde, a precios de escándalo, la gente compraba y compraba como si no hubiera un mañana. Recorriendo las calles del pueblo nos encontramos con algún que otro famosillo de este mundo, como Javier Ordieres, el de los vídeos de preparación al Trail, con el compartimos unos minutos y como no, cayó una foto. ¡Madre mía, para lo que hemos quedado!.
Buscamos y encontramos el sitio de “culto” para comer hamburguesa, buena, bonita y barata de Chamonix, el “Poco Loco”y allí cenamos haciendo tiempo para recibir a Javi Lombilla y a su chica, Tamara, que venían en coche desde Cantabria, con una alegría compartida y es que van a ser padres por primera vez.
El día siguiente, 24 de agosto, fue un día de transición, sin más que la recogida del dorsal, de paseo y de compras, en ese lupanar del negocio que he nombrado antes y es que no nos pudimos resistir, porque, al fin y al cabo, esto sólo se vive una vez y no nos íbamos a ir de allí sin engordar la maquinaria de hacer caja de UTMB. Qué se le va a hacer, la carne es débil.
La tarde fue para descansar, preparar el equipo, y serenar nervios, que en mi caso ya empezaban a pasar factura en forma de dolor de estómago, aunque nada que ver con lo que les pasó a los compañeros Pablo Molina y sobre todo a Enri, que se nos pusieron malísimos por una intoxicación alimentaria. En el caso de Enri, hasta tuvo que ir al Hospital, pero como está hecha de algún tipo de aleación indestructible, se recuperó bien y pudo llevar a cabo su aventura particular.
25 de agosto: por fin llega el día señalado, la hora de la verdad.
El despertador sonó a las 4 de la mañana, pero como es habitual, cuando participo en una ultra, desde hacía al menos media hora ya estaba dando vueltas en la cama, nervioso, repasando mentalmente si se me olvidaba algo.
A las seis estábamos mi gemelier Jaime y yo saliendo del apartamento, camino de Chamonix, andando para estar a las 6´45 en el lugar en el que el bus nos trasladaría a la localidad donde estaba la línea de salida, Courmayeur. No teníamos con qué bajar al pueblo ya que los buses urbanos no circulaban a una hora tan temprana, así que debíamos hacerlo a pie y la parte final al trote, si el tiempo se nos echaba encima.
Entre chistes y risas flojas, por los nervios, comenzamos a caminar, pero como todo estaba predestinado a salir bien, a los 20 minutos, un vehículo paró unos metros más adelante, se abrió una puerta y una chica nos preguntó, en inglés, si íbamos a la carrera. No entendimos todo, pero sí suficiente para asentir y subir al coche. Se trataba de una pareja de la que el chico participaba en nuestra carrera. Un buen presagio, pensé y un alivio por eso de llegar a tiempo y descansados al punto de partida.
La salida estaba, como he dicho, en Courmayeur, que aunque suena francés, está ya en Italia y para llegar hay que cruzar el túnel de Mont Blanc. Es el túnel más largo que he cruzado, más de media hora y unos 11 kilómetros y medio de longitud que unen Francia e Italia.
Como salimos muy pronto llegamos también, demasiado pronto, ya que la salida era a las 9´30 de la mañana. El tiempo de espera se me hizo eterno, había ganas de empezar y darlo todo. Bueno, era a las 9´30 para nosotros, que íbamos en el pelotón de cola, a las 9 se daba la salida de los buenos, los que iban a ganar y cada 15 minutos un cajón de corredores.
El tiempo amenazaba lluvia, el día estaba fresco, lo cual agradecí porque el día anterior habían caído nada más y nada menos que 32 grados en Chamonix. Pero este día no sé si llegaríamos a los 20.
Nos situamos los tres, Javi, Jaime y yo en nuestro sitio a esperar nuestro turno, amenizados con la música sabrosona del speaker y oyendo como empezaba la carrera y debían salir los primeros, porque verlos no había forma, ya que éramos unos 1.900 participantes inscritos.
