De Sant Joan a Finisterre por el Camino de Santiago.

Mañana comienzo mi primera trotada.

Creo que no hay mejor forma de celebrar una jubilación que comenzar dándome un baño en el Mar Mediterráneo mañana miércoles día 4 y finalizar un día de estos (ya no tengo prisa, pues 1200 kms son para saborearlos) este Camino de Santiago del Sureste en el Mar Atlántico, en Finisterre.

Esa es la meta, ese es el camino que emprendo mañana. Ahí os dejo la ruta.

Buenas noches, buena gente y seguiremos mañana,……….

San Juan, 3-Septiembre-2019


Reykjavik Marathon (24-Agosto-2019)

Mi amigo Chuli es de los que planifica las maratones con año vista (o un par de años vista)… así que hace cosa de un año me propuso irme con él y su familia a correr el maratón de Reikiavik, con el objeto de conocer este bello país. Tengo que decir que en un principio no lo tenía muy claro, ya que son sus vacaciones familiares, y si bien que para mí son mi familia de Valladolid, pero hacer un viaje así, seguro que les iba a dar la lata (que me conozco)… pero lo cierto es que ese viaje era uno de mis sueños, y como yo no conduzco la posibilidad era hacerlo en bici, y no conozco a nadie que se apunte a una cosa así… así que para adelante…

Con una planificación exquisita, que hizo que viéramos casi todo lo que hay que ver en Islandia, nos desplazamos para allí Marisa (qué suerte tengo de tenerte en mi vida), Ángela la reportera más mejor, Chuli y yo…

Llegamos el martes y el miércoles ya estábamos en carretera, pues el viaje lo íbamos a hacer en autocaravana… que este país se presta a este tipo, hay muchísimas camper, y la mejor forma de asegurarse alojamiento es ir a un camping (que nada tiene que ver con los que hay en España, allí poco más que son unos prados, con un container para aseos y cocinas, y alguna toma de luz para la caravana) ..

El primer día ya fuimos a ver una de las cosas importantes, antes de nada para el que no lo sepa de formación y de vocación soy bióloga, lo digo porque igual cosas que a mí me parecen muy interesantes otros dicen pues son piedras 😉 ,  y es la separación de las placas tectónicas, una zona de géiseres (no había visto ninguno así), y cascadas al atardecer que eran impresionantes… el segundo día volcanes, cráteres, más cascadas (en donde Gollum se refugia), y el glaciar negro (espectacular) y terminamos viendo una playa que sale no sé si en Vikingos o Juego de Tronos (no he visto ninguna serie), pero donde vimos algo que me hacía especial ilusión, los frailecillos, una especie de ave que solo existe en esa isla… bueno y focas…

Para no alargarlo, paisajes espectaculares y en compañía inmejorable… llegamos el viernes a Reikiavik y nos vamos a recoger el dorsal, una feria del corredor más que aceptable, pues el maratón es de unas 3000 personas, aunque como hay dos pruebas más, media y 10, sí se junta bastante gente.

La recogida es rápida, le echamos un ojo a la feria, que no tenía nada de la carrera, donde nos regalan unos calcetines muy graciosos, aunque tengo que decir que la bolsa del corredor no es que sea nada del otro mundo, y yo convencida que la camiseta chula (esta prueba la patrocina Adidas) la darán en la meta… pues ya adelanto que no… y visto todo nos vamos a dar una vuelta a la capital de Islandia, que poco tiene que ver, aunque las calles están muy animadas.

Pero vamos al maratón que es lo que importa por aquí. Sábado salida a las 8:40, no sé por qué esa hora… día un poco fresco y con una lluvia fina, pero lluvia. Chuli se va para delante y yo me quedo por en medio, llevo tiempo que no ando muy bien, así que mejor cada uno su carrera. La salida es en una avenida cerca del lago que hay en el centro de Reikiavik… la salida es genial con muchísima animación, me sorprende ver a un señor por el km 2 que ha salido de su casa con el saxofón, hay varios grupos que tocan música a pesar de la lluvia… me hacen gracia los limitadores de velocidad que cuando pasamos ponen 13 km/h y una carita sonriente… pasamos por zonas de casas bajas, por el centro, vemos el Harpa (centro cultural precioso de Reikiavik), por la estatua del barco vikingo… y para mí esta carrera está muy bien hasta que nos separan de los de la media… hay globos con los tiempos de la media (no vi del maratón) que hacen sus grupos y de repente en el km 19 ya no hay globos, no hay animación, bueno sí, justo cuando nos separan veo a Marisa y Angela 🙂 … yo voy mucho mejor de lo esperado, pues sin haber entrenado para ello paso la media en 1:41 y voy muy bien… avituallamientos cada 4 km, y esta vez en vaso de papel así que bien … hay agua y powerade azul (que manía, que uno de los patrocinadores era Acuarius), y creo que ví plátanos y no sé si algo más…

La segunda parte, nos mandan a las afueras y ya no es tan cómoda, es un constante sube y baja, con muchos giros, con coches en varios trozos… y en el km 25 noto como que me tuerzo el pie (no ha sido eso, el cuboides se ha unido a las piezas de mi cuerpo que no están bien)… y de repente la pierna no tiene fuerza, así que toca tirar de experiencia, apoyando el pie más de punta para no apoyar la parte del empeine, va más o menos, en el 28 o así me paro aprovechando que hay un aseo, como 3’ a ver si estirando un poco se me va… y bueno algo hace… así que hay que continuar, aunque la cabeza empezó a pensar que me quedan poco maratones, empiezo a no disfrutarlos, y no me gusta esa sensación (cosa que se pasa al día siguiente 🙂 )… así que a descontar km, en el 30 pasamos por una zona de casas de colores súper bonita donde hay gente que anima, y pienso en que llegar llego sí o sí aunque nada de acelerar en el 32 porque con el pie no podía… así hasta el 40/41 que nos vuelven a meter en la ciudad y vuelvo a ver a Marisa y Ángela, esta maratón va por ellas… se me pasa todo y hago el km más rápido de la carrera… llegó a meta y ahí están (estas chicas corren más que nosotros), y Chuli que ha llegado genial dijo 3:20 e hizo 3:20… yo me fui a 3:26 que me da igual… llegada para mí un poco pobre, pues te ponen una capa de esas metálicas, una botella de agua, un trozo de chocolatina y para casa… luego vemos que me he quedado primera de mi categoría, pero como el premio lo dan el martes va a ser que me quedo sin (dicen que lo mandan… ya veremos).

Y seguimos nuestro viaje, viendo cascadas, glaciares, uno lo vimos en barco y otro caminamos sobre él, espectacular aunque mi rodilla no pensó lo mismo, piscinas de agua caliente por erupción volcánica, kilómetros de carreteras sin nada ni nadie, géiseres, aviones de la segunda guerra mundial en medio de la nada, formaciones volcánicas, cañones que visitó Justin Bieber y menos mal que lo vimos porque era increíble…

Una experiencia de las que no se olvidan, muchas gracias a Chuli, Marisa y Ángela, por brindarme la oportunidad de ver con mis ojos uno de los lugares más espectaculares del mundo, en donde la gente está preocupada por el Calentamiento Global, ya que ven como sus glaciares se derriten (dos semanas antes había habido un funeral por el primero que ha desaparecido completamente 🙁  )…. Con vosotros hasta el infinito y más allá…

Gracias a los que siempre están, Pepe, y Chus que los llevo mareados, pero ahí están todas las semanas con mi entreno, mi familia, Juanma, Martina, Jesús, Idoia,  Ana, Arantxa, Aless, Demo, Maribel, Damián, Liana… y no sigo que siempre hago una lista muy larga… gracias a todos por los mensajes y por preocuparos/interesaros por las correrías de una que no tiene nada especial, pero se lo pasa genial 🙂 …

Os dejo unas fotos a modo de muestra de lo que hay por allí…. La próxima especial por la fecha 🙂

Historias del Camino (2019)

Antes del viaje.
Preámbulo a las historias del camino.

El camino aún no ha comenzado y por tanto nada de lo que pueda decir a propósito de él ha tenido lugar. Cuando hablo del camino me refiero a cualquiera, no al que solo lleva a determinado sitio o lugar, santificado o mitificado por la historia, la religión o la cultura, sea Santiago, la Meca o Ítaca. Lo importante, lo significativo es la disposición del ánimo, el desprendimiento del hábito, la modificación de costumbres, el desasimiento de ataduras, físicas o mentales que la proximidad de un viaje, en este caso a pie, tan poco habitual de la época que vivimos, cuando en otras era casi el único posible, desencadena en nuestra vida, inevitablemente rutinaria.

La mayoría de circunstancias que van a rodear ese viaje son previsibles en gran medida: los horarios de levantarse, de caminar, parar a desayunar, descansar, sentarse a la vera del camino bajo un árbol si lo hay en esta paramera entre Burgos y León, conversar con otros caminantes, llegar a los puntos fijados previamente, la búsqueda del refugio o albergue, elegir el lugar para comer, si es que hay posibilidad porque a veces no hay más que uno, lavar la ropa sudada, una buena siesta y por la tarde paseo, visita a esas joyas de la antigüedad, sea mudéjar, románica o gótica, que encontramos a lo largo de nuestra viejísima ruta, volver a conversar con algún nativo o viajeros como nosotros,…todo eso, que no es poco, es lo previsible, pero ya solo eso, ¡qué distinto resulta de las rutinas diarias!, ¡cómo explaya y esponja el ánimo encontrarse en otros lugares, con otros paisajes, con otras gentes!