Y por fin, nuestro turno. Empezamos al trote, por las calles de Courmayeur, subiendo las primera rampas, animados por todo el pueblo, volcado a esa hora en ver pasar el gusano de color que formábamos los corredores, los pelos de punta, la emoción a flor de piel, empezando a sudar y a quitarnos ropa ya nada más salir del pueblo, en dirección al primer alto, Tête de la Tronche, por una pista ancha, adentrándonos en el bosque, con el ruido de los primeros truenos a nuestras espaldas. Como en todas las carreras, estos primeros tramos son de mucho bullicio, los corredores hablamos, gastamos bromas, tiramos para adelantar a ese que se va quedando atrás, pensando: qué bien estoy, sin tener en cuenta que esto es muy largo y que quedan horas y horas por delante.
Jaime y Javi se me han separado un trecho al quedarme un poco rezagado, por la cola que se va formando en alguno de los tramos más estrechos y me cuesta enlazar con ellos. Cada retraso mío supone aumentar mi ritmo y añadir un plus de cansancio. Me doy cuenta, ya pronto, que me va a costar seguirles. No obstante, subo las revoluciones del motor en la subida e incluso me pongo por delante de ellos en algún momento.
Comienzan a caer las primeras gotas, el terreno zigzaguea, para salvar un buen desnivel. Al fondo y entre las nubes que se quedan abajo, se puede ver Courmayeur. Vamos pasando corredores más lentos. Me encuentro bien, pero como he dicho antes, empiezo a ir forzado. Cuando llegamos al alto, las gotas se convierten en lluvia. Rápidamente echamos mano del Chubasquero y casi sin tiempo para acomodarlo la lluvia arrecia y comienza a caer granizo. Ya no veo a Javi y Jaime y pienso, ya está, ya los he perdido, pero en ese momento me alcanzan porque se habían quedado atrás. Seguimos bajando por una pista embarrada, lloviendo y granizando. Mi fuerte no son las bajadas y si encimaes en estas condicionesacabáramos. Las gafas se me empañan, pero no me las puedo quitar porque entonces no me veo. La capucha del chubasquero se me baja y me tapa la visión. ¡Qué desastre!
Bueno al final y conforme descendemos de altitud la lluvia empieza a ceder y acaba escampando. Un rayo de Sol asoma tímidamente. Llego al primer avituallamiento en donde me espera Jaime. De Javi ni rastro, ha preferido seguir porque se quedaba helado. Lo entiendo, soy el lento de los tres, me hago cargo. Casi sin tiempo para comer algo frugalmente y reponer bidones, Jaime me insta a que sigamos. Él también se enfría. Pues allá vamos.
El siguiente tramo de unos 6-7 kilómetros nos llevará al refugio Bertone. El terreno es un sube baja sin rampas demasiado fuertes y llanos en los que se puede correr bastante bien. El atasco de corredores es importante y eso añadido a que me tengo que quitar y poner ropa porque llueve, deja de llover, vuelve a empezar, hace que mi gemelier se vaya despegando. En una subida algo más dura me quedo definitivamente solo. Ya no tengo ganas de intentar seguir el ritmo de Jaime. En este trayecto adelanto a una chica india que va con algo de miedo en las bajadas pronunciadas. El terreno está resbaladizo y sin bastones la veo algo asustada. Me pide ayuda y la tengo que coger literalmente de la mano para ayudarla a bajar. De verdad, estas cosas sólo pasan en la montaña. Estoy con ella unos diez minutos, hasta que ya la veo más segura y continúo. Llego al siguiente avituallamiento, tras una bajada súper chula, disfrutando. Hay mucha gente en la carpa, esto va a ser la tónica en todos los puestos de control. Busco a mis compañeros, pero al no verlos, definitivamente asumo que lo que me queda me va a tocar hacerlo solo. Les mando un WhatsApp donde les deseo suerte y que nos veremos en meta.
Tras reponer fuerzas y volver a colocarme ropa, salgo para enfilar la subida al Grand Col de Ferret. Cruzamos un cauce y enfilamos por un valle que me parece increíble. El tiempo empieza a darme una tregua y definitivamente el Sol se impone. Me paro, hago alguna foto, disfruto del paisaje. Creo que quitarme la presión de tener que seguir a Javi y Jaime me ha hecho tomarme la carrera de otra manera. Así que ahora estoy yo solo, con todo un mundo por delante.
La subida a Col de Ferret se hace lenta más que dura. Hay mucha gente y la pista es estrecha y antipática para subir, con piedra suelta. Me cuesta coger un ritmo porque cada vez que me quedo detrás de un corredor más lento que yo (repito a mí las subidas no se me dan mal) tengo que frenarme. Cuesta adelantar por el terreno y porque a la gente no le gusta que le adelanten. Parece que se ensanchan para no dejarte paso. Me vino a la cabeza en ese momento el grito del Presi en Confrides, un año de estos: “el que no pueda correr que se aparte”. Yo solo me iba partiendo la “caja”.
Por fin llego a la cima y empiezo a bajar, ahora sí, a ritmo, disfrutando, porque este es una de las bajadas más chulas de todo el recorrido y la última que voy a hacer con luz este día. Larga, suave, entre valles. Qué maravilla. El próximo punto es la Fouly ya en Suiza. Son unos 10 kilómetros, que hago sin demasiado problema. Cuando llego al avituallamiento leo los mensajes y Jose Pablo me informa que llevo a Jaime muy cerca y en eso me entra un mensaje de él. Me dice que va al trote, que me va esperando, pero yo necesito parar y reponerme y que queréis que os diga ya a estas alturas ni quiero cogerle.
Después de laFouly y hasta el kilómetro 60 más o menos, el terreno discurre paralelo a un río de aguas bravas, terreno muy “corrible”, con algún repecho y tramos con piedras como de cauce de río seco. Salgo a la localidad de: Praz de Fort, de casas de madera, jardines con estatuas de gnomos, un lugar idílico. Por primera vez vuelvo a pisar asfalto varios kilómetros y tras cruzar un pequeño caserío donde la gente nos recibe, a pie de carretera haciendo sonar un cencerro tamaño XXL,digo nos recibe porque me he juntado con un chico de Barcelona. Compartimos kilómetros hasta que nos adentramos en una pista que empieza a picar, internándose en otro monte y que me llevará al siguiente punto importante de la carrera: Champex-Lac. Allí hay mucha expectación, mucho público animando y allí sigue Tamara, la chica de Javi, esperando para darme una bolsa de vida (este es un punto de los que la organización fijó como de asistencia externa). Me informa de que los dos me llevan 15 minutos y que si salgo ya les pillo. Pero de nuevo tengo que pararme y esta vez cambiarme de ropa. Ya apenas queda luz y empieza a refrescar en serio.
En Champex-Lac me quedo unos 45 minutos. Como lo que puedo, porque lo que nos dan no me entra en el cuerpo (punto negativo para la organización). Me obligo a comer algo de pasta y un café caliente, pero ya el estómago empieza a protestar después de todo el día de mal comer. Ya de noche con el frontal, continúo, primero por una pista agradable, ancha, bajando. Y de nuevo para arriba, sin avisar, poco a poco, sufriendo más o menos. Me encuentro con gente muy cansada, sentada, tomando fuerzas, o gente muy mal, vomitando incluso. Tengo un pequeño momento de pánico y es que se me agota la primera batería del frontal y cuando cargo la de recambio, el frontal no se enciende. Batería muerta. “Juro ante Dios que jamás saldré sin revisar las baterías”. ¿Pero cómo puedo haber caído en este error de principiante? Gracias que llevo el segundo frontal de pilas. A oscuras, aprovechando la luz de otros corredores que me pasan, consigo encajar correctamente las pilas y encender el frontal. A partir de ese momento, la posibilidad de quedarme sin luz porque se me agoten las pilas, antes de que amanezca, se hace muy presente, vamos que en ocasiones me llega a obsesionar.
Yo voy bien me repito. El resto de la noche va a ser así, bajadas muy largas y subidas muy fuertes. Hablé mucho con mi padre. Para los que no lo sepan, falleció en febrero. El hombre sufría cuando me metía en una de estas carreras, me llamaba, se preocupaba de que estuviera bien. Incluso en una carrera cerca de Alicante quiso venir a recogerme por si no podía conducir a la vuelta. Le pedí fuerzas y me las fue dando porque fui lento, pero fui. Y así con mis pensamientos como única compañía, fue avanzando la noche, haciéndole quiebros al dolor muscular, al cansancio y al sueño que ya hacía rato que había dado la cara y a los pensamientos negativos que, siempre y de forma inexorable aparecen como una sombra negra, invadiendo la mente. Es aquí donde la cabeza es la que manda, la que tira de todo el resto.