Hasta tal punto esto es así que sólo la proximidad del viaje tiene el poder de desatar la imaginación que, en ocasiones, se desborda como el cauce seco de un barranco cuando la tormenta descarga sobre él aguas torrenciales.

Como tales hay que leer estas historias del camino que pasan por mi imaginación antes aún de que haya comenzado a preparar los arreos del viaje, calzado, ropas, linterna y navaja para cortar la vara de avellano que me ayudará a saltar riachuelos y ahuyentar los lobos que se interpongan en mi camino o el de mis amigos, sin los cuales nunca lo he hecho ni creo que lo haga porque, solo, podría convertirse en un desplazamiento de mi soledad a otros territorios.

Atapuerca.

El año pasado, 2018, algunas dificultades logísticas, como la rotura del calzado y la premura de tiempo, nos impidieron completar el proyecto inicial del viaje que iba desde Logroño a Burgos. En Villafranca hubimos de interrumpirlo y no pudimos subir a los Montes de Oca ni pernoctar en el aislado monasterio románico de san Juan de Ortega, uno de los principales constructores de puentes y calzadas junto con santo Domingo, para facilitar el viaje de los peregrinos a Santiago. Tampoco pudimos ilustrarnos en Atapuerca, donde se encontraron por azar los yacimientos humanos que parecen albergar a los primeros europeos.

Puestos a imaginar ¡qué más nos da remontarnos al año 1221, fecha del comienzo de la construcción de santa María de Burgos por iniciativa de Fernando III el santo, que 1.000 o 5.000 años antes! O incluso un millón de años, fecha aproximada de los restos del “homo antecessor” en Atapuerca. Aún había bastante vegetación, no solo en los Montes de Oca sino también más abajo en la llanura. En realidad la vegetación era una mancha verde tan espesa que, como muchísimos años más tarde decía el historiador romano, un mono podía viajar sin pisar tierra desde los Pirineos hasta el Peñón de Gibraltar.

Un espectáculo que me fascinó en uno de mis viajes por estas tierras fue el de un ganado de ovejas sobre las que cabalgaban unos pájaros negros picoteándolas. Le pregunté al pastor qué hacían aquellos pájaros y por qué las ovejas parecían tranquilas a pesar de tener sobre sus lomos varios ejemplares. La explicación era sencilla. Los mirlos las desparasitaban. Ellos se alimentaban y libraban a las ovejas de sus desagradables inquilinos.

Mientras observaba a la banda de mirlos sobre el ganado vi bajar de los árboles una pareja de humanos desnuda. Rasgos bastante simiescos, la hembra con una cría agarrada a sus tetas bien dotadas y con los pies apoyados en sus nalgas prominentes, descendía por una frágil escalera formada por dos lianas y unos travesaños. El macho, era como un anticipo de hombre, lo hacía por una cuerda con la agilidad de un mono. Me miró huraño y emitió un gruñido como de aviso a la hembra que paralizó su descenso por si era una señal de peligro, supuse.

Pensé que lo mejor era no acercarme y seguí observando al ganado y los mirlos. El pastor había desaparecido, quizá detrás de un robusto tronco de los abundantes árboles. En cuanto a la pareja vi que se dirigieron no lejos hacia otras lianas que colgaban de los árboles próximos y levantaban la cabeza haciendo gestos hacia arriba. La cría, sin soltar la teta de sus manos, dirigía su mirada en mi dirección. En ningún momento escuché sonidos articulados, sólo gruñidos y unas especie de silbido. ¿Para qué preguntarles, pensé por un momento, por la catedral de Burgos o por el Cid Campeador? Si hubieran conseguido entenderme supongo que les hubiera provocado una carcajada, si es que ya eran capaces de reírse, conquista bastante tardía de los homínidos. No sé cómo se me pudo ocurrir semejante idea. Posiblemente aún no se habían formado las piedras y materiales que servirían para su construcción muchos siglos después. Ni aquel caballero, expulsado de su reino por Alfonso VI, sospechoso de instigar el asesinato de su hermano mayor Sancho, se había convertido en un mercenario al servicio del mejor postor, fuera moro o cristiano y faltaban miles de años para que exigiera venganza de los Infantes de Carrión. Por cierto, si las inclemencias del tiempo no lo impiden, en pocos días llegaremos a Carrión de los Condes, de donde procedían los cobardes y envidiosos, según cuenta el poema, yernos de Rodrigo Díaz de Vivar.