Pasé por el alto de La Giete, con su bajada larga, tediosa, dolorosa para mis pies. En el avituallamiento de Trient había una marcha que era para quedarse allí y no seguir: voluntarios y asistentes bailando a ritmo de merengue, comida, calorcito. Toda una tentación de la que me costó salir, de hecho, creo que fue donde menos tiempo estuve. Siguiente alto: Catonge, bajada con más pena que gloria. A estas alturas ya me empieza a dar un poco todo igual (bajonazo del 7 y medio). Llego al avituallamiento de Vallorcine. La perspectiva de que sólo me queda una subida me anima bastante y tras ponerme más ropa porque son las 5 y media de la madrugada y me he quedado literalmente como un cubito de huelo, salgo con el ánimo repuesto.
Enfilo la subida a la Tête Aux Vents, último obstáculo serio, una subida de más de 800 metros positivos. Este alto tiene la peculiaridad, de que cuando te crees que estás arriba, aún continúa subiendo. Un falso llano es el culpable de esto. Sin embargo, es un momento mágico, cuando por fin llego arriba, porque está amaneciendo y al fondo la luz matinal se refleja en la nieve de las cumbres que tengo justo enfrente de mí. El momento vale la pena y me paro, respiro, doy gracias por estar aquí justo en ese instante. Es lo que tiene no ir a por pódium, que puedes pararte a saborear este instante con calma. Lo de ganar se lo dejo a otros.
Comienza la bajada. Ya sólo me quedan 6´9 km para meta. Pero es una bajada molesta, muy poco corredera para todos a los que ya no nos quedan piernas a esas alturas. Llego por fin al último avituallamiento en La Flégère, tras una rampa de apenas 100 metros que no sé quién nos la ha puesto ahí pero que ya le vale.
A partir de aquí todo bajada hasta meta. Las piernas la llevo que ni las siento y el terreno empieza ya desde la salida a bajar de forma acelerada. Es seguir caminando o empezar a correr a ver qué pasa, si me aguantan los cuádriceps. Y sí, aunque el principio todo es dolor, se me van calentando y poco a poco voy aumentando el ritmo. Es larga esta bajada. Ya veo Chamonix pero de repente estoy corriendo en llano bordeando la montaña y esto que no baja. Pues nada, paciencia.
Por fin cojo la vertical. Paso por las primeras casas. Salgo ya a una carretera. La cruzo y también un pequeño prado. Otra carretera y un puente para cruzar el río. Ya estoy en la zona donde recogimos ayer el dorsal, casi desmantelada. Siguiendo paralelo al cauce del río entro en Chamonix. Ya estoy pisando sus calles. Empiezo a saborear el premio que supone acabar la carrera. Ya hay ambientazo a pesar de que no son las nueve aún. Recibo aplausos, gritos de “ánimo España”, “ánimo José”. Me siento un Kilian cualquiera. Trescientos metros y en meta. Por fin la alfombra azul, el arco de meta, el speaker que me da la bienvenida: Jaime, Javi y Tamara esperándome. Los brazos en alto, una sonrisa de oreja a oreja. ¡Lo he conseguido he acabado mi carrera, soy Finisher en MontBlanc, chicos! Jajajajaja.
Me cuesta acabar las crónicas porque no sé qué decir al final, después de haber narrado lo vivido. Tan solo deciros que tras lo que supone una carrera de este tipo siento un bienestar personal inmenso. La satisfacción de haber hecho las cosas bien. No me planteo si he hecho más o menos tiempo, sino que valoro si he podido disfrutar e incluyo también el sufrimiento como parte ese disfrute y saco una nota media. En este caso bastante alta. Me vuelvo a casa feliz y pletórico.
LO MEJOR: seguir compartiendo momentos con mi querido amigo Jaime. Me siento muy afortunado de estar entre sus amigos. Y seguir aquí, caminando hacia adelante, deseando poder vivir otra experiencia y otra y que no me fallen las fuerzas.
LO PEOR: seguro que ha habido cosas, pero para qué nombrarlas.
Muchas gracias a todos los que estuvisteis pendientes y los que me animasteis: Jose Pablo, Torregrosa, Gosa, Cristian, Jesús, como no. Lo repito siempre: sin vosotros no sería lo mismo.
¡Salud y Montaña!
Jota