Aquella pareja peluda, huidiza, encorvada, parecía más bien parte de una manada, cruce de monos y gorilas, que homínidos antecesores del “homo sapiens” del que descendemos. Sus manos y brazos casi rozaban el suelo al caminar, quizá por su longitud y por el encorvamiento de su espalda. Sus formas groseras no despertaban ninguna sensación erótica a pesar de la desnudez. Los sentía más bien como animales. No parecían tener aún nada de racionales. Esa era, al menos, mi percepción. Nos fuimos alejando de aquel paraje y los mirlos seguían picoteando sobre las ovejas que se desplazaban pacientemente mordisqueando la abundante hierba.

Burgos.

Parece que no tenían otra cosa que hacer en aquellas épocas, o como si dios fuera uno más con el que todos los días se encontraban o como si fuera él el que se hacía unas casas realmente suntuosas para recibir a sus amigos y allí, machacarles el cerebro y sacarles la pasta que había invertido en la costosísima construcción de sus templos. Aunque no sé por qué, porque si tiene tantísimo poder… Encima tiene su gracia que aquellas pobres gentes que vivían en cuevas o en casas de barro y cañas se dejaran los ojos colaborando, de una u otra manera, en las larguísimas empresas de los templos que duraban años y años; porque, claro, se dice que si el rey Juan I o Sancho el fuerte o Alfonso el Bueno, mandaron construir y entregaron su fortuna para elevar templos en acción de gracias por las victorias sobre sus enemigos. Pero ¿de dónde sacaban ellos las riquezas destinadas a los templos? ¿Quiénes eran los artífices de sus victorias? Con contadas excepciones ellos recibían noticias de las batallas en sus palacios como más tarde Felipe II cuando recibió mientras oraba las nuevas del desastre de la Invencible.

Ahora es muy fácil que vaya Calatrava a Venecia a construir puentes inestables o que Norman Foster se desplace a Sidney, ¡pero entonces! Que vinieran desde otros países en aquella época lejanos a dejarse aquí media vida dirigiendo, si no colocando ellos mismos las piedras y encarándolas por el perfil más seguro o hermoso…

Porque Santa Águeda (la santa Gadea del Cid, “do juran los fijosdalgo…”.), santa María (la catedral), el Arco de santa María, Las Huelgas, La Cartuja,… en una ciudad que tendría en el siglo XIII poco más de 10.000 habitantes….

Primer día.

Entre la catedral de Santa María y santa Águeda, protegido por esas sólidas construcciones medievales levantadas en honor del inmisericorde dios de los cristianos parece que aún se estimula más la sensualidad por las rígidas e hipócritas normas eclesiásticas sobre el pecado carnal. Parece que se exacerba más aún el deseo en esos ambientes tan restrictivos. Siempre me acordaré en estas ocasiones de la semana santa en una pequeña ciudad episcopal rebosante de cenobios, monasterios y seminarios de distintas órdenes religiosas, Orihuela, allá por el sureste de la península, cuando justamente en las procesiones de recuerdo y enaltecimiento de la pasión de Cristo, celebrada en primavera, cuando estalla el azahar de naranjos y limoneros, cuando todo tipo de flores perfuman el ambiente, ahí justamente embriagado por esos perfumes y con la sensibilidad y el deseo a flor de piel, tuve la suerte de encontrarme con una morena de Tarrasa, bastante ajena al mundo que pasaba delante de nuestros ojos y más atenta a lo que pudieran tocar y sentir sus manos. Ni siquiera sabía su nombre, pero no como resultado del descuido o de mi natural despiste para los nombres. En este caso era todo resultado de una decisión muy pensada. No queríamos que quedara constancia de nuestro encuentro y para eso, para no dar ninguna muestra, ningún indicio, ni siquiera un nombre falso, como hizo el astuto Ulises al decir a los cíclopes que se llamaba Nadie.

No era la primera sorpresa que me deparaba precisamente un ambiente de dolor y arrepentimiento tan contrario al desbocamiento de pasiones. Porque se escuchan tantas tonterías sobre la edad antigua, la edad media, la edad de hierro, vamos, como si los instintos, impulsos y pasiones del ser humano hubieran cambiado a lo largo de la historia. Sí, sí, mucho rollo de infraestructura y de superestructura, muchos legajos de leyes y normas decretadas desde el poder político o religioso, pero el deseo, la avaricia, la lujuria, la envidia, siempre han estado y siguen estando ahí, a nuestro alrededor, dentro de nosotros mismos.

Pero me salgo del tema.

No era la primera vez en el largo camino que, sin pretenderlo, quizá por el cansancio, por otros recuerdos, me surgía alguna aventura. Quizá exagero con lo de aventuras fortuitas. La verdad es que, aunque no me lo confesara a mí mismo, y con la apariencia de casual, no buscaba más que la forma de propiciar algún encuentro. Ésa es la verdad. Lo demás es literatura y ganas de ocultar la realidad que ni yo mismo quería confesarme. Aunque en esta ocasión era verdad. No me engañaba a mí mismo. Es cierto que nunca me había pasado. El hecho es que en aquel enclave en el poco trecho de hay entre Santa María y Santa Águeda, tuvo lugar el encuentro. Y esta vez fui yo el sorprendido, fui yo el solicitado, fui yo el incrédulo. Alguien, que luego supe me venía siguiendo y observando, me cogió de la mano y, sin mediar palabra, como solo me ha ocurrido otra vez en las afueras de París hace ya muchos años, me condujo delicadamente hacia la derecha de la escalinata, he de decir que no opuse ninguna resistencia, y me dirigió hacia unos soportales en penumbra. Hasta entonces sólo la suavidad de su mano y sus gráciles andares me hicieron suponer que se trataba de una dama. Fue entonces, bajo los soportales, cuando retiró el embozo de la cara y sus facciones me dejaron deslumbrado.. ¡Cómo era posible tanta fortuna!, ¡Tanto tiempo buscando la belleza y era ella la que había dado conmigo! Soltó su mano de la mía pero ya no hacía falta otro vínculo que sus ojos. Su rostro, sus ojos, su mirada, eran una atadura mucho más fuerte que sus manos. No sabría decir el camino que seguimos. Mis ojos ya solo veían los suyos. Me daba igual la calle o la escalera o los charcos, abundantes por un chaparrón reciente en aquella zona. De su bolsa sacó una vieja llave y la puerta se abrió sin chirrido a pesar de su tamaño y el de la cerradura. El zaguán de la casa desembocaba en un patio con un pozo central y cuatro grandes macetones en las esquinas. Un pequeño claustro rodeaba el patio y allí, en un banco, mirando la luna grande entre las columnas, se llevó el dedo a los labios indicando silencio. Ni nombres ni procedencia, ni títulos ni apellidos. Tú y yo. Solos en la noche. Mañana nos olvidamos Tú sigues tu camino. Yo el mío. Esas son las condiciones. Nada que objetar por mi parte. Era tal mi sorpresa, era tal mi aturdimiento que aunque hubiera querido no podía articular palabra. Subimos a una dependencia y, rodeados de sutiles cortinas empezó un lento juego de caricias al ritmo de la caída de las suaves telas desgarradas por mi impaciencia y mi impericia, siempre me ocurre en estos casos aunque no sea la primera ni ¡quién sabe!, la última vez. La luna seguía de testigo desde el banco del claustro hasta los abiertos aposentos donde la noche, envidiosa, nos envolvió y aceleró sus relojes, incapaz de presenciar tanta felicidad.

Segundo día.

Los primeros rayos de sol me daban en la espalda mientras caminaba nuevamente hacia el oeste y por más que me decía a mí mismo, recordando la mansión, las facciones de su cara, que acababa de pasarme todo aquello, me quedaba la débil duda de que no hubiera sido más que un sueño, porque tengo entendido que esas cosas no pasan en la realidad y desde luego a mí nunca me habían pasado, bueno, hasta ahora, hasta anoche mismo, si es que, como creo, no ha sido, como dicen los amigos a los que se lo cuento, un sueño, resultado del deseo insatisfecho de un otrora joven soñador.

Devanándome entre las razones de que había pasado una noche maravillosa y las de que sólo había sido un sueño, también maravilloso, fui bebiéndome el camino sin darme cuenta del paisaje, de lo árido del sendero, de las conversaciones de mis compañeros. Ellos, extrañados, se preguntaban qué podía haberme pasado porque mi silencio era total cuando habitualmente les voy contando historias o preguntándoles el nombre de los pocos árboles, si distinguen a los pájaros por su canto…

Los 20 kilómetros hasta Hornillos del Camino se me pasaron volando, sin síntomas de cansancio a pesar de que ese recorrido y el duro sol de Castilla es mucho para el primer día, con los músculos aún entumecidos por el largo viaje en coche. Llegados allí y visitado (58 vecinos), antiguo Forniellos, lugar de pequeños hornos donde se cocían las tejas con que se construyeron hasta tres hospitales, hoy desaparecidos, destinados a peregrinos, leprosos y romeros. De aquellos antiguos restos castellanos hoy tenemos el albergue “Hornillos Meeting point”. La fiesta del gallo a finales de julio cuenta cómo los franceses en la guerra de independencia llegaron al pueblo y robaron todas las gallinas. Vista la iglesia de san Román y saludados el alcalde y casi la totalidad de sus 58 vecinos, con poco más que hacer que dejar pasar el tiempo por la calle Real, decidí volver sobre mis pasos y regresar a Burgos donde había vivido, o eso creía, una experiencia inolvidable. Afortunadamente a media tarde pasaba en aquella dirección un destartalado autobús, en el que también subió un anciano con una cesta donde llevaba una gallina, seguramente de las pocas que dejaron los franceses. Aunque el viaje en autobús apenas duró unos 15 minutos, (nos había costado 5 horas a pie), hubo tiempo para que me contara que iba a la ciudad donde vivía su hija a pasar unos días y se llevaba la gallina para hacer un buen caldo, su hija acababa de parir, y algún guiso porque a él no le gustaban esas comidas modernas que hace ahora la gente joven. Mi natural cortesía disimulaba bastante dignamente mi foco de atención que se centraba en lo que esperaba encontrar a mi llegada a la ciudad. Ni siquiera me preocupé, bastante lo lamentaría más tarde, de preguntar por la hora de regreso del autobús a Horniellos. Tal era mi obsesión por rehacer la ruta que me deparó aquel encuentro. No me resultó difícil llegar hasta la catedral por una sencilla indicación desde la parada del autobús y enseguida la tenía a la vista. Sus 88 metros de altura la hacen visible casi desde cualquier parte de la ciudad. Cuando llegué a la plaza, un manojo de nervios, hice un esfuerzo por tranquilizarme. No se podía soportar aquel estado de agitación. Me impuse un ritmo más sereno. Disfruta el momento, pensé. Observé minuciosamente las esbeltas torres, su innumerable crestería, como dejando pasar el tiempo para ver si se reproducía el milagro mientras disfrutaba de aquel otro milagro arquitectónico. Bastaba que un paseante me rozara al pasar a mi lado para que se dispararan los latidos de mi corazón. Anduve paseando por la plaza y me encaminé hacia las escalinatas que suben hasta santa Águeda. Era el mismo camino que había seguido el día anterior pero todo me parecía distinto. Y era evidente que la catedral no era otra que la del día anterior, y la escalinata, y santa Águeda y los soportales. Todo era igual pero nada era lo mismo. A medida que rehacía aquel camino se iba desvaneciendo la expectativa de volver a repetir la experiencia o, al menos, de llegar a la certeza de que aquello no había sido un sueño, de que aquello me había pasado de verdad. Iba apagándose la claridad diurna y comenzaba a oscurecer, ya perdida toda esperanza de encontrarme con aquella dama, cuando desde un ángulo más oscuro de los soportales escuché una voz que me dejó paralizado.

— Sabía que volverías. Y esas no eran las condiciones.

— Puedes reprocharme lo que quieras pero no podía evitar volver. Y no por reproducir los maravillosos momentos que pasamos juntos sino por comprobar que todo ocurrió y no había sido una invención o un sueño.

— Puedes estar seguro de que todo lo que crees ocurrió realmente. No te quepa la menor duda.

Se acercó hasta donde pudiera verla a la luz de la luna.

— Mira como muestra esta azulada marca de la succión de tus labios en mi pecho y luego en tu albergue comprueba las huellas de mis uñas en tu espalda.

Y, mientras se ocultaba nuevamente en la zona más oscura..

— Todo eso no ocurre en un sueño. Todo lo que pasó anoche es irrepetible. Mi experiencia me ha enseñado que hay situaciones en la vida que jamás pueden volver a repetirse y el intento de reproducirlas aboca al fracaso y la frustración. Regresa a tu camino y sintámonos felices de haber vivido una experiencia maravillosa.. Quizá no volvamos a vernos.

Ya era noche oscura. Yo, sumido en éxtasis, no sabía si volvía a estar soñando o todo esto me estaba ocurriendo de verdad. Mientras me tentaba el cuerpo y la cara para cerciorarme de la realidad del encuentro y cuando quise acercarme al punto desde donde salía la voz, vi una sombra esfumarse. Sólo pude seguirla unos metros por la estela del perfume que impregnaba los aposentos donde había pasado la noche con ella. Ya no volví a verla más.

(¿continuará?)

San Juan, 25 de agosto de 2019.
José Luis Simón Cámara.

Copenhagen Marathon 40th Edition (19-Mayo-2019)

Corro o no corro – esa es la cuestión

Copenhague – allí estaba…. y llenas de ganas de conocer la capital de los Vikingos, Pili, Conchi y Martina nos apuntamos al viaje para el 40 aniversario del Maratón de Copenhague. Con el plan de Pili, Martina empezó su entrenamiento de rigor como diosa manda. Conchi no iba a correr el maratón, pero estaba dispuesta a animarnos y acompañarnos en el recorrido.

Estos eran los planes, pero como siempre, los planes son susceptibles de cambios. Y así fue…

Martina se lesionó 6 semanas antes, con muy pocas perspectivas de poder correr. Aun así, la esperanza es lo último que se pierde, y por tanto retomaba unos entrenamientos ligeros para ver hasta dónde el pie le permitía llegar. Conchi por su parte pensó que ya que iba a estar allí, iba a correr un poco. La única que no tenía ninguna duda, era (¿quién iba a ser?) Pili.

Así llegamos a Copenhague. Los días previos a la carrera, debían de estar dedicados a recargar baterías, y a hacer un poco de turismo tranquilo…. Pues bueno, lo transformamos en 2 media maratones caminando por Copenhague para recoger el dorsal y descubrir esta maravillosa ciudad llena de monumentos preciosos y miles de ciclistas que van a toda velocidad.

Y llegó el día de la carrera – con un sol espléndido desde primera hora. Había mucha gente y un ambiente muy festivo por parte de los corredores y organizadores. Y nosotras, con la animación de Pili – ¡vamos, que sí que podéis llegar sin problema! – nos pusimos en el cajón de salida. Pensando por una parte que ya veríamos, pero por otra parte muy optimistas, salimos con el pelotón de corredores. Cada una iba a hacer “su” carrera, según las sensaciones y lo que permitiera el cuerpo.

El recorrido nos llevó por toda la ciudad, el centro histórico, monumentos, parques, grandes avenidas, canales y zonas verdes. Parte del circuito lo repetimos al principio y al final. La carrera estaba bien organizada con avituallamientos frecuentes y abundantes, así como mangueras para refrescarse (qué sí que se agradecían).

La animación por parte de todos fue extraordinaria: bandas de música, coros, brasileñas y cheergirls bailando, pero ante todo el público que estaba de fiesta y nos animaba por nuestros nombres – go Conchi, you can do it Martina!

Con las ganas, la determinación, y la energía que llegó de amigos, LO CONSEGUIMOS. Conchi y yo llegamos a meta, pletóricas, sorprendidas y orgullosas de haber logrado terminar el segundo y décimo maratón, respectivamente. Subidón de emociones cuando cruzamos la meta en la que nos espera Pili y nos hicieron la foto.

Mencionar que la organización fue generosa con sus obsequios para los participantes: mochila impermeable, camiseta chula, medalla bonita, fotos gratis, y bañito en las piscinas para el que quisiera darse un chapuzón o simplemente poner sus pies a refrescar en el agua del mar del norte.

Una vez terminada la carrera, solo quedaba la parte más placentera: que así fue; pero entre castillos, parques, rutas recomendadas, museos, restaurantes y visita a Suecia, acabamos haciendo otras 2 medias maratones…. ¡Pero cuánto nos gustó todo lo que descubrimos de este país! Una de las cosas que más nos llamó la atención fue que la gente sale a disfrutar de cada uno de los ratos preciosos de sol para relajarse en las tumbonas repartidas en toda la ciudad, y recargar energía.

Copenhague con o sin maratón merece la pena – es una ciudad muy humana para todas las edades con un patrimonio histórico y cultural impresionante. Nosotras desde luego disfrutamos mucho de este viaje.

Gracias a Pili porque nos hace ver que todo se puede conseguir si uno se lo propone. Y para contestar la pregunta del título: Corro o no corro – al final siempre corremos 😊.

Conchi y Martina

Enlaces sobre esta prueba

Nombre Categoría Tiempo Puesto General Puesto Categoría
Pili W 50-54 3:27:20 1252 5
Martina W 55-59 4:38:44 8018 69
Conchi W 55-59 6:03:41 10715 150

UTMB 2018 (31-Agosto-2018)

De la cuneta al Ultra Trail del Mont Blanc

El 7 de enero 2015, y después de tocar fondo varias veces y poner en serio riesgo mi vida, decido entrar en Proyecto Hombre. Es aquí donde me dicen que debo focalizar mi ansiedad en algo que me llene, y empiezo a hacer algo de deporte (siempre me gustó correr detrás de mis palomos). Por fin, como si hubiera vuelto a nacer, después de nueve meses, salgo de proyecto con la firme intención de no volver a caer.

Mi hermano y mi padre me cuentan lo que, por aquellos entonces, está haciendo mi amigo Gosa. Dicen que corre por la montaña. Correr y montaña, correr y montaña… resuena en mi mente como un mantra, y uno de los días que salgo con mi padre por el Cabeçó d’Or encontramos un grupo que iba corriendo por las sendas. No me lo pensé dos veces y cuando bajé a Mutxamel llamé a Gosa y le dije que quería salir a correr con él. Me dijo que claro y me presentó, junto con el Muffy, al mejor grupo de gente que en esos momentos podía conocer, la gente de A To Trapo.

Pronto empecé a participar en carreras y sin darme cuenta ya estaba corriendo la Perimetral de Benissa. Empecé a conocer a todos los corredores del grupo Ñ y casi todos tenían un sueño común: Ultra Trail del Mont Blanc. Y como los sueños son contagiosos…

El proceso para llegar a UTMB es largo y tan duro como la carrera, pero ahí han estado siempre Sergio, Ángel, David Gil, Josemi, Esteban, Elías, Pablo, Jaime, Roberto, Carlos, Jesús Jurado, Jesús Jr, Jota, Lisardo, David García, Ramonet, Antoñito, Juanma … en definitiva todo el grupo Ñ, que con su experiencia y buenos consejos han conseguido que llegara a cumplir este sueño. Pero… ya está bien de introducciones y vayamos a lo importante, vayamos a la Ultra Trail del Mont Blanc.

El día 28 de septiembre me presento, con toda la ilusión, en Chamomix. Me acompaña mi más fiel seguidor, mi padre. También nos acompañará nuestro amigo Oyvin Feenyerodd (el noruego). Tengo muchas dudas porque 15 días antes de la prueba me salió una lesión en el tendón rotuliano.

En la recogida de dorsales el ambiente es increíble, las miradas de los corredores lo dicen todo. Se respira Trail Runinng por todos los rincones de la ciudad. Todos con un mismo deseo, empezar a correr y hacer realidad sus sueños. En estos momentos mi mayor preocupación es el frío. Todos con los que contacto me dicen que las previsiones no son malas, pero yo no me fío.

Con una hora de antelación me presento en la línea de salida. Con los nervios a flor de piel espero que den el pistoletazo de inicio. La música, los gritos, los aplausos de la gente. Es una de las cosas más emocionantes que he vivido en mi vida, y por mi cabeza pasan todos esos malos momentos vividos y, con cada zancada que yo avanzo, ellos van quedando atrás, y cada vez más atrás.

No voy a contaros como es el recorrido de la carrera, crónicas hay muchas que lo hacen. Os contaré la gente que conocí. Los primeros 50 Kilómetros los pasé junto a Sergio, un catalán con el que estuve hablando hasta que decidió retirarse. También coincidí algunos kilómetros con Toni, al que conocí en Rialp Matxicots, y con el que quedé para vernos en la Ronda dels Cims del año 2019. Un grupo de sevillanos estuvieron entreteniéndome también durante muchos kilómetros, una pena no recordar sus nombres. Así iban pasando los kilómetros, entre risas e historias de Trail.

Compartí kilómetros, y poca conversación, cosas del idioma, con un japonés. El en inglés y yo en valencià. A estas alturas de carrera y ya de cara a la segunda noche la cosa empieza a ponerse fea. Los dolores de rodilla comienzan a ser serios y paso gran parte de la noche solo. A veces también es necesaria la soledad y quedarse uno con sus pensamientos.

Y es aquí, en la soledad de la noche, donde uno valora lo que está haciendo y todo el camino recorrido para llegar hasta aquí. Estoy convencido que voy a llegar y mientras lo pienso surge la mejor anécdota de la carrera. Delante de mí oigo a tres corredores que van hablando en valencià. Me voy acercando a ellos y empiezo a escuchar la conversación. Están burlándose de uno de ellos: ¡¡¡Xe tu de Mutxamel i no has eixit en el periòdic!!! ¡¡¡Mare meua que mutxameler!!! seguían burlándose de él. Yo que llego por detrás saludo con un ¡¡¡Bona nit!!! que no deja lugar a dudas que hablo la misma lengua que ellos. Me saludan, preguntan cómo voy, y cuando me preguntan de donde soy contesto: ¡¡¡Jo de Mutxamel i si que e eixit al periòdic!!! La expresión de su rostro no la olvidaré nunca…. ¡¡¡Collons!!! ¡¡¡Pos si que es!!! ¡¡¡Jajajaja!!! Al final ellos no consiguieron llegar a meta.

Amanece y ya voy de cara a meta. He pasado mucho frío, cansancio, sueño (para mí lo peor), dolores varios (sobre todo el de la rodilla), pero como siempre todo se olvida cuando cruzas la linea de meta.

Allí está mi padre y el noruego. He coincidido con ellos en algún avituallamiento, pero donde verdaderamente quería verlos era aquí, en meta. Ver la cara de orgullo de mi padre vale todos los sufrimientos vividos. La emoción aflora por todos lados. En meta también está esperándome Pablo que había finalizado antes la CCC.

De la carrera sería difícil elegir con que me quedo, paisajes, ambiente, recorrido, voluntarios… pero si tuviera que quedarme con algo me quedaría con el calor de la gente al paso por los pueblos y el compañerismo en carrera.

¡¡¡Sueño cumplido!!! Nadie, antes de ese 7 de enero de 2015 que cambió mi vida, hubiese apostado que llegaría a conseguir algo como esto. ¡¡¡Ahora soy feliz!!! ¡¡¡He ido de la cuneta a rozar el cielo!!! ¡¡¡El cielo azul del Mont Blanc!!!

Cristian Aracil